Se limpió cuidadosamente las manos y luego caminó hasta el final del pasillo. Era el lugar más oscuro y fresco de la casa. Necesitaba enfriar su mente y dejar de pensar en el horror del que había participado hacia la tarde. No podía ver nada, su ojos parecían estar llenos de rojo. Se acostó sobre el piso que usualmente estaba helado y sintió calor, un calor tan intenso que parecía traspasar su piel. Siguió acostado pensando ingenuamente que el calor iba a desaparecer dentro de un rato. Trató de cerrar los ojos, trató de ver algo más que el rojo, no pensar en nada, no recordar. Pensó que lo había logrado justo cuando el metal atravesó su cabeza, pero luego de unos segundos el rojo volvió y ya no se iría nunca.
Me acorde de Macbeth...
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