jueves, octubre 02, 2008



En el vientre caliente me acurrucaba con las rodillas en el pecho. Las brasas de calor envolvían mi cuerpo de una forma agradable. Me quedaba dormida ahí, como flotando en un mar cálido. Las sombras rojizas me envolvían y yo me acurrucaba, me volvía a dormir. A veces me animaba a mover las manos, los brazos, haciendo presión contra el agua, tocando las paredes como un niño torpe que ensucia de chocolate el papel tapiz. Las paredes retumbaban y el agua se movía como en pequeñas olas. Mi cuerpo flotaba y me volvía a dormir saturada de placer.

A veces escuchaba pequeñas vibraciones que venían del otro lado de la pared. Un día esas vibraciones se hicieron más fuertes. Una presión me empujaba hacia afuera, como expulsandome en un remolino. Yo trataba de aferrarme, pero resbalaba por una pared acolchonada, de repente sentí algo extraño. Una ola fría en mi cabeza, yo salía del agua, y esta salpicaba por doquier. Ahora siento una presión, siento que dos bolsas dentro de mi pecho se llenan y se vacían en un movimiento que no puedo controlar.

Quiero volver a mi lecho pero me sigo resbalando. Ahora siento el frío por todo el cuerpo, y algo me toca. Me escapo al tacto, dando media vuelta estiro mis manos que por suerte son diminutas, ellas logran hacerse paso por el túnel de gelatina que minutos antes me había expulsado. Meto la cabeza, luego los hombros con dificultad y empiezo a patear hasta que mis pies están otra vez en el mar. Nado en el torrente cálido, me dejo envolver por el calor de sus olas. Me sumerjo como una galleta se sumerje en la leche, y vuelvo a flotar.

Yo soy todavía la raíz que se aferra en tus entrañas.

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