Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano
Recordaré el 2015 como el año en que empecé a ser profesora. No basta con dar clases para ser profesora, eso ya lo había hecho antes, sin convertirme. ¿Qué me hace sentir profesora? Quizás la aceptación total de la responsabilidad de estar a cargo de una pequeña parte de la iniciación literaria de 135 chicas y chicos. Quizás la aceptación total de la implicación que requiere estar en el aula como se está en un momento histórico, irrepetible (aquí parafreseo a una de mis compañeras, mayor y más sabia). Quizás la aceptación total de hacerse cargo de lo que sucede en el aula, porque aunque los maestros no somos el centro del aprendizaje sí jugamos un papel importantísimo en el clima del salón de clases, pudiendo convertirlo en un lugar hostil o en un lugar alegre donde todos estén más o menos predispuestos a trabajar juntos. Quizás es la aceptación total de estar abierta a 135 relaciones particulares y diferentes, a sentires, inquietudes y problemas que se cuelan en el aula por todas partes. Se trata de aceptar que una es profesora, con todo lo que eso implica.
Este año aprendí que dar la materia es una parte pequeña, pequeñita, pero intelectualmente, monstruosamente, desafiante. Que las inseguridades siempre acechan con pensamientos del tipo "no sé lo que estoy enseñando", "soy una estafa", "por qué me eligieron a mí". Que una como maestra debe implicarse en el aprendizaje, y enamorarse de lo que está enseñando. Que somos las guías del aprendizaje conjunto de la materia, este año aprendí junto a mis estudiantes muchísimo sobre literatura. No hay que saberlo todo para enseñar, está permitido aprender junto a tus estudiantes (Lee El maestro ignorante de Jacques Rancière ).
Aprendí que nadie va a entrar al aula y hacer la clase perfecta por ti, tú tienes que diseñar las clases que quieres tener (consejo de Gabriela en una de mis crisis ¡Gracias!). Aprendí que si tratas a los estudiantes con hostilidad, ellos serán aun más hostiles que tú y habrás cerrado una puerta muy difícil de volver a abrir, pero no imposible. Aprendí que la relación con cada estudiante se teje con unos hilos muy finitos, que hay saber cuidar. Aprendí que esta es una profesión agotadora y desgastante, que puede llevarte a crisis emocionales importantes sino aprendes a tenerte compasión. Aprendí que es una profesión altamente competitiva y que los adultos muchas veces arruinan el espacio potencial y vital que es una escuela. Reafirmé que el sistema educativo tradicional es terrible y caduco y que es imprescindible salir de ahí pronto para no aniquilar por completo las ganas de enseñar. Aprendí que es necesario crear otros espacios porque la escuela de nuestros sueños está por construirse.
Espero que este post le sirva a alguna profesora novata. Si estás ahí ¡No te rindas!