No podía evitar sentir el ascenso del bulto protuberante en sus pantalones cada vez que pasaba un infante.El sexo alborotado saltaba ante cualquiera de estas pequeñas réplicas de personas que lo obsesionaban. Sabía que pecaba de pensamiento, pero su cuerpo siempre lograba traicionarlo. Para censurar la idea retorcida de tener a un niño entre sus sábanas pensaba en su hijo. A él nunca le podría hacer nada, le repugnaba el sólo pensamiento de tocarlo. Se sentía sucio y lascivo ante cualquier caricia filial. Su sexo adormecido a veces se despertaba cuando arropaba al niño durmiente en su cama. Acto suscesivo, arcadas, vomito por doquier, violentos cortes, semi-mutilaciones ahí donde la sangre palpitaba provocando la erección. Su hijo no, no podía ser.
Para saciar su sed recurrió a cuidar todos los días al hijo de una ocupada madre vecina.El niño rubio, de grandes ojos temerosos obedecía ante el miedo de un castigo de su cuidador.Todos los días llegaba de la escuela con el hijo del hombre a quien debía su cuidado cuando no estaba mamá.Bajaba directo al sótano oscuro donde sabía, lo estaba esperando. Se entregaba docilmente ante lo que creía era un juego de adultos del que él, privilegiado, podía participar en secreto.
Los juegos a veces eran eternos, duraban horas. El hijo del hombre empezó sentirse solo, los celos corrían como un torrente por su alma. Ante el sentido desprecio, el hijo celoso convenció al niño de ojos temorosos para ser él quien bajara al sótano. Cada escalón que bajaba hacía más curioso su espíritu, sentía cada parte de su cuerpo palpitar ansiosas por ser parte del juego secreto que el padre, egoísta, no había querido compartir con él.
Una vez en el sótano sintió al padre acercarse, sintió su respiración al rededor de su nuca. Se quitó la ropa bajo la orden partenal, entre los besos de quien jamás había recibido ni el más frío de los cariños. Un fuerte sacudón y los gemidos extasiados del padre en celo se mezclaron con el llanto del hijo adolorido por tan violenta
intromisión. El llanto, ese llanto no era familiar en los juegos rutinarios del padre. Desesperado prendió la luz para descubrir lo que tanto había temido. Sus jugos nunca debían haberse mezclado con la sangre del hijo así como un cabrito no debe ser jamás cocido en la sangre de su madre.
Entre los llantos horrorizados de su único descendiente el padre se desmembró con la fuerza bruta de sus manos. Pasaron segundos para que el niño desnudo muriera de pena y culpa en el piso del sótano besando con fervencia el miembro sangrante del padre castrado.
Que historia terrible , una broma del destino ; se castiga al hombre donde más le duele , donde más él ama .
ResponderEliminarGran texto , me gustó .
La comida Kosher , es la comida judía? o me equivoco?
ResponderEliminarHola!! Pensé que nunca nadie iba a leer Principio Kosher, aquí todos prefieren los textos cortos, ja!
ResponderEliminarLa comida Kosher es la comida judía sí, no te equivocas. Uno de los principios o reglas es: "un cabrito no debe ser cocido en la leche de su madre" (por eso los judíos no mezclan los lácteos con la carne). Una amiga judía me lo contó y me pareció interesante para ponerlo como una metáfora es este cuento.
Besos!
perturbador, aluscinante...
ResponderEliminarme gusto
Gabocore