domingo, noviembre 30, 2008

Principio Kosher

No podía evitar sentir el ascenso del bulto protuberante en sus pantalones cada vez que pasaba un infante.El sexo alborotado saltaba ante cualquiera de estas pequeñas réplicas de personas que lo obsesionaban. Sabía que pecaba de pensamiento, pero su cuerpo siempre lograba traicionarlo. Para censurar la idea retorcida de tener a un niño entre sus sábanas pensaba en su hijo. A él nunca le podría hacer nada, le repugnaba el sólo pensamiento de tocarlo. Se sentía sucio y lascivo ante cualquier caricia filial. Su sexo adormecido a veces se despertaba cuando arropaba al niño durmiente en su cama. Acto suscesivo, arcadas, vomito por doquier, violentos cortes, semi-mutilaciones ahí donde la sangre palpitaba provocando la erección. Su hijo no, no podía ser.

Para saciar su sed recurrió a cuidar todos los días al hijo de una ocupada madre vecina.El niño rubio, de grandes ojos temerosos obedecía ante el miedo de un castigo de su cuidador.Todos los días llegaba de la escuela con el hijo del hombre a quien debía su cuidado cuando no estaba mamá.Bajaba directo al sótano oscuro donde sabía, lo estaba esperando. Se entregaba docilmente ante lo que creía era un juego de adultos del que él, privilegiado, podía participar en secreto.

Los juegos a veces eran eternos, duraban horas. El hijo del hombre empezó sentirse solo, los celos corrían como un torrente por su alma. Ante el sentido desprecio, el hijo celoso convenció al niño de ojos temorosos para ser él quien bajara al sótano. Cada escalón que bajaba hacía más curioso su espíritu, sentía cada parte de su cuerpo palpitar ansiosas por ser parte del juego secreto que el padre, egoísta, no había querido compartir con él.

Una vez en el sótano sintió al padre acercarse, sintió su respiración al rededor de su nuca. Se quitó la ropa bajo la orden partenal, entre los besos de quien jamás había recibido ni el más frío de los cariños. Un fuerte sacudón y los gemidos extasiados del padre en celo se mezclaron con el llanto del hijo adolorido por tan violenta
intromisión. El llanto, ese llanto no era familiar en los juegos rutinarios del padre. Desesperado prendió la luz para descubrir lo que tanto había temido. Sus jugos nunca debían haberse mezclado con la sangre del hijo así como un cabrito no debe ser jamás cocido en la sangre de su madre.

Entre los llantos horrorizados de su único descendiente el padre se desmembró con la fuerza bruta de sus manos. Pasaron segundos para que el niño desnudo muriera de pena y culpa en el piso del sótano besando con fervencia el miembro sangrante del padre castrado.

Enunciación

Este solía ser mi espacio, hoy es la morada de los personajes macabros que vienen de lejos para perpetuarse en mi vil escribir.

“Inquilinos de mis palabras, les alquilo mi lenguaje para que se inmortalicen en él, háganme cruel, despójenme de todo sentimiento magnánimo y hagan sangrar mis dedos cada vez que dude alejarme de mi pluma o peor aún, hacerla misericordiosa.”

Oda

Quiero hacerle una oda a tu belleza.
Una oda vulgar que me permita hacerte en palabras todo aquello que en cuerpo no me fue permitido.

Quiero que se unan mi verso con tu lírica.
Que mis letras hechas cuerpo las conviertas en estrofas.

Quiero que me llenes los oídos de onomatopeyas.
Revolcarnos fonema a fonema !crescendo! ¡crescendo!

miércoles, noviembre 26, 2008

Tuve un sueño

Estamos sentados en una mesa y los tres comemos cangrejos... son negros, me asustan. De un lado tu novia y del otro lado yo, que soy también, tu novia. En esta triada se bien que soy yo la negrura del cangrejo, soy yo la pata que va a hacia atrás, el animal punzante que a tu pie lo muerde. Ella es todo lo que yo no soy, pero tú, exquisito comensal sentado en la mesa, tú no la quieres a ella. Prefieres al crustáceo punzante. Ahora tendrás que soportar el dolor de la tenaza clavándose en tu piel, no digas que no te lo advertí.

lunes, noviembre 24, 2008

El Navegante

No es muy común ver a una señorita de la nobleza navegando en medio río pero por él hice una excepción. Me ha invitado a su velero una tarde de verano húmedo. Mientras vamos navegando él se acerca a mí, me dices cosas dulces incluso ridículas al oído. Siento de repente una punzada a mis espaldas… y es que me he olvidado mencionar que el navegante es un púber alborotado que ha cedido ante mis maduros encantos. No es de sorprenderse que un muchachillo deje abierto el caudal al pensar en tener en su lecho a una mujer que podría ser su madre. Pero tanta insistencia adolescente me empieza a repulsar, sus finos deditos inmaduros se alteran entre mi ropa. Ante tal acto nauseabundo no puedo evitar exclamar:
- Pero… ¿Qué te creíste que soy pequeño iluso?
Y levanto sus manos de mi cuerpo. Es tan frágil que con facilidad logro domarlo, ronronea como un gatito asustado. Encuentro en el velero un pequeño cuchillo que antes había utilizado el pigmeo para cortar una soga. Empiezo la operación: Empiezo por los dedos de los pies, subiendo lentamente por las piernas, así voy separando la fina piel del cuerpo y mi joven amante se va quedando en viva piel. Se ha desmayado, lo que hace más fácil el trabajo, sin embargo me empiezo a aburrir sin compañía y utilizo mi frasco de perfume para despertarlo. Ahora con sus gritos me siento más cómoda. Una vez terminado el procedimiento clavo la tersa piel del joven a lo más alto del mástil y después clavo también en los pies. Que hermosa vela, ¡una apología a la eterna juventud! Me olvidé de contaros que hice con sus blancos y perfectos dientes, me han gustado tanto que he decidido hacer con ellos un collar como recuerdo de su amor ¡Encuentro esto tan romántico! Sus uñas las guardaré para la buena suerte y sus testículos me servirán para cambiarlo por oro en el próximo puerto, donde encontraré, si tengo suerte, a otro joven navegante que quiera pasar conmigo una húmeda tarde de verano.

El ocupante

Una vez cada mes, viene roja y desbordante. Ella está preparada, esta vez ha utilizado el calendario para marcar la fecha en que deberá combatir contra el torrente que lo mancha todo. El día ha llegado, y como es mejor prevenir que lamentar, ha decido introducir en la cueva del milagro a su pequeño amigo de algodón O.B.
Lo saca de la caja donde está junto con los otros soldaditos, lo desenvuelve, desenrolla su trencilla verde y abre los muslos, respira profundo, lo toma con dos dedos y lo ahoga en su néctar. Sabe que lo ha hecho bien pues ya no lo siente, ahora él es parte de ella. El acto ha sido consumado.
Se pone las bragas y luego se viste para ir al trabajo. Él la acompañó en su trayecto. Al cabo de unas horas cuando ya no podía absorber más el agua profunda que lo había empapado con su tinta roja, sabía que su hora había llegado. Ella también lo sabía. Se dirigió al baño de la oficina para expulsarlo de sí. Se subió la falda hasta la cintura, abrió los muslos y tanteó entre sus relieves; ubicar la trencilla verde era el objetivo. No la encontró, parecía que sus labios la hubieran absorbido como a un spaghetti.
Desesperada siguió tanteando, buscando, indagando. La trencilla no aparecía por ninguna parte, sin ella no podía halar a la pequeña bala de algodón. Ya había pasado más tiempo de lo normal en el baño, pronto alguien preguntaría por ella, o peor, alguien necesitaría utilizar el servicio. No podía salir así, ahora el líquido espeso exploraba nuevos horizontes. Desesperación. Enterró sus dedos buscando en la profundidad al intruso pero no lo sentía por ningún lado mientras un pequeño riachuelo rodaba por su piel.
Apoyó una de sus piernas en el inodoro para ver si sus dedos lograban llegar hasta el empapado algodón, pero no había rastros de él por ninguna parte. Seguía intentando, sus dedos parecían derretirse y de repente sintió algo. Ahí estaba él, y ella con un movimiento torpe de su dedo índice lo había hundido más. Intentó pujar con su vientre; parir al intruso, pero fue en vano, lo único que logró con eso fue salpicar el suelo del baño y teñir aún más sus bragas.
Alguien tocó enérgicamente la puerta y los nervios se apoderaron de ella, ya había estado mucho tiempo ahí. Se subió la manchada prenda, se acomodó la falda, salió rápidamente sin alzar la mirada y no dio explicaciones del desastre. Tenía que irse. Tomó un taxi y se dirigió al hospital que le quedaba más cerca, aún estaba a tiempo de sacar al invasor antes de que este la fecunde. El diluvio ahora mojaba el asiento del taxi, y la falda se bañaba en su mar.
Llegó a la sala de emergencias y al poco tiempo la atendió un doctor. La examinó. Ya era muy tarde, el pequeño violador la había fecundado pues no había rastro de él. El aborto no era una opción, ella se tenía que hacer cargo del nuevo ser que ahora se alimentaba de su sangre. Pronto nacería el pequeño albino para unirse al batallón. Al igual que ellos esperará impaciente ser el elegido para ese día que llega una vez cada mes.