sábado, noviembre 26, 2016

Clara y los personajes de cuentos que se salían de los libros y muchas veces se iban volando



Clara estaba enamorada de las simples cosas y de las historias de los cuentos. ¡Cómo amaba los cuentos!
A Clara le encantaba bañarse bajo la lluvia y le fascinaba pintar las paredes con crayola. La enternecía la sopita de queso (solo cuando estaba enferma) y se maravillaba con las rosas del jardín de la abuela. Disfrutaba como nadie las obras de teatro y se reía a carcajadas con los títeres. Se estremecía con las canciones de su mamá y también leía muchos cuentos ¡Como amaba los cuentos! Tenía muchos. Los cuentos venían en unos libros gordos y grandes con tomos numerados. Eran de un azul profundo como el mar con guardas doradas, ya opacas por el tiempo, en las cuatro esquinas. Esos libros habían estado en la casa de sus abuelos desde siempre, como las rosas. Nuestra protagonista vivía con sus abuelos y con su madre. Del papá de Clara no hablaremos mucho en este cuento.
Un día muy soleado de diciembre Clara tuvo una idea, no sabemos en realidad si esa idea fue de Clara o si la sacó de un cuento, pero en fin, tuvo una idea. Clara pensó que si ponía todos los libros de cuentos en el jardín de la abuela, como si fueran plantas, como si estuvieran vivos, podría conocer a algunos de los personajes de las  historias. Clara creía fervientemente en los deseos y había deseado con mucho ahínco y cerrando los ojos que este se le cumpliera antes de su cumpleaños número doce. Uno a uno Clara empezó a sacar los libros al jardín, con la absoluta solemnidad de una tarea sagrada. Su gata Blanca caminaba detrás de ella de un lado a otro. Clara tomaba los libros del librero de madera por el lomo, por la punta de arriba, y los empujaba para afuera delicada, hasta hacerlos caer como plumas, o como algodón. Un acolchonado paff sonaba cada vez que caía un libro en sus manos. Eran doce (los libros, no las manos).
Luego de disponer los cuentos en los lugares que parecían los apropiados para ellos, Clara se acostó panza abajo con los brazos sosteniendo su cara, con la mirada fija en el rosal. Al principio no pasó nada, pero luego de unas horas un libro empezó a temblar. La primera que salió fue la Gallina Coqueta. Blanca corrió a la casa asustada, era muy miedosa, pero Clara se quedó en el jardín con los ojos abiertos como platos. No tenía ni una pizca de miedo. ¡Luego de horas de contemplación la Gallina Coqueta del cuento había decido ser la primera en atreverse a salir del libro para que la viera! Movió sus laaargas pestañas de arriba abajo y de abajo arriba. Primero lento y luego en un do re mi hacía un movimiento más rápido para rematar la mirada. Los ojos celestes le brillaban como un cielo y el pico era de un anaranjado vivísimo. Sus plumas eran de varios colores: morado pastel, turquesa, blanco y amarillo. La Galleta Coqueta se paseaba con elegancia por las plantas y olía las rosas con cara de enamorada. Tan coqueta era la Gallina Coqueta que apenas el hijo del vecino pasó por la vereda no duró ni un triz en salirse por las rejas negras y correr tras él dejando corazones dibujados en el aire.
Pronto otro libro empezó a temblar. De este libro, a regañadientes, salió el Duendecito Furioso ¡Se lo veía muy enojado! Unas arrugas tan profundas como grietas en la tierra se acentuaban sobre su frente. Encima, su gran sombrero rojo y a los lados ¡Un montón de pelos grises sin orden alguno! Tenía unos tirantes azules que parecía que iban a explotar sobre su barriga. Los pantalones eran negros y llevaba unos zapatos negros también que eran casi de su tamaño. Entre gruñidos, el Duendecito Furioso empezó a trepar con gran habilidad el tallo de una margarita. Subía abrazado al tallo con sus brazos y con sus piernas. Cuando al fin llegó a la cima, el Duendecito Furioso empezó a saltar, claro, con furia sobre el botón de la margarita, con tal furia que la flor empezó a deshojarse y luego a llorar. ¡Las flores también estaban vivas! Empezaron a despertar una a una y le dirigieron una mirada tan llena de quién sabe qué, que el Duendecito Furioso se detuvo a raya y bajó refunfuñando pero de un salto. Enseguida abrió el tronco de un árbol como quien abre una puerta y se metió dando un portazo. Pum. Dicen que esa fue la última vez que el Duendecito Furioso le pegó a una flor. Clara pensó ¡Qué bien por las flores!
Maravillada, Clara empezó a ver como otro libro temblaba. El Hada de los Cuentos salió empujándose con sus dos bracitos sobre las páginas y regó un poco de su polvo de hadas cuando finalmente salió por completo. El Hada de los Cuentos tenía un vestido de un amarillo muy clarito y se confundía con las flores que Clara había sembrado con su mamá durante las últimas vacaciones de la escuela. El Hada de los Cuentos voló hasta los helechos de la ventana y se resbalada sobre las hojas como se resbalaba por sus pensamientos. Nada del exterior distraía al hada de los cuentos de sus pensamientos, ni se había fijado en la belleza del jardín, parecía estar perdida en sus cuentos o mejor dicho en sus ideas de cuentos. El Hada de los Cuentos nunca había podido escribir nada, ella solo imaginaba. Con una florcita blanca que le hacía de pluma sobre las manos hacía garabatos sobre las hojas de su cuaderno. El Hada de los Cuentos se mudó a una rosa, y después de la rosa se trepó a un geranio y así iba de flor de flor buscando inspiración. Finalmente el Hada de los Cuentos salió volando persiguiendo una idea fantástica que se le escapaba en forma de nubecita. Llegó hasta el techo, se impulsó en las tejas y salió quién sabe para qué lugar en la galaxia. Lástima, pensó Clara, le hubiese gustado ser amiga del Hada de los Cuentos.
El cuarto personaje en salir de un libro tembloroso fue el Mono Bello. El Mono Bello tenía el pelaje como terciopelo y su sonrisa era bondadosa y deslumbrante. Clara pensó que nunca había visto un animal tan hermoso como el Mono Bello. El Mono Bello empezó a enamorar una a una a las flores del jardín con su belleza. Las flores dejaron caer sus pesados párpados en sensuales miradas para el Mono Bello. Su belleza les entraba por los pétalos hasta lo más profundo del botón. Las flores lo envolvieron entre abrazos con sus largas hojas verdes. El Mono Bello también fue seducido por las flores que lo embriagaron con su perfume hasta hacerlo quedar dormido con una sonrisa tan plácida y sonriente como la de un bebé. Las flores acurrucaron al mono entre sus brazos-hojas y de tanto en tanto le hacían cosquillas para ver sus dientes blancos brillando cuando reía. El mono pasó a ser la mascota de la familia de Clara. Dicen que cuando murió lo enterraron las flores entre sollozos y perfumes, agitando pañuelos.
Al cabo de poco tiempo otro libro tembló y de él salió la Luna de Queso. La Luna de Queso rodó y rodó por el jardín y luego se quedó quieta porque se topó con una piedra. La luna de queso abrió sus grandes y negros ojos y miró sorprendida a su alrededor ¡Nunca había visto el día! La Luna de Queso estiró sus pies y se puso en marcha para explorarlo todo. Clara pensó que seguramente la luna estaba viendo todo desde otra perspectiva por primera vez y no se equivocaba. La Luna de Queso que solo conocía su cuento hasta entonces, nunca había bajado al mundo. La Luna  de Queso empezó a cantar una canción de agradecimiento. De pronto el cielo empezó a teñirse de anaranjado. La luna esperó y esperó hasta que el cielo se puso negro. Subió al firmamento, les pidió permiso a unas estrellas que conversaban sobre un libro de cuentos de Clarice Lispector, y se colocó en el centro. La Luna de Queso iluminó todo el cielo y siguió cantando las gracias.
Como ya era de noche Clara recogió los libros uno a uno y a cada uno le dio un abrazo y luego un beso. Aunque sabía que la próxima vez que leyera los cuentos no encontraría a estos protagonistas no se puso triste, ¡Clara había presenciado la magia de la Gallina Coqueta, del Duendecito Furioso, del Hada de los Cuentos, del Mono Bello y de la Luna de Queso! ¿Qué más podía pedir? Segura de que nadie más entendería su hallazgo (quizás solo Blanca lo entendería), Clara guardó ese día como un secreto y lo repitió tantas veces como especial se sintiese el día. De ese modo conoció a muchos personajes más como la Niña que Quería Volar y la Rana Poeta. Poco a poco los libros de cuentos se fueron quedaron sin personajes, algunas páginas solo mostraban las ilustraciones de los lugares vacíos. Una casa roja, un bosque, un gran mar azul. Los personajes de los cuentos empezaron a poblar el mundo. ¿Y Clara? Clara nunca se quedó sin historias porque después de estar en contacto con la magia las empezó a escribir ella, en el jardín, acompañada de su gata Blanca y con una florcita de pluma. Escribió muchos cuentos como este en los que los personajes se salen de los libros. Clara escribió desde los doce hasta que fue muy viejita, con arrugas tan profundas como las grietas de la tierra, hasta que ella misma se convirtió en cuento y en viento.


jueves, septiembre 22, 2016

Autorretrato

Mujer, 29 años, 1,61 de estatura, 69 kilos, nació en diciembre. Amante del café, del vino y de las conversaciones que se extienden hasta la madrugada. A veces siente que todavía tiene 17. Recuerda su infancia y su adolescencia con nostalgia, siente que algo en el que camino se perdió. Melancólica, propensa a tristeza y a las lágrimas aunque conserva cierto sentido del humor. Hija única. Sus pensamientos suelen gravitar sobre sí misma. No lee los diarios ni ve las noticias, le cuesta interesarse por el mundo exterior que imagina inabarcable. La intimidad es su territorio. Introspectiva, su objeto favorito es el espejo, muchas veces habla consigo misma como si fuera su hija. Le gusta exponerse a los límites del abismo. Busca los cambios y las grandes transformaciones, no puede quedarse mucho tiempo en un lugar. Le cuesta sentirse cómoda con los demás. En el colegio le dijeron que tenía problemas con la autoridad y aún los tiene. No le gustan las obligaciones ni las imposiciones. Nunca contesta el teléfono de su casa. Con frecuencia se deja desbordar por sus emociones que, despiadadas, la degluten de pies a cabeza como si fueran una boa. Lucha contra un sentimiento de no pertenencia al mundo. Le cuestan las tareas cotidianas más sencillas. No distingue la derecha de la izquierda. Le cuesta entender mapas y se pierde en su propio barrio, basta con que ponga un pie la calle para entrar en el terreno de lo desconocido. También pierde sus cosas, las olvida, especialmente si son importantes. Está en una constante búsqueda de las llaves de su casa. Siempre toma los caminos más largos pero de alguna manera llega a destino. Cree fervientemente en el azar. Disfruta de la música, los libros y las películas. No ve televisión, no por elección propia sino porque perdió la costumbre. Tiene problemas para relacionarse con los hombres de los cuales se enamora con verdadera devoción. Le gusta vivir cerca del mar. Tiene una inclinación por los excesos y se obsesiona con facilidad. Cree que algún día se hará vegetariana. Cuando era niña soñaba con ser cantante ópera. Sufre de brevedad.

'Soy' o 'Primer intento de autorretrato'

Soy todas las que fui y todas las que seré. Soy lo que otros han hecho de mí. Soy la que se pierde una y mil veces y de alguna forma vuelve a encontrarse. Soy la que se enamora siempre al filo del desborde. Soy la escribe para salvarse.

domingo, septiembre 18, 2016

Un hecho

Es un hecho: cuando estoy enamorada no puedo escribir.

Parque

Por ahí un papelito 
que solamente dice:
Siempre fuiste mi espejo, 
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Bolero, Julio Cortázar

    Era sábado al mediodía y salía del peor trabajo que jamás haya tenido. Como empujada por una ráfaga interior salí casi corriendo del edificio de Florida y Lavalle para ir al encuentro de su abrazo salvador. Al cruzar Diagonal Norte casi me atropella un carro. Un vuelco al corazón me paralizó unos instantes. El encuentro ahora se había vuelto más urgente, envuelto por el dramatismo de la posibilidad de la muerte. A medida que me acercaba al parque donde me esperaba, desde lejos pude verlo de espaldas y erguido con su abrigo azul. Hacía frío. Él estaba sentado en una de las bancas mirando hacia abajo, leía un libro de Mark Twain que luego leeríamos juntos, El diario de Adán y Eva. Pensé: está ahí y lo he visto desde muy lejos. Incluso de espaldas y en medio de tanta gente he podido reconocerlo. Lo reconocería en cualquier parte.
     Yo existía para encontrarlo, para reconocerlo.

sábado, enero 02, 2016

2015 y ser profesora


Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano

Recordaré el 2015 como el año en que empecé a ser profesora. No basta con dar clases para ser profesora, eso ya lo había hecho antes, sin convertirme. ¿Qué me hace sentir profesora? Quizás la aceptación total de la responsabilidad de estar a cargo de una pequeña parte de la iniciación literaria de 135 chicas y chicos. Quizás la aceptación total de la implicación que requiere estar en el aula como se está en un momento histórico, irrepetible (aquí parafreseo a una de mis compañeras, mayor y más sabia). Quizás la aceptación total de hacerse cargo de lo que sucede en el aula, porque aunque los maestros no somos el centro del aprendizaje sí jugamos un papel importantísimo en el clima del salón de clases, pudiendo convertirlo en un lugar hostil o en un lugar alegre donde todos estén más o menos predispuestos a trabajar juntos. Quizás es la aceptación total de estar abierta a 135 relaciones particulares y diferentes, a sentires, inquietudes y problemas que se cuelan en el aula por todas partes. Se trata de aceptar que una es profesora, con todo lo que eso implica.

Este año aprendí que dar la materia es una parte pequeña, pequeñita, pero intelectualmente, monstruosamente, desafiante. Que las inseguridades siempre acechan con pensamientos del tipo "no sé lo que estoy enseñando", "soy una estafa", "por qué me eligieron a mí". Que una como maestra debe implicarse en el aprendizaje, y enamorarse de lo que está enseñando. Que somos las guías del aprendizaje conjunto de la materia, este año aprendí junto a mis estudiantes muchísimo sobre literatura. No hay que saberlo todo para enseñar, está permitido aprender junto a tus estudiantes (Lee El maestro ignorante de Jacques Rancière ).

Aprendí que nadie va a entrar al aula y hacer la clase perfecta por ti, tú tienes que diseñar las clases que quieres tener (consejo de Gabriela en una de mis crisis ¡Gracias!). Aprendí que si tratas a los estudiantes con hostilidad, ellos serán aun más hostiles que tú y habrás cerrado una puerta muy difícil de volver a abrir, pero no imposible. Aprendí que la relación con cada estudiante se teje con unos hilos muy finitos, que hay saber cuidar. Aprendí que esta es una profesión agotadora y desgastante, que puede llevarte a crisis emocionales importantes sino aprendes a tenerte compasión. Aprendí que es una profesión altamente competitiva y que los adultos muchas veces arruinan el espacio potencial y vital que es una escuela. Reafirmé que el sistema educativo tradicional es terrible y caduco y que es imprescindible salir de ahí pronto para no aniquilar por completo las ganas de enseñar. Aprendí que es necesario crear otros espacios porque la escuela de nuestros sueños está por construirse.

Espero que este post le sirva a alguna profesora novata. Si estás ahí ¡No te rindas!

martes, marzo 25, 2014

Sólo deja que la ola te lleve


A Mónica y Vicky

El temblor despertó a Cora de madrugada. La casa se movía como una hamaca. Recordó que había vuelto a tierras volcánicas. Se levantó de la cama como pudo y se paró debajo del marco de la puerta como le habían enseñado. En la casa sólo se oía el crujir del piso de madera, todos gozaban de un sueño profundo menos ella que se despertaba de una vez y para siempre si un pajarito le cantaba en la ventana. Pasó el temblor y volvió a la cama. Las sábanas tenían ese olor fresco que sólo les da la prolongada exposición al sol. Entrando al estado de ensoñación se le apareció la viva imagen de la mañana anterior. Lidia en el mar. Lidia pidiendo ayudando en el mar. Lidia estirando el brazo y ellas tratando de llegar a la orilla. “¡Ven, ven! Sí puedes salir” “'¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve”. Lidia se empujaba para abajo como intentando tocar la arena con los pies para impulsarse y su cara decía que no, que no tocaba, que no podía salir. El mar inmenso y Lidia ahí en el medio sorteando cada ola, permaneciendo siempre en el mismo lugar, cada vez más cansada, pálida de terror. Berti le gritaba con entusiasmo para animarla a salir y luego miraba a Cora, y Cora miraba a Berti, y ambas no sabían que hacer para sacar a Lidia del mar. La playa de Punta Lucía estaba desolada y por eso habían ido, porque nunca había nadie y podían tener la playa para ellas solas. Ahora no parecía tan buena idea. Hubiesen dado lo que sea porque alguien pasara por ahí para halar a Lidia del brazo y devolverla a la arena seca. A las dos sobrevivientes del remolino les había costado tanto salir que sabían que si volvían a entrar por Lidia, sólo significaba que después no iba a poder salir ninguna de las tres y morirían ahí ahogadas sin que nadie sepa siquiera por donde empezar a buscar sus cuerpos. El tío de Cora había muerto hace más de veinte años en esa misma playa y ahora Cora se reprochaba no haber escuchado a su madre cuando le decía que nunca se bañe ahí “En Punta Lucía siempre parece que el mar está tranquilo, la gente entra y después no puede salir. Ahí el mar es traicionero. Acuérdate del tío Javier”. Una ola la había revolcado con fuerza y la había dejado exactamente en el mismo lugar, pero de alguna forma que después calificó como divina pudo llegar a la orilla con Berti que había podido salir primero, quizás porque era la más alta de las tres y podía impulsarse tocando la arena. “¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve”, seguía gritando Berti. Lidia se embarcó en un ola y por primera vez en lo que parecía una eternidad, se acercó un poco más hacia sus amigas. Poco a poco fue llegando a la orilla hasta que alcanzó a Berti y a Cora y salieron juntas del mar exhaustas, sin decir nada, sabiendo que habían ganado la vida otra vez, por azar pero también por insistencia. Caminaron hasta llegar al lugar donde tenían sus cosas, sin parasol, sólo las toallas tiradas en la arena. Se acostaron agotadas y después se rieron todavía nerviosas y cada una relató su salida del mar, cómo había sido, que habían sentido, cómo las arrastraron las olas. Lidia contó que su padre le había dicho que había una frecuencia de siete olas muy bravas y que después de eso el mar volvía a estar calmo. Sólo era cuestión de esperar con paciencia que pasaran esas olas y después tratar de salir. “Traté de calmarme con eso, pero no pude esperar, ya quería salir” les dijo con los ojos angustiados. Las tres se agarraron de las manos y no dijeron nada más. Recogieron sus cosas y se fueron asustadas de Punta Lucía, pero también victoriosas y renovadas por ese nosequé que da la cercanía a la muerte. Cora en su cama hacía un repaso de todo pero había una imágen que persistía, Lidia sóla agitando los brazos en el ancho, infinto mar. Sola, estancada, sólo ella podría sacarse de ahí. “Estamos solos” pensó Cora y volvió a intentar dormir otra vez, sintiéndose desprotegida como si no hubiese nadie más habitando la casa o el mundo hasta que recordó la cálida voz de Berti que había animado a Lidia a salir del mar diciendo "¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve!".

jueves, enero 23, 2014

Ahora qué

Diagnóstico: Síndrome de la post-universidad. 
Centro de Rehabilitación "Sol del mañana"
Habitación 005

Estoy en el centro de rehabilitación de jóvenes con síndrome de la post-universidad. Aquí se supone que nos van a sacar el miedo y nos van a preparar para enfrentar el duro mundo laboral del siglo XXI. 

Por las mañanas desayunamos todos juntos en el comedor. Después salimos al jardín donde nos permiten leer únicamente libros motivacionales. Bueno, también nos dejan leer periódicos pero en grupo, es parte de la terapia para ir adaptándonos al mundo real. Está terminantemente prohibido escuchar música y leer poesía, ambas conductas son sancionadas con el aislamiento. El alcohol y las drogas tampoco están permitidos, pero los duces sí, para la ansiedad. Hay una televisión que sólo pasa charlas TED, esa la compartimos entre todos. 
En la habitación de al lado, en la 006 está Victoria, una estudiante de piano que nunca se ríe. Nos hemos empezado a hacer amigas, a ella se le hace difícil sin la música.
Los miércoles y los viernes podemos recibir llamadas. Mi mamá me ha llamado hoy por teléfono para decirme que no me quiere presionar pero que cuando salga de "Sol del mañana" tengo que saber bien que voy a hacer. Le colgué. Es hora de ir a la terapia individual, hoy tengo que contarle al doctor cómo superé la graduación del colegio. 

Aquí se acaba la ficción y empieza el relato autobiográfico.


Mi mamá me dice que tengo que saber bien qué voy a hacer. Mis planes terminan el día que regreso a Guayaquil. Después de ese día, no se qué voy a hacer. Entonces reconozco esa incertidumbre que dicen que la ataca a una cuando termina su carrera universitaria. Ese "¿Ahora qué?" que siempre pensé que era una invención. Tengo planes en exceso y me cuesta decidirme. También me cuesta creer que lo que planeo se va a cumplir. Será porque como bicho latinoamericano ya aprendí que mucho depende del contexto. Voy a regresar a Guayaquil y cualquier cosa puede pasar. No sé que esperar. Tener tiempo para pensarlo sólo lo hace peor. Cuando decidí venir a Buenos Aires todo pasó rápido. Tenía que terminar el primer año de universidad, seguir con mi trabajo de profesora de inglés y hacer los numerosos trámites en el consulado de Argentina (para eso tuve que viajar a Quito cuatro o cinco veces). En el consulado estaban colapsados de solicitudes de estudiantes y había que ser muy insistente, llamar, pedir que por favor aceleran el trámite, que ya iba a empezar la universidad, que ya tenía mi pasaje de avión, etc. Cuando fui por última vez para firmar mi inscripción al Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires leo en el papel "PSICOLOGÍA".

Ehhhh, perdón, pero aquí dice 'psicología' no 'comunicación', y yo me inscribí en comunicación.
Ah, deje ver. Ah, sí, es cierto dice psicología, pero psicología, comunicación, es lo mismo.

Llanto. Hice una tremenda escena en el diminuto consulado, gritando "No es lo mismo, no es lo mismo", hasta que la secretaria me prometió que harían el cambio de carrera. Recuerdo que mi papá me miraba como diciéndome "te voy a matar", supongo que le enojaba mi falta de carácter y mi actitud caprichosa. Cuando salimos, nos encontramos con mi media hermana. Ella nos preguntó como nos fue, él sólo dijo "se puso a llorar".
Entre el melodrama de la inscripción en la universidad, hacer unos trámites más, conseguir departamento por internet y las despedidas, no tuve tiempo de pensar que de verdad me iba. Sólo me di cuenta cuando ya estaba en el avión, hasta ese entonces todo había sido divertido, incluso los viajes a Quito por un día donde veía a mi papá. Y ahora estaba sola. Sola en el avión como tantas veces antes, pero estaba vez era distinto. Como ahora, tampoco había planificado nada después de la fecha de llegada. Llegaría a Buenos Aires y ahí vería "que trip", pero eso no me daba miedo. Al contrario, me encantaba la incertidumbre. Que rico era tener diecinueve.
Ahora se me hace tan difícil tomar una decisión y cuando la tomo pienso y pienso y pienso y doy vueltas en la cama y no puedo dormir. Como ahora. Trato de no pre-ocuparme (juego de palabras que me enseñó una amiga que va a terapia cognitiva-conductual, muy útil). Pero no puedo. Quiero anticipar mis movidas y sé que no puedo, sé que tengo que llegar, que tengo que estar ahí y ver que pasa, ver "que trip". Es lo único que sé. Podría tener un máster en "gestión de la incertidumbre". En mi tarjeta de presentación escribiría abajo de mi nombre "El futuro siempre es un lugar pantanoso".
Tocará otra vez subirse al avión y no saber que pasará después de ese día. Supongo que sólo se trata de estar abierta a lo que el contexto depare (para no decir "destino"). Supongo, supongo, supongo.

miércoles, enero 15, 2014

El día que un hombre me escupió



"No hay hombre interior, 
el hombre es en el mundo, 
y es en el mundo en donde se conoce"
Maurice Merleau-Ponty
Fenomenología de la Percepción

El colectivo fantasma está lleno de espectros. Todos para mí están muertos. Es uno de esos días en que me encuentro en absoluto volcada hacia mí misma y con una profunda (la palabra indicada sería superficial) indiferencia hacia los demás y el mundo. Son días en los que si una persona muriese a mi lado yo a penas voltearía la mirada y seguiría de largo para pensar sólo en mi propia muerte. No es agradable, ni cordial, pero es lo que pasa. Pienso que eso deben sentir los psicópatas: absolutamente nada. Mi mirada se pierde sobre cualquier superficie, no importa, porque en realidad no miro nada, sólo pienso y no siento nada. El colectivo está lleno de cuerpos y hace mucho calor en esa maldita tarde de enero. Siento mi mente desarticulada de mi propio yo, del tiempo y del espacio. Me he ido muy lejos y sin embargo estoy ahí, parada, tratando de encontrar un lugar estable en el atestado transporte público que tanto detesto en días como ese. El colectivo está tan lleno que no hay ni un lugar donde poner la mano para no caer con sus vaivenes. Luego de avanzar hacia la parte de atrás del colectivo encuentro un asa libre para aferrarme, mi mano la toma con fuerza. Disfruto del hallazgo sólo unos segundos porque alguien ha decidido ignorar mi mano y tomar la misma agarradera. Es un hombre. Siento el roce. Mi mano rozándose con la mano de un extraño, extraño que tiene las uñas largas y que me recuerda al hombre de las cloacas de Holy Motors. Muevo la mano un poco como para reafirmar que yo agarré la manija primero y percatar al otro de que aquel roce me molesta. Retira su mano. Ja. Puede seguir ciertas convenciones sociales al menos. Hay algo en su presencia que me ha sacado del lejano lugar mental donde me encontraba. Siento que me está observando. La mujer que estaba sentada al lado mío se ha parado ¡Asiento vacío! ¡Asiento vacío! Voy a sentarme. Me siento. Saco los audífonos de la cartera. Ah. Pero hay algo que me molesta, y es que ahora tengo a ese hombre desagradable justo a mí lado, y sé, lo sé, me está mirado. Me siento muy incómoda y de pronto el hombre está gritando. Me saco uno de los audífonos y levanto mi mirada, me está hablando y mientras dice "No hay nadie en la calle ¿eh?" veo grandes borbotones de saliva mezclados con algo de sangre caer de su boca directo a mi pierna. Veo la saliva sobre mi pantalón y me paro horrorizada sin poder decir nada, a penas logro articular una expresión silenciosa de horror. El hombre se limpia la boca -que sigue produciendo saliva- torpemente con el brazo y dice "disculpa" mientras se sienta satisfecho en el asiento que ya he dejado, muda, en busca de la puerta de salida del colectivo. La ilusión de la abstracción duró sólo unos momentos, sólo hasta que la realidad me dio un escupitajo, sólo hasta que la realidad me trajo de vuelta al mundo de los vivos a salivasos.

martes, diciembre 17, 2013

Cumpleaños #27


¡Hoy es mi cumpleaños número veintisiete! Le pedí a Marosa di Giorgio un poema. Me senté en mi cama y abrí con los ojos cerrados "Los papeles salvajes". Pasé despacio mis dedos por las páginas mientras mi mano izquierda hacía pasar rápido las hojas del otro lado. Me detuve en la 509 o mejor dicho, me detuvo el azar. Leo un poema sin nombre pero que bien se hubiese podido llamar "La recitadora". La recitadora aparece en el medio de los frutales con un vestido morado y la gente se preguntaba si ella "¿contaba la historia de cada ser y de cada cosa?". ¿Soy yo la recitadora? ¿Podré contar la historia de cada ser y de cada cosa? ¿Podré emerger en el medio de mis propios papeles salvajes? Quizás no todas las historias, pero sí la propia, "que se teje también con todas las demás" agregaría Martina (a quien extraño aunque se fue de viaje a Bolivia sólo unas semanas).
Espero que mis veintisiete me deparen más proyectos, ciudades, momentos inesperados, felices y más amigos dispuestos a seguir tejiendo la trama. Un año para continuar floreciendo. Este año ya estuvo lleno de nuevos afectos y aunque algunos se van como pájaros llenos de luz, permanecerán en los momentos vividos (y en las páginas de mi diario). No puedo culparlos, yo también parto pronto. Cuántas cosas pasaron en este año intenso. No podría estar más feliz.
Sumo como regalos de cumpleaños los mensajes y llamadas llenas de cariño que he recibido desde las doce. Hay amor, existe y es palpable. Deja sus huellas profundas entre quienes establecemos vínculos sinceros. El cumpleaños es un ritual colectivo en el que celebramos con los demás que estamos aquí, vivos. Brindo por eso, sin copa (porque mañana tengo un examen) y sigo leyendo al maravilloso De Certeau, que se ha infiltrado en estas líneas, en las infralineas, latentes, palpitantes. "Hay amor", como dice Clarice Lispector, "que hay que vivirlo hasta la última gota. No mata". Que vengan más años de amarnos más. Gracias a todos los que me hicieron sentir esto hoy.

Aquí el poema de Marosa:
En mitad de la tarde, delante de los frutales, apareció la recitadora; flotaba en el viento su pelo color cereza; su óvalo era blanco y serio; el vestido morado, abierto hasta la cintura, le llegaba al pie, pues, parecía tener sólo un pie, aunque luego se vio que eran dos, y como de mármol, con uñas bermejas; las manos, igual; los zarcillos de plata tocando el hombro. La gente, que se acuclillaba a escuchar, no entendía bien lo que ella decía, ¿contaba la historia de cada ser y cada cosa? Del gusano, la perdiz y la rosa, con movimientos serios y breves, o con una leve sonrisa de sus labios fuertemente teñidos de rosa.Los niños saltaban arriba de las calabazas, fornidas y erguidas igual que los muebles, y gritaban lejos: ¡Volvió la declamadora! ¡Está la recitatriz!Y vino más gente y se puso en cuclillas. Hasta que cayó la noche y los colores de ella se volvieron más intensos y flotó en el aire y se diluyó en el aire como una lámina.Gritaban: ¿Cuándo volverá? ¡Qué no vuelva nunca! ¡Es una santa! ¡Tenía un hilo de rubíes en el cabello! ¡No eran rubíes, eran flores!Y volvieron a sus hogares, ya en la noche, cayó sobre todos, una lluvia de rositas chiquitititas; clamaron: ¡Llueve! – pero, estaba la noche azul, radiante - ¡Llueve! ¡Está lloviendo! (Ya, totalmente despistados)Y apresaban en sus manos, las rositas, como un disparate.Y las rositas daban un profundo olor a membrillo muy maduro y a limón.

domingo, octubre 06, 2013

Las flores necesitan agua para crecer

Cuerpo Mar. Ojo Mar. Sexo Mar.
¿Cuándo vas a venir a remojarte en mis orillas?
Agua viva que se agita en mí y se mueve como la marea al antojo de la luna.
Mi profundidad es la profundidad del mar, que es la profundidad de la noche oscura.
De las flores marinas brotan perlas, y dentro de las perlas el mar, siempre el mar.

El amor, como el pensamiento, ha de ser siempre desmesurado.

Mis versos de amor se chocan contra la ventana y caen desarmados y lloran como niños. Yo les froto la frente y les sirvo una taza de leche con miel y los acuesto a mi lado bajo las sábanas. Para que se duerman les leo cuentos de hadas y les digo en un susurro "ya va a pasar, ya va a pasar".

sábado, octubre 05, 2013

Agua viva

—¿La locura es condición de la escritura?

Me reprocho el no haber traído un cuaderno para escribir, como si no supiera ya que la escritura puede llegar en cualquier momento y sorprenderme, desprevenida. El colectivo no llega, en medio de la avenida se está levantando un escenario. Me pregunto a qué espectáculo no iré. Estoy sola. Mi carácter solitario de hija única se regocija en la imaginación continua que facilita el silencio. Soy capaz, si así lo deseo, de imaginarme incluso al perfecto acompañante. Pero hoy no quiero estar sola. Hoy aceptaría el roce de una mano, una caricia tibia. Pero no de cualquiera. No. Ansío esa compañía única, esa capaz de sustraerme del mundo de los muertos y plantarme de lleno en el de los vivos. La calle ya no es calle, el escenario la ha despojado de tráfico. Escribo sentada en la parada de un colectivo que nunca llega y no hay otra metáfora más correcta. He estado cinco horas en una librería y después de sumergirme en los estantes y leer un poco de aquí y de allá me llevo conmigo dos libros perfectos, no he podido irme sin ellos y ¡ay! ¡que caros son los libros! si pudieran transformarse en alimento, o en vestidos, o en zapatos (tengo dos debilidades, los libros y los zapatos). Pero lo son, a su manera, los libros son mi alimento y mis vestidos y mis zapatos. Son la saciedad completa. Un libro o dos libros o tres libros. Quiero leerlo todo. Si supiera que me queda poco tiempo creo que me dedicaría sólo a leer y meterme al mar. Libros, mar, libros, mar, libros, mar. Y de vez en cuando escribir. Y de vez en cuando amar (aunque sería difícil encontrar al que quiera amar sabiendo que a una le quedan pocos días) ¿pero qué estoy diciendo? ¿por qué invoco a la muerte? ¿por qué quiero ser pez cuando todavía puedo estar viva en la superficie? el cielo es el mar ¿cómo será el cielomar de los poetas? quiero que las olas golpeen fuerte contra mi cuerpo para recordarme que no soy nada y a la vez soy algo, algo que se golpea contra una ola. Clarice Lispector ha encontrado la metáfora perfecta para el flujo de conciencia: "agua viva"


Los dos libros que llevo: Los papeles salvajes de Marosa di Giorgio y Agua Viva de Clarice Lispector. (Estoy segura de que hoy cuando me quede dormida Marosa di Giorgio va a salir del libro y va a coserme alas, y de las alas va a salir un hombrecito diminuto, como en su poema).