domingo, julio 13, 2008

Litio

Anda por toda la casa vestida completamente, desde el cuello hasta los tobillos, poco le importan los treinta y ocho grados de calor pronosticados en el periódico. Se encarga de ir habitación por habitación para bajar las persianas después de cerrar la última, la del comedor, sube a su cuarto con una escalera, la coloca en el medio y se trepa para sacar el foco. Todo está listo, aunque por el intenso sol todavía hay unos cuantos rayos de sol que se escabullen por las persianas. Va hasta el ropero y busca en los cajones hasta que lo encuentra; un elegante sombrero de paja adornado con un listón negro. Se pone el sombrero y se dispone a bajar para servirse el desayuno. Ya en la cocina saca lo necesario para la primera comida del día, el yogurt natural, la miel, la avena, dos tostadas integrales, doce uvas y medio vaso de leche. Se sienta en la mesa de madera en el centro de la cocina, coloca una servilleta de tela sobre sus piernas y empieza a comer. Primero el yogurt mezclado metódicamente con la miel y la avena, después pasa a las tostadas, las toma de forma delicada sólo con el pulgar y el índice de su mano que está cubierta con un guante. Las uvas las deja para el final, se las come una por una, nunca dos a la vez. Se toma el vaso de leche y se levanta de la mesa. Se da cuenta que a pesar de las persianas la luz que entra a la cocina le molesta, va a la sala donde encuentra el diario y vuelve con él a la cocina. De un frasco amarillo saca una cinta aislante que había dejado ahí hace algunos días. Abre las hojas del periódico y empieza a empapelar la ventana. Han quedado perfectas, se felicita.

Va a recostarse a la sala para hacer la digestión, se queda ahí unos cuantos minutos hasta que siente una sensación de quemadura en la cara. Sube otra vez a su cuarto y del primer cajón de su cómoda de roble saca un pote azul, se lo unta en el rostro y siente alivio. Deben ser los rayos actuando en mis genes piensa. Decide mejor recostarse en la cama así como está; vestida de negro, cubierta con guantes, pantalón, medias, camisa con cuello largo, el sombrero y la cara blanca por la crema. Se queda viendo a las persianas, tal vez debería comprar unas más gruesas y en ese momento una leve brisa permite la entrada de luz directamente sobre ella. Se para precipitadamente y busca desesperada en el ropero sus gafas. Busca entre los montones de ropa pero no las encuentra y la mirada se le va nublando poco a poco. Cuando piensa que se ha quedado ciega encuentra las gafas entre los miles de recortes que colecciona hace ocho años, se lee en el primero “Los daños irreparables de la radiación ultravioleta”.

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