martes, septiembre 30, 2008

Recorrido

Empiezo por las manos firmes, que de forma cuidadosa me tocan, me hacen temblar, me recorren y me tienen.

Subo por los brazos que me envuelven, que se estiran pidiendo cerrarme contra todo el cuerpo, que me toman entre ellos cuando nos despedimos, cuando nos volvemos a ver.

Sigo por el pecho que me recibe, que me hace un lugar cuando llega la hora de cerrar los ojos y hundir la cabeza ahí, en el lugar de estar, en mí lugar de estar. Y luego el cuello, donde también es perfecto hundirse y aspirar lo más profundo de su alma.

Después el mentón y una boca que ha de decir siempre la verdad, porque su corazón no conoce otra cosa. Una boca que recibe a la mía con calma, que no se apresura, que me espera.

Al final de todo llego a los ojos y me sumerjo en ellos como si fueran el óleo del más claro azul y yo un pincel que se empapa en su pasión.

Icónico

(Versión editada y mejorada de "A lo borgiano")

Ayer me desperté muy agitada como nunca, dos horas antes de la hora a la que en realidad tenía mi alarma programada. Tú sabes como soy de paranoica, el solo pensar que no cumpliría con mi programa mañanero de despertarme a las nueve hacía una gran influencia en mi cuerpo. Mis ojos se habían abierto de un tirón, creo que la violencia del movimiento incluso había llegado a doler.

No se como logré llegar al baño. Abrí bien los ojos, aunque solo podía ver bien con uno, el pegajoso rocío matutino empapaba mi ojo izquierdo. Después de lavarme la cara sin lograr despegar el ojo afectado empecé a observarme en el espejo, lentamente de abajo hacia arriba. Senos, cuello, mentón. Luego continué con una vista más decente, centrada en mi cara.

Frente (ya con ciertas marcas de expresión), cejas, pestañas, ojos, nariz y de repente un “¿Dónde están mis labios?” escapó de mi fosa bucal. Desesperación. Pero si estaba segura de que aún estaban ahí cuando me fui a dormir. Instintivamente empecé a buscarlos por mi cuerpo, talvez se aburrieron de estar tanto tiempo en el mismo lugar, es algo que a todos nos pasa.

Los busqué por todas partes, te juro que busqué. Tal vez se me habían caído a un lado de la cama, el lugar preferido de los objetos para esconderse. Al no verlos por ninguna parte mi desesperación empezó a crecer. Abrí todos los cajones que encontré, cajitas, cajas, cajotas. Busqué debajo de los muebles, de la mesa, de la cocina, en la refrigeradora. No estaban, me habían abandonado y ahí estaba yo desahuciada por la extensa búsqueda luciendo como un conejo, a la edad de 20 años.

Se me acaba de ocurrir algo, tal vez se quedaron pegados al vaso grande donde me gusta tomar la leche. Seguramente querían sentir el frescor de la leche un poco más y yo me apresuré demasiado para hacer alguna cosa. Yo y mis programas, yo y mis planes. Voy a buscarlos ¿me esperas un rato?

Discúlpame por la demora, he revisado cada vaso de la casa y los malditos no están. Se complicó. Ahora si que se complicó.

Talvez eran claustrofóbicos, tú sabes que a mi no me gusta salir mucho y mi casa es pequeña. Entiendo que si padeces de esta fobia, debe ser muy difícil acompañarme todo el tiempo. Creo que fue mi culpa el no notar su necesidad de salir, no sólo por el hecho de salir en sí, sino también para atraer una que otra mirada, un roce de otros iguales a ellos. Que egoísta he sido.

Acabo de ver que he dejado la ventana abierta, sino están aquí entonces lo más seguro es que se salieran por ahí, que se escabulleran como cobardes sin siquiera despedirse después de todo lo que hice por ellos. Que la crema para humectarlos en el frío, que el protector para cuidarlos del sol, que el lápiz de labios de marca.

¿Suicidio? No, eran unos cobardes en el fondo. Creo que tan solo se escaparon. Me aferro a la teoría de la claustrofobia, aunque si en realidad si esa hubiera sido la causa no creo que hayan podido aguantar tanto tiempo, se hubieran ido antes. ¿O será que te fueron a buscar? Una vez vi a los muy atrevidos abrirse de un suspiro mientras jugabas con mi pelo.

La Maga

sábado, septiembre 27, 2008

El viaje


I

Casas, edificios y árboles pasan como hilares de colores por la ventana.
Casas, edificios y árboles, cada vez estoy más lejos del reconfortante lugar de lo certero.
Casas, edificios y árboles, este es un viaje hacia lo oxidado, lo olvidado y lo marchito.

II

Casas, edificios y árboles pasan como hilares en blanco y negro porque aquí dejan de existir los colores.
Casas, edificios y árboles, cada vez estoy más cerca del tétrico lugar de lo incierto.
Casas, edificios y árboles, presiento que esta es mi parada.

viernes, septiembre 26, 2008

El coleccionista

Juan es raro. Usted seguramente lo ha visto por la calle sin darse cuenta lo peculiar de sus costumbres. El padre José no lo ha notado en la misa, ni en las charlas de la Iglesia. María, que le confía sus hijos para las clases de latín, tampoco.

Pues bien, esté atento. Si encuentra a Juan algún día detrás de un vidrio empañado no se le ocurra dejarse llevar por la curiosidad, siga de largo, pretenda que no lo ha visto, es lo mejor. Ahora, si no puede controlar sus impulsos, quédese viendo qué son esas cosas que Juan guarda en botellas de vidrio.

Al principio no podrá distinguirlas bien, pero después cuando Juan abra el gran armario para colocar su nueva adquisición, usted verá todas las botellas con sus etiquetas respectivas. Algunas estarán ya envueltas en pudredumbre, añejándose, piensa Juan. Estoy segura de que usted, siendo tan inteligente como es, resolverá pronto el contenido de las botellas.

La próxima vez que vaya a las letrinas del pueblo piense que su acción no fue en vano. Qué gentil de su parte, estimado lector, brindar la sublime exquisitez que se gesta en sus entrañas.