jueves, marzo 09, 2017

¿Dónde estaban? Crónica del #8m en Guayaquil

Eran las cuatro de la tarde. En la Plaza San Francisco no había ningún movimiento fuera del habitual, sólo transeúntes y vendedores ambulantes. Daniela y yo llegamos convocadas por una imagen que difundió GKillCity donde se mencionaba un plantón a las 15hs. Había poquísima información circulando sobre plantones o marchas por el Día Internacional de las Mujeres en Guayaquil. El día anterior, CEPAM había hecho una convocatoria para las 18hs.

Empezamos entonces sólo las dos. Lo primero que hicimos fue nuestro cartel. Luego vimos un grupo grande de mujeres afro que parecían estar ahí por el mismo motivo que nosotras. Sí, estaban ahí para el plantón con su asociación. Después de un rato llegó otro grupo, Mujer & Mujer, una fundación de lesbianas, quienes nos invitaron a acercarnos y a protestar con ellas. Habían llegado a la plaza luego de haber ido a colgar desde un puente su pancarta, su voz disidente: “#Lesbianasenhuelga”. Conversamos con estas mujeres movilizadas, politizadas, algunas también profesoras como nosotras. En esas horas compartidas en la calle generamos algunos vínculos que quizás devengan en acciones educativas (¡Ojalá!).


Otros grupos afro se hicieron presentes, con la marimba y sus arrullos cantaron en homenaje a las 33 víctimas de femicidio (registrados, ojo) en el Ecuador durante el año 2016. Acompañaron la performance del grupo LGBTI del Ecuador que dispuso un par de zapatos de color rojo por cada mujer asesinada. Los familiares de las víctimas estaban ahí, sosteniendo carteles con los nombres de las suyas. A la derecha, un grupo de mujeres trans también se hacía presente. Los únicos medios de comunicación que cubrieron este plantón fueron GKillCity y un canal de televisión queer. Las mujeres de CEPAM llegaron tarde a su propia convocatoria pero estuvieron presentes con sus banderas moradas y fueron un grupo numeroso. 

Fuera de las organizaciones, las personas que fuimos por nuestra cuenta éramos pocas. Con Daniela no podíamos evitar preguntarnos "¿Dónde están las gestoras culturales? ¿Dónde están las escritoras? ¿Dónde están las profesoras? ¿Dónde están las mujeres guayaquileñas progre?" Sabíamos desde un principio que no íbamos a ser muchas, pero tampoco esperábamos ser tan pocas. Quizás nos dejamos esperanzar por el discurso feminista que muchas mujeres que conocemos y admiramos manejan en sus redes sociales. En fin, que las que estuvieron ayer en la marcha no son las caras conocidas de las universidades y del mundo del arte y la cultura. Las mujeres que estaban ayer fueron las mujeres comunes, como dijo Daniela, las mujeres de todos los días, y como agregué yo, mujeres como nosotras. Mujeres que están haciendo algo por luchar por otras mujeres cada día, en lo cotidiano, y por eso, porque hacen algo todos los días se sienten interpeladas a hacerse presentes en la calle y gritar “¡Ni una menos!”. Estuvimos las que teníamos que estar, pero hubiese sido tan genial que nos movilicemos todas.

Espero que el próximo año seamos muchas más. Espero que cada una de nosotras se sienta lo suficientemente empoderada de la lucha feminista como para salir a la calle a poner el cuerpo. Espero que empecemos a sentir que el espacio público nos pertenece. Espero que nos atrevamos a compartir espacios con mujeres de distintas clases y orientación sexual. Espero que salgamos de la comodidad de nuestras casas para plantar los pies afuera aunque llueva. Espero que nos acompañemos en esta lucha que es la lucha de todas. Espero que sigamos el ejemplo de Quito y de Cuenca, donde las movilizaciones tuvieron muchísima más concurrencia.

Como le dije a Daniela ayer, no estamos en Buenos Aires, ni en Nueva York, ni en Madrid. Estamos en Guayaquil, sabemos muy bien lo que eso significa. En toda lucha, en algún momento, no hubo nadie. Tomemos la poca concurrencia como una oportunidad y no caigamos en la desesperanza. Sin dudas el plantón de ayer nos abrió los ojos en cuanto a la cantidad de cosas que hay por hacer. No vamos a sentarnos a llorar por las mujeres que no fueron ayer, en lugar de eso queremos aplaudir a las que sí estuvieron porque su presencia, así como la nuestra, fue valiosísima. Su desplante, mujeres guayaquileñas, sólo me hace querer seguir educando en equidad para que más y más chicas de nuestra ciudad se involucren en la causa. Nosotras ya ganamos porque dos de nuestras alumnas del Taller de Género que hicimos el año pasado en la escuela se hicieron presentes. La presencia de nuestro amigo y compañero docente @mr_jonathan también nos dio mucha alegría.

En fin, súmense. Ya las estaremos convocando para alguna actividad.

Nota al pie: La policía también estuvo presente pero para proteger a la iglesia, no a nosotras. A nosotras se nos acercaron un par de tipos bastante amenazantes a preguntarnos, entre risas despectivas, si estábamos ahí para que no nos violen y no nos maten.

Bonus:


martes, marzo 07, 2017

#8m: Soy feminista


Y soy profesora. Este año al terminar el ciclo escolar, Daniella, una de mis estudiantes, se me acercó para despedirse y me dijo esto: “No sé qué habría hecho sin el feminismo. Gracias por esa clase”. Nos abrazamos y solo atiné a responder que yo tampoco sabría que hubiese hecho sin el feminismo. Seguramente Daniella pasó por un año turbulento, y yo también, el feminismo nos había salvado de alguna manera ¿Cómo? ¿Qué nos dio el feminismo?

Mi búsqueda empezó con fuerza en marzo. Aunque había leído a algunas autoras feministas por mi cuenta (en la universidad no se hace más que mencionarlas de paso cuando los estudios sobre la ideología y el postestructuralismo, solo por dar un ejemplo, no podrían pensarse sin los aportes claves del feminismo), aunque siempre me sentí atraída por los estudios de género, aunque tengo amigas activistas, aunque los carteles de agrupaciones feministas de la facultad siempre me guiñaban el ojo, nunca había sentido con tanta fuerza esta sutil y a la vez urgente certeza: “algo no está bien”. Así me encontré buscando respuestas, con la grave intuición de que eso que no estaba bien dentro de mí, ese malestar, tenía que ver con mi condición femenina.

Ese mes de marzo estuve de vacaciones en Inglaterra, ahí las conversaciones sobre el rol de la mujer estaban al orden del día en los periódicos, la radio, la vía pública. Empecé a nutrirme de estas conversaciones y me compré un libro introductorio sobre feminismo llamado Girls will be girls. En este libro bastante accesible, la autora Emmer O’Toole, narra situaciones personales y las analiza desde los estudios de género, principalmente desde los abordajes de Judith Butler. El libro fue un buen disparador para diseñar el primer tema con el que mi programa de estudios para bachillerato debía empezar ese año, “Lengua y género”. Cuando volví de mis vacaciones y regresé al colegio, aun sin alumnos, me encontré con Daniela, otra profesora que había pasado sus vacaciones en Europa y se había traído con ella inquietudes muy parecidas a las mías. Las dos habíamos descubierto casi al mismo tiempo la necesidad de nutrirnos de la perspectiva feminista. Resolvimos en marzo que “debíamos hacer algo”, si habíamos detectado un malestar en nosotras, era muy probable que nuestras alumnas también lo estuvieran sintiendo.

Las conversaciones entre Daniela y yo se fueron profundizando a medida que leíamos y hablábamos. Los hilos invisibles del machismo que se habían hecho cuerpo en mí, empezaban a mostrarse. Las situaciones de violencia de género del pasado se mostraban como lo que eran. Necesitaba al feminismo y el feminismo me necesita a mí. Luego de algunos meses Daniela y yo nos atrevimos a diseñar lo que llamamos un “Taller de género” para las chicas de la escuela. Nutridas por la experiencia de la biodanza que empezamos a practicar en septiembre y por nuestros aprendizajes personales en otros espacios, creamos este taller que podría ser llamado también un círculo de mujeres. En estos encuentros nos permitimos ser parte de un espacio de reflexión y de sororidad. Daniela y yo participamos de la actividades que propusimos porque también necesitábamos una ruptura de lo cotidiano para pensarnos y encontrarnos con otras mujeres. Creo que el Taller de género nos hizo bien a todas de un modo profundo y significativo. En cada encuentro había un disparador, un capítulo de un libro, una canción, un poema, que pusiera en juego nuestra condición de mujeres. Luego había una producción, un texto, una pequeña obra de teatro, una pintura, que nos permitiera expresar nuestros propias ideas y ponerlas en común. Al final un cierre, un abrazo conjunto, una reafirmación de que estábamos acompañadas, en un lugar seguro.

En nuestras clases, en el aula de todos los días, cada una se encargó de poner la perspectiva de género sobre la mesa hilándola con su materia, yo con Literatura, Daniela con Negocios. En las clases de Literatura nos cuestionamos el genérico “él”, analizamos las representaciones de la mujer en los medios de comunicación y en discursos políticos, debatimos sobre el aborto, leímos obras como Persépolis, Medea y Arráncame la vida que proponían personajes femeninos-otras, disidentes, que se cuestionaban su rol de mujeres impuesto. Daniela y yo, desde nuestro lugar de profesoras, nos atrevimos a problematizar nuestra condición de mujeres junto a una centena de adolescentes. Nos aplaudo por eso. No llegamos al aula con respuestas, sino con inquietudes, algunas muy personales, y fuimos creciendo, siempre junto al grupo.

El otro día leí un artículo de una escritora feminista que planteaba que el feminismo se había convertido en una especie de lucha personal, que las mujeres habíamos llevado el feminismo al terreno de la vida íntima y lo habíamos arrancado de su carácter social, revolucionario, anticapitalista. Me generó un conflicto. ¿Estaba buscando en el feminismo, como se busca en cualquier dogma, las respuestas para mi vida? Tengo la certeza de que es mi decisión mirarme y mirar el mundo hoy a través de este lente, sin ingenuidades. Me atrevo a decir que quiero llevar el feminismo al terreno de la intimidad porque la intimidad también es política. Me atrevo a decir que si quiero sanar al mundo, también me tengo que sanar yo ¿Cómo no transformar en una lucha personal la lucha en el espacio público que pone en jaque las reglas del juego, legislativas, económicas, familiares y sociales? Estamos profundamente atravesadas.

Esta búsqueda que empezó en marzo continúa hoy, un año después. Sigo leyendo, sigo dándome herramientas y cada día me siento más fuerte. Sé que hay contradicciones en las que todavía debo trabajar, es un proceso. Y porque intento, mañana 8 de marzo, en el día internacional de las mujeres voy a ir al encuentro público con otras guayaquileñas para hacernos visibles, para exigir la autonomía sobre nuestros cuerpos y para reivindicar la lucha por la equidad. Me gustaría ver a las mujeres que conozco en la marcha, también me gustaría ver a las agrupaciones queer acompañándonos porque siento que nuestra lucha en el fondo es la misma. Espero que mañana el malestar y la opresión de las mujeres se transforme en una fuerza potente de amor que inunde las calles del mundo exigiendo equidad, justicia y libertad en los ámbitos públicos y privados que habitamos todos los días.