martes, agosto 01, 2017

La reja es el mensaje

En 1964 McLuhan introdujo su frase más famosa en el libro Understanding media: the extensions of man ¿Qué quería decir McLuhan con eso de “El medio del mensaje”? Pues que el mensaje no puede ser pensado sin el medio en el que toma forma, el medio es parte constituyente del mensaje y no da lo mismo si un mensaje se transmite en un medio u otro. Los medios comunican y McLuhan entendía por medio de comunicación cualquier artefacto productor de algún efecto social. El medio que quiero analizar hoy es la reja, el objeto predilecto del Municipio de Guayaquil que está moldeando la manera en que los habitantes de la ciudad nos relacionamos con el espacio público y con los otros.

La reja lleva en sí misma un mensaje, comunica alguna cosa y tiene un efecto social. La reja tiene agencia, un término utilizado en las ciencias sociales para referirnos a la capacidad de acción de cualquier sujeto u objeto. Ahora bien ¿Qué comunica la reja? ¿Cuál es su efecto social? Si bien las rejas pueden asociarse a  los significados de protección y seguridad tendríamos que preguntarnos ¿De quiénes quiere protegernos el Municipio? ¿No se supone que las instituciones públicas deben velar por la seguridad de todos los ciudadanos?




Las rejas están asociadas -también- a la división, la segregación y la exclusión. La reja no es un objeto “ingenuo”, sino un intermediario que transporta una serie significados y transforma a los actores que involucra. Los transeúntes, los parques, las calles y la ciudad entera con su denso tejido social se ven afectados. La reja configura un adentro “seguro” y un afuera que es cada vez más marginalizado. Decimos “seguro” porque desde una perspectiva foucaultiana la reja también es un dispositivo de control que permite que los espacios públicos sean más fáciles de monitorear con entradas y salidas precisas, localizadas. Decimos que el afuera es marginalizado porque ahí se ubica todo el malestar que la ciudad prefiere no ver; la pobreza que tiene como efecto la violencia en múltiples formas.

Hace unas semanas un grupo de jóvenes decidió alzar su voz en contra del cerramiento de los espacios públicos en la ciudad. No faltaron los comentarios de los defensores de la reja quienes argumentaban que para poder gozar de un espacio abierto primero debíamos atravesar, como sociedad, un largo proceso de educación y aculturación, lo que llamaban “cambio de mentalidad”. Este argumento supone que los procesos educativos ocurren únicamente en el mundo abstracto de las ideas e ignora que el espacio y los objetos también educan y de manera mucho más eficaz. Latour (1992), en un ejemplo para dar cuenta de la agencia de los objetos narra el caso del gerente de un hotel que no sabía cómo hacer para que los huéspedes dejaran de olvidarse  de dejar la llave en la recepción. La solución más eficaz fue hacer un llavero pesado. A esto me refiero cuando digo que los objetos educan más eficazmente. Los cambios culturales no se dan únicamente en el mundo intangible de las ideas.

Ahora bien ¿Cuál sería la solución al enrejamiento de nuestra ciudad desde la sociedad civil? Creo que podríamos empezar por la recuperación de los espacios públicos. Necesitamos más eventos culturales al aire libre como han venido haciendo algunas organizaciones sociales y colectivos artísticos. En el plano de lo personal, caminar y habitar los espacios públicos cotidianamente, superar el miedo que durante décadas nos han inculcado e ir al encuentro con los otros. Si empezamos a abrir la ciudad, poco a poco el fragmentado tejido social que ha marginado a un grupo de nuestros ciudadanos, empezará a restaurarse. Necesitamos superar la cultura del encierro para salir a la calle, habitar la ciudad plenamente y relacionarnos con los otros. En una ciudad donde abundan las urbanizaciones cerradas y los centros comerciales es urgente que recuperemos el sentido del espacio público y de lo común, de otro manera estamos condenados al individualismo, la segregación y el encierro. Quizás luego también nos atrevamos a sacar las rejas de las ventanas de nuestras casas.
A continuación un anecdotario referente al uso del espacio público en nuestra ciudad, más allá del enrejamiento:

  • Hace unos años una amiga vino de Argentina con su novio, quedamos en encontrarnos en un parque. Cuando llegué estaban muy contrariados porque se habían sentado en el borde de una jardinera y un guardia los había obligado a pararse.
  • En el 2015 tuve que esperar un par de horas la salida de un bus en el Terminal Terrestre. Me recosté en las sillas y el guardia me obligó a sentarme correctamente. Luego despertó a un señor que estaba dormido, pero sentado, sólo tenía los ojos cerrados. Está terminantemente prohibido dormir en el Terminal.
  • Si hoy quisiera ir a leer un libro al parque de mi barrio, Miraflores, no podría. El parque está enrejado y permanente cerrado, parece que existiera sólo para ser contemplado desde afuera de las rejas.
  • Hace unas semanas me fui caminando desde mi casa al Malecón del Salado con una amiga, no sé cómo lo logramos. En la mayor parte de los tramos no había vereda, la ciudad no está pensada para ser caminada.
  • Este año el Municipio decidió cerrar los parques Seminario y Centenario, los parques más emblemáticos de la ciudad. El Municipio se reserva el derecho de admisión y hay guardias que vigilan y controlan las dos únicas puertas de entrada y salida del parque.
  • En el 2015 un hombre murió aplastado por una reja en el Parque Centenario.

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