Ciudad
de Guayaquil, Aeropuerto Internacional Simón Bolívar. Trato de seguir con paso decidido a mi papá que se abre
lugar entre la gente hasta llegar al counter de la Golden
Box. Mi equipaje es entregado, al igual que mi pasaje y según
dice mi papá ya no tenemos que hacer nada, sólo esperar el avión.
En realidad la que tiene que esperar el avión soy yo, porque viajo
sola. Mi papá entra conmigo hasta la sala de embarque VIP y después
de tomarse una Coca-Cola bien fría se despide de mí con un beso no
sin antes chequear que tenga mi pasaporte. Esta última acción nos
lleva alrededor de diez minutos ya que entre todas las cosas que
llevo desordenadas en los dos bolsos de mano se me hace difícil
encontrarlo. Finalmente, ahí está, dentro un bolso más pequeño,
tejido, que compré en el mercado artesanal de Quito en las últimas
vacaciones. Todo “ok”.
Veo
a mi papá abandonar la sala con su andar seguro y despreocupado.
Pienso en cuanto lo quiero y en que caminamos igual. Antes de cruzar
la puerta se vira para mirarme con su amplia sonrisa y me grita
"¡Buen viaje mi amor!". Yo me río porque todos en la sala
se han detenido un segundo para ver quien es el inportuno que se ha
atrevido a gritar en la sala VIP. Le tiro un beso. Saco mi discman y
me dispongo a escuchar Jagged Little Pill pero
descubro algo fascinante, hay un teléfono en la sala que puedo
utilizar para hacer llamadas locales. Llamo a mi mejor amiga para
decirle que estoy en la sala vip del aeropuerto y se la describo por
completo. Me dice que se tiene que ir al bautizo de su hermana y
cortamos. Vuelvo a prender el discman y me adelanto a Ironic,
quiero escuchar la parte donde dice "and as the plane crashed
down he thought, well it isn't this nice?". Me hace gracia
dadas las circunstancias.
Empiezo
a aburrirme y dejo la música. Busco una revista y de paso me sirvo
un jugo de manzana. Vuelvo a mi sofá y ojeo la revista, es de una
aereolínea y está escrita así: una página en inglés y una en
español. Hay un artículo sobre la construcción del canal de
Panamá. Mi abuelo fue hace poco tiempo para un congreso de
despachantes de aduana y me dijo que Ciudad de Panamá era como
Guayaquil. No entiendo bien qué es lo que hace mi abuelo en
realidad, y debería hacerlo porque mi mamá hace lo mismo, trabajan
juntos en una oficina en Vélez y Boyacá.
Veo
que una de las chicas del VIP se acerca, es para avisarme que ya es
hora de embarcar. Junto a mí salen tres pasajeros más. Todos vamos
en el mismo vuelo a Dallas. Los cortos pasos desde adentro hasta el
bus que nos lleva al avión son sofocantes. En el autobús hay aire
acondicionado, el tramo hasta llegar al avión es tan corto que el
trayecto me parece ridículo. Subimos las escaleras metálicas y allí
nos reciben las azafatas sonrientes que nos invitan a sentarnos en
nuestros cómodos asientos de primera clase. Somos pocos así que el
asiento a mi lado está vacío. La azafata me ofrece algo para tomar
y un snack.
Saco
mi bolso con libros. Los viajes en avión son tan interminables. He
traído tres: Ramona, Are you there God? It's me
Margaret y Where the heart is. Todos están en
inglés. Saco el último, se trata de una mujer que tiene un bebé en
Wallmart y vive ahí escondida con él. Leo alrededor de dos horas y
termino el libro. Está atardeciendo. Saco mi cámara y tomo unas
fotos desde la ventana. Me encanta como se ven las nubes desde el
avión. Saco la pantalla que tengo en un compartimiento del asiento.
Veo la ruta, estamos volando sobre el mar. Toco la pantalla para ver
el menú de opciones y nada me convence. Saco Ramona.
Cómo me gusta este libro. Abro el asiento hasta quedar acostada y
leo hasta quedarme dormida.
Un
tiempo largo después escucho que la azafata está ofreciendo la
cena. Le pido sólo el postre, frutillas con crema. Cuando llegamos a
Dallas ya es de noche, el capitán se despide y nos dice la
temperatura de la ciudad. Cuando salimos del gate veo
una pantalla que muestra el estado y las terminales de los vuelos.
Busco la puerta de embarque en un mapa del aeropuerto que me dieron
en el avión. Es lejos. Hay un tren que le da la vuelta al
aeropuerto de Dallas, es gigante. Pienso que tal vez debería
intentar llegar a mi puerta con él pero me da miedo perderme así
que decido ir caminando con mis dos bolsos. Paseo por la tiendas
del dutty free y en una me compro marcadores de
colores para dibujar algo en el próximo vuelo con los dólares que
me dio mi papá.
Después
de caminar un largo tramo y esperar al embarque, llego a mi segundo
avión. Es muy diferente al primero. Esta vez viajo en business class
y tengo un asiento circular. Todo los asientos parecen estar
completos. A mi lado viaja un señor perfumado que tiene puesto un
sombrero de paja toquilla y un reloj muy brillante que llama mi
atención. Me doy cuenta que todos los pasajeros son hombres, hombres
de negocios, business men. Miro mis tennis, mi jean y mi
abrigo de colores y me trato de acomodar un poco el pelo pero me doy
cuenta que sin un cepillo va a ser una tarea imposible.
Me
siento un poco incómoda hasta que el hombre que se sienta a mi lado
empieza a hablarme. Me pide que lo ayude a sacar la pantalla, le digo
que claro y en dos movimientos pongo la pantalla frente a él. Dice
algo así como “¡Ah! Los niños de hoy saben más que nosotros los
viejos” y me agradece con una sonrisa. Me pregunta a dónde estoy
viajando y le digo que voy a visitar a mi tío que vive cerca de San
Francisco por las vacaciones de la escuela para aprender más inglés.
Él me cuenta que está viajando por negocios, tiene un cafetal en
colombia. Pienso que debe estar forrado y me acuerdo de la novela
colombiana que miro con mi mamá: Café con aroma de mujer.
El
viaje hasta San Francisco transcurre en silencio excepto en el
momento en que comemos. El señor cafetelaro, Alejandro, me cuenta
todo el proceso para tostar el café y yo le cuento que cerca de mi
casa en Guayaquil está la fábrica de Sí Café y todos los días
llega un aroma increible de ahí. También le digo que me encanta
desayunar con café y que a mi mamá, si no lo hace, después le
duele la cabeza todo el día. El me escucha y se ríe después de
cada frase que digo. Es muy simpático y ya no me siento incómoda
por el desastre andante que soy. Cuando la azafata nos trae el
formulario de migración Alejandro me ayuda a completarlo.
Ya
estamos cerca, lo confirma el capitán, en poco tiempo estaremos
aterrizando y yo empezaré mis vacaciones con unos días en San
Francisco. Mi tío va a llevarme a conocer la casa donde vivió
cuando estudiaba en Berkeley. También me dijo que me llevaría a
conocer la bahía, el barrio chino, el acuario y un museo de
ciencias. Nos vamos a quedar tres días en San Francisco y después
iremos hasta su ciudad en carro.
Cuando
salimos del avión hacemos la parada obligatoria por migraciones y
respondo a las preguntas en inglés. El agente que está parado
frente a mí es jóven. Me pregunta a través del vidrio si voy
a ir a Disneyland, le digo que ya fui el año pasado y se ríe
diciendo “Oooh, ok miss”. Voy a buscar mi equipaje,
allí me encuentro con el colombiano, Alejandro. Él me ayuda a bajar
mi bolso de la cinta y nos despedimos con afecto. Cuando salgo mi tío
está esperándome impaciente. Unas vacaciones increíbles están por
comenzar.