Una vez cada mes, viene roja y desbordante. Ella está preparada, esta vez ha utilizado el calendario para marcar la fecha en que deberá combatir contra el torrente que lo mancha todo. El día ha llegado, y como es mejor prevenir que lamentar, ha decido introducir en la cueva del milagro a su pequeño amigo de algodón O.B.
Lo saca de la caja donde está junto con los otros soldaditos, lo desenvuelve, desenrolla su trencilla verde y abre los muslos, respira profundo, lo toma con dos dedos y lo ahoga en su néctar. Sabe que lo ha hecho bien pues ya no lo siente, ahora él es parte de ella. El acto ha sido consumado.
Se pone las bragas y luego se viste para ir al trabajo. Él la acompañó en su trayecto. Al cabo de unas horas cuando ya no podía absorber más el agua profunda que lo había empapado con su tinta roja, sabía que su hora había llegado. Ella también lo sabía. Se dirigió al baño de la oficina para expulsarlo de sí. Se subió la falda hasta la cintura, abrió los muslos y tanteó entre sus relieves; ubicar la trencilla verde era el objetivo. No la encontró, parecía que sus labios la hubieran absorbido como a un spaghetti.
Desesperada siguió tanteando, buscando, indagando. La trencilla no aparecía por ninguna parte, sin ella no podía halar a la pequeña bala de algodón. Ya había pasado más tiempo de lo normal en el baño, pronto alguien preguntaría por ella, o peor, alguien necesitaría utilizar el servicio. No podía salir así, ahora el líquido espeso exploraba nuevos horizontes. Desesperación. Enterró sus dedos buscando en la profundidad al intruso pero no lo sentía por ningún lado mientras un pequeño riachuelo rodaba por su piel.
Apoyó una de sus piernas en el inodoro para ver si sus dedos lograban llegar hasta el empapado algodón, pero no había rastros de él por ninguna parte. Seguía intentando, sus dedos parecían derretirse y de repente sintió algo. Ahí estaba él, y ella con un movimiento torpe de su dedo índice lo había hundido más. Intentó pujar con su vientre; parir al intruso, pero fue en vano, lo único que logró con eso fue salpicar el suelo del baño y teñir aún más sus bragas.
Alguien tocó enérgicamente la puerta y los nervios se apoderaron de ella, ya había estado mucho tiempo ahí. Se subió la manchada prenda, se acomodó la falda, salió rápidamente sin alzar la mirada y no dio explicaciones del desastre. Tenía que irse. Tomó un taxi y se dirigió al hospital que le quedaba más cerca, aún estaba a tiempo de sacar al invasor antes de que este la fecunde. El diluvio ahora mojaba el asiento del taxi, y la falda se bañaba en su mar.
Llegó a la sala de emergencias y al poco tiempo la atendió un doctor. La examinó. Ya era muy tarde, el pequeño violador la había fecundado pues no había rastro de él. El aborto no era una opción, ella se tenía que hacer cargo del nuevo ser que ahora se alimentaba de su sangre. Pronto nacería el pequeño albino para unirse al batallón. Al igual que ellos esperará impaciente ser el elegido para ese día que llega una vez cada mes.
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