domingo, septiembre 30, 2012

Mi árbol de mango

Una postal de mi casa en Miraflores, Guayaquil. A la derecha debería estar el árbol.

El día que cortaron el árbol de mangos fue uno de los más tristes. Los vecinos de la casa de al lado empezaron a quejarse porque las ramas estaban haciendo ceder una de sus paredes. “Amargados”, pensé yo. No entendía como algo tan estúpido y banal haría desaparecer mi árbol. “¿No hay nada que podamos hacer?” le preguntaba a mi mamá con insistencia y los ojos llenos de lágrimas. Ella también se moría de pena. Creo que todos en la casa estuvimos afligidos un buen tiempo por la tala del árbol. Todo lo que recuerdo del día en que cortaron el árbol es que la cocina se llenó de muchísimas fundas llenas hasta el tope de mangos. En la tristeza había encontrado la felicidad. Creo que nunca había visto tantos mangos juntos en mi vida, y mi tía Elsa que sabía que me encantaban los más verdes ya se había puesto a pelar algunos. Comí mangos como nunca, hasta que me dolió tanto la panza como esa vez que hice un concurso (en el que la única participante era yo) de tomar más de seis vasos de agua seguidos. De ese día también recuerdo el patio lleno de hojas. Recuerdo como se sentía el tronco en mis dedos. Había leído en alguna parte que se podía contar los años de los árboles por los círculos que se formaban en su tronco, pero era muy difícil, los círculos se superponían. De todas formas, decidí que aquel árbol debía tener más de 100 años, y también decidí que el que había pedido que cortaran un árbol tan viejo por una pared estúpida debía ser un verdadero idiota. Lloré sobre el tronco de mi árbol de mango, le pedí perdón por haber sido feliz comiendo los frutos que habíamos extraído de su tala. Lloré porque me parecía tan injusto, tan ridículo, tan poco inteligente. ¿Qué importaba la casa de los vecinos? ¿Qué importaba que se les cayera la pared abajo? Ojalá se les caiga encima de todas formas, pensaba, mientras abrazaba lo que quedaba de mi árbol, una vez frondoso, una vez lleno de mangos.  

sábado, septiembre 01, 2012

Do I contradict myself? Very well, then I contradict myself, I am large, I contain multitudes.
Walt Whitman