miércoles, agosto 09, 2017

Los caminos del autoconocimiento y la autoeducación

Cuando dejé de trabajar, uno de mis mayores miedos era el de no poder levantarme de mi cama nunca más. Tenía terror de quedarme inmovilizada, sin ganas de nada, petrificada entre las sábanas. De alguna forma, aunque poco sana, el trabajo no me permitía entregarme a las crisis de la forma en que siempre lo había hecho; acostándome en mi cama a mirar espacios en blanco. Pensé que entonces tendría todo el tiempo del mundo para que "el bicho" (de la depresión) se incube y se aloje en mi cuerpo. Sin obligaciones, ese estado casi catatónico podría volver para quedarse. Estaba muy asustada.



Pero no fue así. No por suerte sino más bien por aprendizaje. Unos meses antes de cumplir los 30 la relación romántica que tenía se desmoronó hasta evaporarse. La tristeza fue muy grande pero más grande fue el terror de volver a encontrarme en la situación penosa en la que me puse a mi misma en una ruptura anterior. Estaba determinada a no tocar fondo otra vez y en ese camino fueron llegando a mí muchos aprendizajes que tenían que ver conmigo y con las formas de llevar la vida y entender las relaciones, todas las relaciones, no únicamente las románticas. Esos conocimientos llegaron en forma de personas, de libros, de canciones, de paisajes, de instrumentos musicales, de lanas de colores, de danzas, de plantas, de ritos, de alimentos, de olores. El tiempo que antes había empleado en mirar el techo intentando ser un vegetal ahora se mostraba en su completa disponibilidad.

Una vez fuera del trabajo y superado el miedo de la inmensidad del tiempo, me descubrí a mi misma de lo más ocupada. Igual o casi más ocupada que cuando trabajaba, solo que ahora estaba ocupada en mí. Empecé a ocuparme leyendo, cocinando (bueno, no mucho), practicando yoga, tocando la guitarra, encuadernando, cantando, tejiendo, pasándola bien con amigas, yendo al mar, viajando y también creando proyectos nuevos. Casi todo, puro gasto improductivo. Y aquí estaba mi felicidad.




Mi tiempo no es productivo en términos económicos y por ahora estoy disfrutando de este privilegio, hasta que encuentre la manera de autogestionarme. Descubrí que puedo ocuparme en muchas actividades que disfruto sin sentirme culpable, por fuera de la obligatoriedad de un trabajo o de atender una clase en una universidad. Es la primera vez que me encuentro sin ninguna obligación de ningún tipo. Ahora bien, me imagino que algunxs estarán pensando que mantenerse ocupada es una forma de evadirse. No ha sido mi caso, creo que inmovilizarme era evadirme. En mis actividades cotidianas, me encuentro.

Creo que mucho de esto que me ha pasado tiene que ver con el reencuentro del deseo. Al permitirme hacer todas las cosas que me gustan, sin culparme por no estar haciendo otras cosas productivas, se ha puesto en marcha mi vitalidad, esa alegría muy fuerte y muy profunda de estar viva. Estoy aprendiendo mucho más que cuando estaba en la universidad. Me he entregado al estudio y a la lectura como nunca antes, sin ninguna obligatoriedad de por medio. He tomado cursos de canto, de arte, de narración, de poesía. He leído sobre educación, sobre literatura, sobre filosofía y sobre feminismo. Me he lanzado en una búsqueda voraz de distintos tipos de conocimiento. He descubierto sobre mí misma que me gusta mucho aprender. Muy pocas veces sentí tan fuerte ese deseo como ahora.



Esto que he experimentado en mí misma me hace repensar muchas cosas acerca de la escuela y la educación obligatoria. Mi camino por la universidad ha sido muy tortuoso y aunque me ha dado muchas herramientas intelectuales que agradezco tener, me pregunto que sería de mí si no hubiera sido formateada por la academia. Después de muchos años de estar conectada con el pensar (y un pensar no creador, sino más bien reproductor), estoy empezando a conectarme con mi sentir. Creo que es ese sentir el que me permite relacionarme con el conocimiento desde el disfrute y la creación. Me parece a mí que la autoeducación (que también debería contemplar el autoconocimiento), es la clave. Autoeducación no en el sentido de que podamos enseñarnos a nosotros mismos, sino en el sentido de que está en nosotros ir a buscar los conocimientos que sentimos que necesitamos o queremos. No sé cómo encaja mi rol de maestra con esto. Quizás el papel que nos toca a las educadoras es ayudar a cada quien a conectarse con su deseo y desde ahí abrir los caminos del conocimiento.

Espero que este año solo siga trayendo más aprendizajes. No es que este período haya estado librado de mis crisis, pero creo que ahora cuento con las herramientas para salir más rápido de ellas. Mientras logre estar conectada con mi sentir y siga aprendiendo cosas nuevas, creo que voy por buen camino.

martes, agosto 01, 2017

La reja es el mensaje

En 1964 McLuhan introdujo su frase más famosa en el libro Understanding media: the extensions of man ¿Qué quería decir McLuhan con eso de “El medio del mensaje”? Pues que el mensaje no puede ser pensado sin el medio en el que toma forma, el medio es parte constituyente del mensaje y no da lo mismo si un mensaje se transmite en un medio u otro. Los medios comunican y McLuhan entendía por medio de comunicación cualquier artefacto productor de algún efecto social. El medio que quiero analizar hoy es la reja, el objeto predilecto del Municipio de Guayaquil que está moldeando la manera en que los habitantes de la ciudad nos relacionamos con el espacio público y con los otros.

La reja lleva en sí misma un mensaje, comunica alguna cosa y tiene un efecto social. La reja tiene agencia, un término utilizado en las ciencias sociales para referirnos a la capacidad de acción de cualquier sujeto u objeto. Ahora bien ¿Qué comunica la reja? ¿Cuál es su efecto social? Si bien las rejas pueden asociarse a  los significados de protección y seguridad tendríamos que preguntarnos ¿De quiénes quiere protegernos el Municipio? ¿No se supone que las instituciones públicas deben velar por la seguridad de todos los ciudadanos?




Las rejas están asociadas -también- a la división, la segregación y la exclusión. La reja no es un objeto “ingenuo”, sino un intermediario que transporta una serie significados y transforma a los actores que involucra. Los transeúntes, los parques, las calles y la ciudad entera con su denso tejido social se ven afectados. La reja configura un adentro “seguro” y un afuera que es cada vez más marginalizado. Decimos “seguro” porque desde una perspectiva foucaultiana la reja también es un dispositivo de control que permite que los espacios públicos sean más fáciles de monitorear con entradas y salidas precisas, localizadas. Decimos que el afuera es marginalizado porque ahí se ubica todo el malestar que la ciudad prefiere no ver; la pobreza que tiene como efecto la violencia en múltiples formas.

Hace unas semanas un grupo de jóvenes decidió alzar su voz en contra del cerramiento de los espacios públicos en la ciudad. No faltaron los comentarios de los defensores de la reja quienes argumentaban que para poder gozar de un espacio abierto primero debíamos atravesar, como sociedad, un largo proceso de educación y aculturación, lo que llamaban “cambio de mentalidad”. Este argumento supone que los procesos educativos ocurren únicamente en el mundo abstracto de las ideas e ignora que el espacio y los objetos también educan y de manera mucho más eficaz. Latour (1992), en un ejemplo para dar cuenta de la agencia de los objetos narra el caso del gerente de un hotel que no sabía cómo hacer para que los huéspedes dejaran de olvidarse  de dejar la llave en la recepción. La solución más eficaz fue hacer un llavero pesado. A esto me refiero cuando digo que los objetos educan más eficazmente. Los cambios culturales no se dan únicamente en el mundo intangible de las ideas.

Ahora bien ¿Cuál sería la solución al enrejamiento de nuestra ciudad desde la sociedad civil? Creo que podríamos empezar por la recuperación de los espacios públicos. Necesitamos más eventos culturales al aire libre como han venido haciendo algunas organizaciones sociales y colectivos artísticos. En el plano de lo personal, caminar y habitar los espacios públicos cotidianamente, superar el miedo que durante décadas nos han inculcado e ir al encuentro con los otros. Si empezamos a abrir la ciudad, poco a poco el fragmentado tejido social que ha marginado a un grupo de nuestros ciudadanos, empezará a restaurarse. Necesitamos superar la cultura del encierro para salir a la calle, habitar la ciudad plenamente y relacionarnos con los otros. En una ciudad donde abundan las urbanizaciones cerradas y los centros comerciales es urgente que recuperemos el sentido del espacio público y de lo común, de otro manera estamos condenados al individualismo, la segregación y el encierro. Quizás luego también nos atrevamos a sacar las rejas de las ventanas de nuestras casas.
A continuación un anecdotario referente al uso del espacio público en nuestra ciudad, más allá del enrejamiento:

  • Hace unos años una amiga vino de Argentina con su novio, quedamos en encontrarnos en un parque. Cuando llegué estaban muy contrariados porque se habían sentado en el borde de una jardinera y un guardia los había obligado a pararse.
  • En el 2015 tuve que esperar un par de horas la salida de un bus en el Terminal Terrestre. Me recosté en las sillas y el guardia me obligó a sentarme correctamente. Luego despertó a un señor que estaba dormido, pero sentado, sólo tenía los ojos cerrados. Está terminantemente prohibido dormir en el Terminal.
  • Si hoy quisiera ir a leer un libro al parque de mi barrio, Miraflores, no podría. El parque está enrejado y permanente cerrado, parece que existiera sólo para ser contemplado desde afuera de las rejas.
  • Hace unas semanas me fui caminando desde mi casa al Malecón del Salado con una amiga, no sé cómo lo logramos. En la mayor parte de los tramos no había vereda, la ciudad no está pensada para ser caminada.
  • Este año el Municipio decidió cerrar los parques Seminario y Centenario, los parques más emblemáticos de la ciudad. El Municipio se reserva el derecho de admisión y hay guardias que vigilan y controlan las dos únicas puertas de entrada y salida del parque.
  • En el 2015 un hombre murió aplastado por una reja en el Parque Centenario.

jueves, abril 20, 2017

Punto de fuga


Resultado de imagen para vanishing point art

Era inútil que intente explicarme el punto de fuga pero mi profesora de arte insistió. Dibujó en la pizarra un horizonte y luego una serie de árboles que iban haciéndose más pequeños siguiendo dos paralelas en dirección al sol. Me dijo que esas líneas, al prolongarse, se tocarían imaginariamente en el punto de fuga. Después hizo algo inesperado. Dibujó a una persona, la espectadora del cuadro, de espaldas y en el centro mirando al horizonte.

El punto de fuga es una técnica de perspectiva. En inglés se llama vanishing point.

Lecciones que me dejó el punto de fuga:
- Nuestra visión es limitada, hay algo que se nos escapa
- Las líneas se encuentran en algún momento pero solo podemos imaginar dónde se tocarán
- No tengo inteligencia espacial aunque eso ya lo sabía

En un par de meses voy a emprender un viaje. Ya compré la mochila y todavía no tengo ruta. No sé que vaya a pasar y está bien porque al final todas las líneas van a converger en el punto de fuga, sobre el horizonte.

jueves, marzo 09, 2017

¿Dónde estaban? Crónica del #8m en Guayaquil

Eran las cuatro de la tarde. En la Plaza San Francisco no había ningún movimiento fuera del habitual, sólo transeúntes y vendedores ambulantes. Daniela y yo llegamos convocadas por una imagen que difundió GKillCity donde se mencionaba un plantón a las 15hs. Había poquísima información circulando sobre plantones o marchas por el Día Internacional de las Mujeres en Guayaquil. El día anterior, CEPAM había hecho una convocatoria para las 18hs.

Empezamos entonces sólo las dos. Lo primero que hicimos fue nuestro cartel. Luego vimos un grupo grande de mujeres afro que parecían estar ahí por el mismo motivo que nosotras. Sí, estaban ahí para el plantón con su asociación. Después de un rato llegó otro grupo, Mujer & Mujer, una fundación de lesbianas, quienes nos invitaron a acercarnos y a protestar con ellas. Habían llegado a la plaza luego de haber ido a colgar desde un puente su pancarta, su voz disidente: “#Lesbianasenhuelga”. Conversamos con estas mujeres movilizadas, politizadas, algunas también profesoras como nosotras. En esas horas compartidas en la calle generamos algunos vínculos que quizás devengan en acciones educativas (¡Ojalá!).


Otros grupos afro se hicieron presentes, con la marimba y sus arrullos cantaron en homenaje a las 33 víctimas de femicidio (registrados, ojo) en el Ecuador durante el año 2016. Acompañaron la performance del grupo LGBTI del Ecuador que dispuso un par de zapatos de color rojo por cada mujer asesinada. Los familiares de las víctimas estaban ahí, sosteniendo carteles con los nombres de las suyas. A la derecha, un grupo de mujeres trans también se hacía presente. Los únicos medios de comunicación que cubrieron este plantón fueron GKillCity y un canal de televisión queer. Las mujeres de CEPAM llegaron tarde a su propia convocatoria pero estuvieron presentes con sus banderas moradas y fueron un grupo numeroso. 

Fuera de las organizaciones, las personas que fuimos por nuestra cuenta éramos pocas. Con Daniela no podíamos evitar preguntarnos "¿Dónde están las gestoras culturales? ¿Dónde están las escritoras? ¿Dónde están las profesoras? ¿Dónde están las mujeres guayaquileñas progre?" Sabíamos desde un principio que no íbamos a ser muchas, pero tampoco esperábamos ser tan pocas. Quizás nos dejamos esperanzar por el discurso feminista que muchas mujeres que conocemos y admiramos manejan en sus redes sociales. En fin, que las que estuvieron ayer en la marcha no son las caras conocidas de las universidades y del mundo del arte y la cultura. Las mujeres que estaban ayer fueron las mujeres comunes, como dijo Daniela, las mujeres de todos los días, y como agregué yo, mujeres como nosotras. Mujeres que están haciendo algo por luchar por otras mujeres cada día, en lo cotidiano, y por eso, porque hacen algo todos los días se sienten interpeladas a hacerse presentes en la calle y gritar “¡Ni una menos!”. Estuvimos las que teníamos que estar, pero hubiese sido tan genial que nos movilicemos todas.

Espero que el próximo año seamos muchas más. Espero que cada una de nosotras se sienta lo suficientemente empoderada de la lucha feminista como para salir a la calle a poner el cuerpo. Espero que empecemos a sentir que el espacio público nos pertenece. Espero que nos atrevamos a compartir espacios con mujeres de distintas clases y orientación sexual. Espero que salgamos de la comodidad de nuestras casas para plantar los pies afuera aunque llueva. Espero que nos acompañemos en esta lucha que es la lucha de todas. Espero que sigamos el ejemplo de Quito y de Cuenca, donde las movilizaciones tuvieron muchísima más concurrencia.

Como le dije a Daniela ayer, no estamos en Buenos Aires, ni en Nueva York, ni en Madrid. Estamos en Guayaquil, sabemos muy bien lo que eso significa. En toda lucha, en algún momento, no hubo nadie. Tomemos la poca concurrencia como una oportunidad y no caigamos en la desesperanza. Sin dudas el plantón de ayer nos abrió los ojos en cuanto a la cantidad de cosas que hay por hacer. No vamos a sentarnos a llorar por las mujeres que no fueron ayer, en lugar de eso queremos aplaudir a las que sí estuvieron porque su presencia, así como la nuestra, fue valiosísima. Su desplante, mujeres guayaquileñas, sólo me hace querer seguir educando en equidad para que más y más chicas de nuestra ciudad se involucren en la causa. Nosotras ya ganamos porque dos de nuestras alumnas del Taller de Género que hicimos el año pasado en la escuela se hicieron presentes. La presencia de nuestro amigo y compañero docente @mr_jonathan también nos dio mucha alegría.

En fin, súmense. Ya las estaremos convocando para alguna actividad.

Nota al pie: La policía también estuvo presente pero para proteger a la iglesia, no a nosotras. A nosotras se nos acercaron un par de tipos bastante amenazantes a preguntarnos, entre risas despectivas, si estábamos ahí para que no nos violen y no nos maten.

Bonus:


martes, marzo 07, 2017

#8m: Soy feminista


Y soy profesora. Este año al terminar el ciclo escolar, Daniella, una de mis estudiantes, se me acercó para despedirse y me dijo esto: “No sé qué habría hecho sin el feminismo. Gracias por esa clase”. Nos abrazamos y solo atiné a responder que yo tampoco sabría que hubiese hecho sin el feminismo. Seguramente Daniella pasó por un año turbulento, y yo también, el feminismo nos había salvado de alguna manera ¿Cómo? ¿Qué nos dio el feminismo?

Mi búsqueda empezó con fuerza en marzo. Aunque había leído a algunas autoras feministas por mi cuenta (en la universidad no se hace más que mencionarlas de paso cuando los estudios sobre la ideología y el postestructuralismo, solo por dar un ejemplo, no podrían pensarse sin los aportes claves del feminismo), aunque siempre me sentí atraída por los estudios de género, aunque tengo amigas activistas, aunque los carteles de agrupaciones feministas de la facultad siempre me guiñaban el ojo, nunca había sentido con tanta fuerza esta sutil y a la vez urgente certeza: “algo no está bien”. Así me encontré buscando respuestas, con la grave intuición de que eso que no estaba bien dentro de mí, ese malestar, tenía que ver con mi condición femenina.

Ese mes de marzo estuve de vacaciones en Inglaterra, ahí las conversaciones sobre el rol de la mujer estaban al orden del día en los periódicos, la radio, la vía pública. Empecé a nutrirme de estas conversaciones y me compré un libro introductorio sobre feminismo llamado Girls will be girls. En este libro bastante accesible, la autora Emmer O’Toole, narra situaciones personales y las analiza desde los estudios de género, principalmente desde los abordajes de Judith Butler. El libro fue un buen disparador para diseñar el primer tema con el que mi programa de estudios para bachillerato debía empezar ese año, “Lengua y género”. Cuando volví de mis vacaciones y regresé al colegio, aun sin alumnos, me encontré con Daniela, otra profesora que había pasado sus vacaciones en Europa y se había traído con ella inquietudes muy parecidas a las mías. Las dos habíamos descubierto casi al mismo tiempo la necesidad de nutrirnos de la perspectiva feminista. Resolvimos en marzo que “debíamos hacer algo”, si habíamos detectado un malestar en nosotras, era muy probable que nuestras alumnas también lo estuvieran sintiendo.

Las conversaciones entre Daniela y yo se fueron profundizando a medida que leíamos y hablábamos. Los hilos invisibles del machismo que se habían hecho cuerpo en mí, empezaban a mostrarse. Las situaciones de violencia de género del pasado se mostraban como lo que eran. Necesitaba al feminismo y el feminismo me necesita a mí. Luego de algunos meses Daniela y yo nos atrevimos a diseñar lo que llamamos un “Taller de género” para las chicas de la escuela. Nutridas por la experiencia de la biodanza que empezamos a practicar en septiembre y por nuestros aprendizajes personales en otros espacios, creamos este taller que podría ser llamado también un círculo de mujeres. En estos encuentros nos permitimos ser parte de un espacio de reflexión y de sororidad. Daniela y yo participamos de la actividades que propusimos porque también necesitábamos una ruptura de lo cotidiano para pensarnos y encontrarnos con otras mujeres. Creo que el Taller de género nos hizo bien a todas de un modo profundo y significativo. En cada encuentro había un disparador, un capítulo de un libro, una canción, un poema, que pusiera en juego nuestra condición de mujeres. Luego había una producción, un texto, una pequeña obra de teatro, una pintura, que nos permitiera expresar nuestros propias ideas y ponerlas en común. Al final un cierre, un abrazo conjunto, una reafirmación de que estábamos acompañadas, en un lugar seguro.

En nuestras clases, en el aula de todos los días, cada una se encargó de poner la perspectiva de género sobre la mesa hilándola con su materia, yo con Literatura, Daniela con Negocios. En las clases de Literatura nos cuestionamos el genérico “él”, analizamos las representaciones de la mujer en los medios de comunicación y en discursos políticos, debatimos sobre el aborto, leímos obras como Persépolis, Medea y Arráncame la vida que proponían personajes femeninos-otras, disidentes, que se cuestionaban su rol de mujeres impuesto. Daniela y yo, desde nuestro lugar de profesoras, nos atrevimos a problematizar nuestra condición de mujeres junto a una centena de adolescentes. Nos aplaudo por eso. No llegamos al aula con respuestas, sino con inquietudes, algunas muy personales, y fuimos creciendo, siempre junto al grupo.

El otro día leí un artículo de una escritora feminista que planteaba que el feminismo se había convertido en una especie de lucha personal, que las mujeres habíamos llevado el feminismo al terreno de la vida íntima y lo habíamos arrancado de su carácter social, revolucionario, anticapitalista. Me generó un conflicto. ¿Estaba buscando en el feminismo, como se busca en cualquier dogma, las respuestas para mi vida? Tengo la certeza de que es mi decisión mirarme y mirar el mundo hoy a través de este lente, sin ingenuidades. Me atrevo a decir que quiero llevar el feminismo al terreno de la intimidad porque la intimidad también es política. Me atrevo a decir que si quiero sanar al mundo, también me tengo que sanar yo ¿Cómo no transformar en una lucha personal la lucha en el espacio público que pone en jaque las reglas del juego, legislativas, económicas, familiares y sociales? Estamos profundamente atravesadas.

Esta búsqueda que empezó en marzo continúa hoy, un año después. Sigo leyendo, sigo dándome herramientas y cada día me siento más fuerte. Sé que hay contradicciones en las que todavía debo trabajar, es un proceso. Y porque intento, mañana 8 de marzo, en el día internacional de las mujeres voy a ir al encuentro público con otras guayaquileñas para hacernos visibles, para exigir la autonomía sobre nuestros cuerpos y para reivindicar la lucha por la equidad. Me gustaría ver a las mujeres que conozco en la marcha, también me gustaría ver a las agrupaciones queer acompañándonos porque siento que nuestra lucha en el fondo es la misma. Espero que mañana el malestar y la opresión de las mujeres se transforme en una fuerza potente de amor que inunde las calles del mundo exigiendo equidad, justicia y libertad en los ámbitos públicos y privados que habitamos todos los días.

sábado, febrero 18, 2017

Amor

Amor antes. Amor reconocido. Amor nos atraviesa por el pecho y por la espalda. Amor nos deja respirando como una bestia rumiante. Amor cíclope. "Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca". Amor vital. Amor vibra por toda la superficie del cuerpo. Amor todo. Amor absoluto. Amor la unidad con el cosmos. Amor vehículo de conciencia. Amor puente. Amor mirada. Amor escritura. Amor yo. Amor me abismo, al borde de mí misma.

sábado, noviembre 26, 2016

Clara y los personajes de cuentos que se salían de los libros y muchas veces se iban volando



Clara estaba enamorada de las simples cosas y de las historias de los cuentos. ¡Cómo amaba los cuentos!
A Clara le encantaba bañarse bajo la lluvia y le fascinaba pintar las paredes con crayola. La enternecía la sopita de queso (solo cuando estaba enferma) y se maravillaba con las rosas del jardín de la abuela. Disfrutaba como nadie las obras de teatro y se reía a carcajadas con los títeres. Se estremecía con las canciones de su mamá y también leía muchos cuentos ¡Como amaba los cuentos! Tenía muchos. Los cuentos venían en unos libros gordos y grandes con tomos numerados. Eran de un azul profundo como el mar con guardas doradas, ya opacas por el tiempo, en las cuatro esquinas. Esos libros habían estado en la casa de sus abuelos desde siempre, como las rosas. Nuestra protagonista vivía con sus abuelos y con su madre. Del papá de Clara no hablaremos mucho en este cuento.
Un día muy soleado de diciembre Clara tuvo una idea, no sabemos en realidad si esa idea fue de Clara o si la sacó de un cuento, pero en fin, tuvo una idea. Clara pensó que si ponía todos los libros de cuentos en el jardín de la abuela, como si fueran plantas, como si estuvieran vivos, podría conocer a algunos de los personajes de las  historias. Clara creía fervientemente en los deseos y había deseado con mucho ahínco y cerrando los ojos que este se le cumpliera antes de su cumpleaños número doce. Uno a uno Clara empezó a sacar los libros al jardín, con la absoluta solemnidad de una tarea sagrada. Su gata Blanca caminaba detrás de ella de un lado a otro. Clara tomaba los libros del librero de madera por el lomo, por la punta de arriba, y los empujaba para afuera delicada, hasta hacerlos caer como plumas, o como algodón. Un acolchonado paff sonaba cada vez que caía un libro en sus manos. Eran doce (los libros, no las manos).
Luego de disponer los cuentos en los lugares que parecían los apropiados para ellos, Clara se acostó panza abajo con los brazos sosteniendo su cara, con la mirada fija en el rosal. Al principio no pasó nada, pero luego de unas horas un libro empezó a temblar. La primera que salió fue la Gallina Coqueta. Blanca corrió a la casa asustada, era muy miedosa, pero Clara se quedó en el jardín con los ojos abiertos como platos. No tenía ni una pizca de miedo. ¡Luego de horas de contemplación la Gallina Coqueta del cuento había decido ser la primera en atreverse a salir del libro para que la viera! Movió sus laaargas pestañas de arriba abajo y de abajo arriba. Primero lento y luego en un do re mi hacía un movimiento más rápido para rematar la mirada. Los ojos celestes le brillaban como un cielo y el pico era de un anaranjado vivísimo. Sus plumas eran de varios colores: morado pastel, turquesa, blanco y amarillo. La Galleta Coqueta se paseaba con elegancia por las plantas y olía las rosas con cara de enamorada. Tan coqueta era la Gallina Coqueta que apenas el hijo del vecino pasó por la vereda no duró ni un triz en salirse por las rejas negras y correr tras él dejando corazones dibujados en el aire.
Pronto otro libro empezó a temblar. De este libro, a regañadientes, salió el Duendecito Furioso ¡Se lo veía muy enojado! Unas arrugas tan profundas como grietas en la tierra se acentuaban sobre su frente. Encima, su gran sombrero rojo y a los lados ¡Un montón de pelos grises sin orden alguno! Tenía unos tirantes azules que parecía que iban a explotar sobre su barriga. Los pantalones eran negros y llevaba unos zapatos negros también que eran casi de su tamaño. Entre gruñidos, el Duendecito Furioso empezó a trepar con gran habilidad el tallo de una margarita. Subía abrazado al tallo con sus brazos y con sus piernas. Cuando al fin llegó a la cima, el Duendecito Furioso empezó a saltar, claro, con furia sobre el botón de la margarita, con tal furia que la flor empezó a deshojarse y luego a llorar. ¡Las flores también estaban vivas! Empezaron a despertar una a una y le dirigieron una mirada tan llena de quién sabe qué, que el Duendecito Furioso se detuvo a raya y bajó refunfuñando pero de un salto. Enseguida abrió el tronco de un árbol como quien abre una puerta y se metió dando un portazo. Pum. Dicen que esa fue la última vez que el Duendecito Furioso le pegó a una flor. Clara pensó ¡Qué bien por las flores!
Maravillada, Clara empezó a ver como otro libro temblaba. El Hada de los Cuentos salió empujándose con sus dos bracitos sobre las páginas y regó un poco de su polvo de hadas cuando finalmente salió por completo. El Hada de los Cuentos tenía un vestido de un amarillo muy clarito y se confundía con las flores que Clara había sembrado con su mamá durante las últimas vacaciones de la escuela. El Hada de los Cuentos voló hasta los helechos de la ventana y se resbalada sobre las hojas como se resbalaba por sus pensamientos. Nada del exterior distraía al hada de los cuentos de sus pensamientos, ni se había fijado en la belleza del jardín, parecía estar perdida en sus cuentos o mejor dicho en sus ideas de cuentos. El Hada de los Cuentos nunca había podido escribir nada, ella solo imaginaba. Con una florcita blanca que le hacía de pluma sobre las manos hacía garabatos sobre las hojas de su cuaderno. El Hada de los Cuentos se mudó a una rosa, y después de la rosa se trepó a un geranio y así iba de flor de flor buscando inspiración. Finalmente el Hada de los Cuentos salió volando persiguiendo una idea fantástica que se le escapaba en forma de nubecita. Llegó hasta el techo, se impulsó en las tejas y salió quién sabe para qué lugar en la galaxia. Lástima, pensó Clara, le hubiese gustado ser amiga del Hada de los Cuentos.
El cuarto personaje en salir de un libro tembloroso fue el Mono Bello. El Mono Bello tenía el pelaje como terciopelo y su sonrisa era bondadosa y deslumbrante. Clara pensó que nunca había visto un animal tan hermoso como el Mono Bello. El Mono Bello empezó a enamorar una a una a las flores del jardín con su belleza. Las flores dejaron caer sus pesados párpados en sensuales miradas para el Mono Bello. Su belleza les entraba por los pétalos hasta lo más profundo del botón. Las flores lo envolvieron entre abrazos con sus largas hojas verdes. El Mono Bello también fue seducido por las flores que lo embriagaron con su perfume hasta hacerlo quedar dormido con una sonrisa tan plácida y sonriente como la de un bebé. Las flores acurrucaron al mono entre sus brazos-hojas y de tanto en tanto le hacían cosquillas para ver sus dientes blancos brillando cuando reía. El mono pasó a ser la mascota de la familia de Clara. Dicen que cuando murió lo enterraron las flores entre sollozos y perfumes, agitando pañuelos.
Al cabo de poco tiempo otro libro tembló y de él salió la Luna de Queso. La Luna de Queso rodó y rodó por el jardín y luego se quedó quieta porque se topó con una piedra. La luna de queso abrió sus grandes y negros ojos y miró sorprendida a su alrededor ¡Nunca había visto el día! La Luna de Queso estiró sus pies y se puso en marcha para explorarlo todo. Clara pensó que seguramente la luna estaba viendo todo desde otra perspectiva por primera vez y no se equivocaba. La Luna de Queso que solo conocía su cuento hasta entonces, nunca había bajado al mundo. La Luna  de Queso empezó a cantar una canción de agradecimiento. De pronto el cielo empezó a teñirse de anaranjado. La luna esperó y esperó hasta que el cielo se puso negro. Subió al firmamento, les pidió permiso a unas estrellas que conversaban sobre un libro de cuentos de Clarice Lispector, y se colocó en el centro. La Luna de Queso iluminó todo el cielo y siguió cantando las gracias.
Como ya era de noche Clara recogió los libros uno a uno y a cada uno le dio un abrazo y luego un beso. Aunque sabía que la próxima vez que leyera los cuentos no encontraría a estos protagonistas no se puso triste, ¡Clara había presenciado la magia de la Gallina Coqueta, del Duendecito Furioso, del Hada de los Cuentos, del Mono Bello y de la Luna de Queso! ¿Qué más podía pedir? Segura de que nadie más entendería su hallazgo (quizás solo Blanca lo entendería), Clara guardó ese día como un secreto y lo repitió tantas veces como especial se sintiese el día. De ese modo conoció a muchos personajes más como la Niña que Quería Volar y la Rana Poeta. Poco a poco los libros de cuentos se fueron quedaron sin personajes, algunas páginas solo mostraban las ilustraciones de los lugares vacíos. Una casa roja, un bosque, un gran mar azul. Los personajes de los cuentos empezaron a poblar el mundo. ¿Y Clara? Clara nunca se quedó sin historias porque después de estar en contacto con la magia las empezó a escribir ella, en el jardín, acompañada de su gata Blanca y con una florcita de pluma. Escribió muchos cuentos como este en los que los personajes se salen de los libros. Clara escribió desde los doce hasta que fue muy viejita, con arrugas tan profundas como las grietas de la tierra, hasta que ella misma se convirtió en cuento y en viento.


jueves, septiembre 22, 2016

Autorretrato

Mujer, 29 años, 1,61 de estatura, 69 kilos, nació en diciembre. Amante del café, del vino y de las conversaciones que se extienden hasta la madrugada. A veces siente que todavía tiene 17. Recuerda su infancia y su adolescencia con nostalgia, siente que algo en el que camino se perdió. Melancólica, propensa a tristeza y a las lágrimas aunque conserva cierto sentido del humor. Hija única. Sus pensamientos suelen gravitar sobre sí misma. No lee los diarios ni ve las noticias, le cuesta interesarse por el mundo exterior que imagina inabarcable. La intimidad es su territorio. Introspectiva, su objeto favorito es el espejo, muchas veces habla consigo misma como si fuera su hija. Le gusta exponerse a los límites del abismo. Busca los cambios y las grandes transformaciones, no puede quedarse mucho tiempo en un lugar. Le cuesta sentirse cómoda con los demás. En el colegio le dijeron que tenía problemas con la autoridad y aún los tiene. No le gustan las obligaciones ni las imposiciones. Nunca contesta el teléfono de su casa. Con frecuencia se deja desbordar por sus emociones que, despiadadas, la degluten de pies a cabeza como si fueran una boa. Lucha contra un sentimiento de no pertenencia al mundo. Le cuestan las tareas cotidianas más sencillas. No distingue la derecha de la izquierda. Le cuesta entender mapas y se pierde en su propio barrio, basta con que ponga un pie la calle para entrar en el terreno de lo desconocido. También pierde sus cosas, las olvida, especialmente si son importantes. Está en una constante búsqueda de las llaves de su casa. Siempre toma los caminos más largos pero de alguna manera llega a destino. Cree fervientemente en el azar. Disfruta de la música, los libros y las películas. No ve televisión, no por elección propia sino porque perdió la costumbre. Tiene problemas para relacionarse con los hombres de los cuales se enamora con verdadera devoción. Le gusta vivir cerca del mar. Tiene una inclinación por los excesos y se obsesiona con facilidad. Cree que algún día se hará vegetariana. Cuando era niña soñaba con ser cantante ópera. Sufre de brevedad.

'Soy' o 'Primer intento de autorretrato'

Soy todas las que fui y todas las que seré. Soy lo que otros han hecho de mí. Soy la que se pierde una y mil veces y de alguna forma vuelve a encontrarse. Soy la que se enamora siempre al filo del desborde. Soy la escribe para salvarse.

domingo, septiembre 18, 2016

Un hecho

Es un hecho: cuando estoy enamorada no puedo escribir.

Parque

Por ahí un papelito 
que solamente dice:
Siempre fuiste mi espejo, 
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Bolero, Julio Cortázar

    Era sábado al mediodía y salía del peor trabajo que jamás haya tenido. Como empujada por una ráfaga interior salí casi corriendo del edificio de Florida y Lavalle para ir al encuentro de su abrazo salvador. Al cruzar Diagonal Norte casi me atropella un carro. Un vuelco al corazón me paralizó unos instantes. El encuentro ahora se había vuelto más urgente, envuelto por el dramatismo de la posibilidad de la muerte. A medida que me acercaba al parque donde me esperaba, desde lejos pude verlo de espaldas y erguido con su abrigo azul. Hacía frío. Él estaba sentado en una de las bancas mirando hacia abajo, leía un libro de Mark Twain que luego leeríamos juntos, El diario de Adán y Eva. Pensé: está ahí y lo he visto desde muy lejos. Incluso de espaldas y en medio de tanta gente he podido reconocerlo. Lo reconocería en cualquier parte.
     Yo existía para encontrarlo, para reconocerlo.

sábado, enero 02, 2016

2015 y ser profesora


Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano

Recordaré el 2015 como el año en que empecé a ser profesora. No basta con dar clases para ser profesora, eso ya lo había hecho antes, sin convertirme. ¿Qué me hace sentir profesora? Quizás la aceptación total de la responsabilidad de estar a cargo de una pequeña parte de la iniciación literaria de 135 chicas y chicos. Quizás la aceptación total de la implicación que requiere estar en el aula como se está en un momento histórico, irrepetible (aquí parafreseo a una de mis compañeras, mayor y más sabia). Quizás la aceptación total de hacerse cargo de lo que sucede en el aula, porque aunque los maestros no somos el centro del aprendizaje sí jugamos un papel importantísimo en el clima del salón de clases, pudiendo convertirlo en un lugar hostil o en un lugar alegre donde todos estén más o menos predispuestos a trabajar juntos. Quizás es la aceptación total de estar abierta a 135 relaciones particulares y diferentes, a sentires, inquietudes y problemas que se cuelan en el aula por todas partes. Se trata de aceptar que una es profesora, con todo lo que eso implica.

Este año aprendí que dar la materia es una parte pequeña, pequeñita, pero intelectualmente, monstruosamente, desafiante. Que las inseguridades siempre acechan con pensamientos del tipo "no sé lo que estoy enseñando", "soy una estafa", "por qué me eligieron a mí". Que una como maestra debe implicarse en el aprendizaje, y enamorarse de lo que está enseñando. Que somos las guías del aprendizaje conjunto de la materia, este año aprendí junto a mis estudiantes muchísimo sobre literatura. No hay que saberlo todo para enseñar, está permitido aprender junto a tus estudiantes (Lee El maestro ignorante de Jacques Rancière ).

Aprendí que nadie va a entrar al aula y hacer la clase perfecta por ti, tú tienes que diseñar las clases que quieres tener (consejo de Gabriela en una de mis crisis ¡Gracias!). Aprendí que si tratas a los estudiantes con hostilidad, ellos serán aun más hostiles que tú y habrás cerrado una puerta muy difícil de volver a abrir, pero no imposible. Aprendí que la relación con cada estudiante se teje con unos hilos muy finitos, que hay saber cuidar. Aprendí que esta es una profesión agotadora y desgastante, que puede llevarte a crisis emocionales importantes sino aprendes a tenerte compasión. Aprendí que es una profesión altamente competitiva y que los adultos muchas veces arruinan el espacio potencial y vital que es una escuela. Reafirmé que el sistema educativo tradicional es terrible y caduco y que es imprescindible salir de ahí pronto para no aniquilar por completo las ganas de enseñar. Aprendí que es necesario crear otros espacios porque la escuela de nuestros sueños está por construirse.

Espero que este post le sirva a alguna profesora novata. Si estás ahí ¡No te rindas!

martes, marzo 25, 2014

Sólo deja que la ola te lleve


A Mónica y Vicky

El temblor despertó a Cora de madrugada. La casa se movía como una hamaca. Recordó que había vuelto a tierras volcánicas. Se levantó de la cama como pudo y se paró debajo del marco de la puerta como le habían enseñado. En la casa sólo se oía el crujir del piso de madera, todos gozaban de un sueño profundo menos ella que se despertaba de una vez y para siempre si un pajarito le cantaba en la ventana. Pasó el temblor y volvió a la cama. Las sábanas tenían ese olor fresco que sólo les da la prolongada exposición al sol. Entrando al estado de ensoñación se le apareció la viva imagen de la mañana anterior. Lidia en el mar. Lidia pidiendo ayudando en el mar. Lidia estirando el brazo y ellas tratando de llegar a la orilla. “¡Ven, ven! Sí puedes salir” “'¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve”. Lidia se empujaba para abajo como intentando tocar la arena con los pies para impulsarse y su cara decía que no, que no tocaba, que no podía salir. El mar inmenso y Lidia ahí en el medio sorteando cada ola, permaneciendo siempre en el mismo lugar, cada vez más cansada, pálida de terror. Berti le gritaba con entusiasmo para animarla a salir y luego miraba a Cora, y Cora miraba a Berti, y ambas no sabían que hacer para sacar a Lidia del mar. La playa de Punta Lucía estaba desolada y por eso habían ido, porque nunca había nadie y podían tener la playa para ellas solas. Ahora no parecía tan buena idea. Hubiesen dado lo que sea porque alguien pasara por ahí para halar a Lidia del brazo y devolverla a la arena seca. A las dos sobrevivientes del remolino les había costado tanto salir que sabían que si volvían a entrar por Lidia, sólo significaba que después no iba a poder salir ninguna de las tres y morirían ahí ahogadas sin que nadie sepa siquiera por donde empezar a buscar sus cuerpos. El tío de Cora había muerto hace más de veinte años en esa misma playa y ahora Cora se reprochaba no haber escuchado a su madre cuando le decía que nunca se bañe ahí “En Punta Lucía siempre parece que el mar está tranquilo, la gente entra y después no puede salir. Ahí el mar es traicionero. Acuérdate del tío Javier”. Una ola la había revolcado con fuerza y la había dejado exactamente en el mismo lugar, pero de alguna forma que después calificó como divina pudo llegar a la orilla con Berti que había podido salir primero, quizás porque era la más alta de las tres y podía impulsarse tocando la arena. “¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve”, seguía gritando Berti. Lidia se embarcó en un ola y por primera vez en lo que parecía una eternidad, se acercó un poco más hacia sus amigas. Poco a poco fue llegando a la orilla hasta que alcanzó a Berti y a Cora y salieron juntas del mar exhaustas, sin decir nada, sabiendo que habían ganado la vida otra vez, por azar pero también por insistencia. Caminaron hasta llegar al lugar donde tenían sus cosas, sin parasol, sólo las toallas tiradas en la arena. Se acostaron agotadas y después se rieron todavía nerviosas y cada una relató su salida del mar, cómo había sido, que habían sentido, cómo las arrastraron las olas. Lidia contó que su padre le había dicho que había una frecuencia de siete olas muy bravas y que después de eso el mar volvía a estar calmo. Sólo era cuestión de esperar con paciencia que pasaran esas olas y después tratar de salir. “Traté de calmarme con eso, pero no pude esperar, ya quería salir” les dijo con los ojos angustiados. Las tres se agarraron de las manos y no dijeron nada más. Recogieron sus cosas y se fueron asustadas de Punta Lucía, pero también victoriosas y renovadas por ese nosequé que da la cercanía a la muerte. Cora en su cama hacía un repaso de todo pero había una imágen que persistía, Lidia sóla agitando los brazos en el ancho, infinto mar. Sola, estancada, sólo ella podría sacarse de ahí. “Estamos solos” pensó Cora y volvió a intentar dormir otra vez, sintiéndose desprotegida como si no hubiese nadie más habitando la casa o el mundo hasta que recordó la cálida voz de Berti que había animado a Lidia a salir del mar diciendo "¡Ven! Sólo deja que la ola te lleve!".