martes, marzo 07, 2017

#8m: Soy feminista


Y soy profesora. Este año al terminar el ciclo escolar, Daniella, una de mis estudiantes, se me acercó para despedirse y me dijo esto: “No sé qué habría hecho sin el feminismo. Gracias por esa clase”. Nos abrazamos y solo atiné a responder que yo tampoco sabría que hubiese hecho sin el feminismo. Seguramente Daniella pasó por un año turbulento, y yo también, el feminismo nos había salvado de alguna manera ¿Cómo? ¿Qué nos dio el feminismo?

Mi búsqueda empezó con fuerza en marzo. Aunque había leído a algunas autoras feministas por mi cuenta (en la universidad no se hace más que mencionarlas de paso cuando los estudios sobre la ideología y el postestructuralismo, solo por dar un ejemplo, no podrían pensarse sin los aportes claves del feminismo), aunque siempre me sentí atraída por los estudios de género, aunque tengo amigas activistas, aunque los carteles de agrupaciones feministas de la facultad siempre me guiñaban el ojo, nunca había sentido con tanta fuerza esta sutil y a la vez urgente certeza: “algo no está bien”. Así me encontré buscando respuestas, con la grave intuición de que eso que no estaba bien dentro de mí, ese malestar, tenía que ver con mi condición femenina.

Ese mes de marzo estuve de vacaciones en Inglaterra, ahí las conversaciones sobre el rol de la mujer estaban al orden del día en los periódicos, la radio, la vía pública. Empecé a nutrirme de estas conversaciones y me compré un libro introductorio sobre feminismo llamado Girls will be girls. En este libro bastante accesible, la autora Emmer O’Toole, narra situaciones personales y las analiza desde los estudios de género, principalmente desde los abordajes de Judith Butler. El libro fue un buen disparador para diseñar el primer tema con el que mi programa de estudios para bachillerato debía empezar ese año, “Lengua y género”. Cuando volví de mis vacaciones y regresé al colegio, aun sin alumnos, me encontré con Daniela, otra profesora que había pasado sus vacaciones en Europa y se había traído con ella inquietudes muy parecidas a las mías. Las dos habíamos descubierto casi al mismo tiempo la necesidad de nutrirnos de la perspectiva feminista. Resolvimos en marzo que “debíamos hacer algo”, si habíamos detectado un malestar en nosotras, era muy probable que nuestras alumnas también lo estuvieran sintiendo.

Las conversaciones entre Daniela y yo se fueron profundizando a medida que leíamos y hablábamos. Los hilos invisibles del machismo que se habían hecho cuerpo en mí, empezaban a mostrarse. Las situaciones de violencia de género del pasado se mostraban como lo que eran. Necesitaba al feminismo y el feminismo me necesita a mí. Luego de algunos meses Daniela y yo nos atrevimos a diseñar lo que llamamos un “Taller de género” para las chicas de la escuela. Nutridas por la experiencia de la biodanza que empezamos a practicar en septiembre y por nuestros aprendizajes personales en otros espacios, creamos este taller que podría ser llamado también un círculo de mujeres. En estos encuentros nos permitimos ser parte de un espacio de reflexión y de sororidad. Daniela y yo participamos de la actividades que propusimos porque también necesitábamos una ruptura de lo cotidiano para pensarnos y encontrarnos con otras mujeres. Creo que el Taller de género nos hizo bien a todas de un modo profundo y significativo. En cada encuentro había un disparador, un capítulo de un libro, una canción, un poema, que pusiera en juego nuestra condición de mujeres. Luego había una producción, un texto, una pequeña obra de teatro, una pintura, que nos permitiera expresar nuestros propias ideas y ponerlas en común. Al final un cierre, un abrazo conjunto, una reafirmación de que estábamos acompañadas, en un lugar seguro.

En nuestras clases, en el aula de todos los días, cada una se encargó de poner la perspectiva de género sobre la mesa hilándola con su materia, yo con Literatura, Daniela con Negocios. En las clases de Literatura nos cuestionamos el genérico “él”, analizamos las representaciones de la mujer en los medios de comunicación y en discursos políticos, debatimos sobre el aborto, leímos obras como Persépolis, Medea y Arráncame la vida que proponían personajes femeninos-otras, disidentes, que se cuestionaban su rol de mujeres impuesto. Daniela y yo, desde nuestro lugar de profesoras, nos atrevimos a problematizar nuestra condición de mujeres junto a una centena de adolescentes. Nos aplaudo por eso. No llegamos al aula con respuestas, sino con inquietudes, algunas muy personales, y fuimos creciendo, siempre junto al grupo.

El otro día leí un artículo de una escritora feminista que planteaba que el feminismo se había convertido en una especie de lucha personal, que las mujeres habíamos llevado el feminismo al terreno de la vida íntima y lo habíamos arrancado de su carácter social, revolucionario, anticapitalista. Me generó un conflicto. ¿Estaba buscando en el feminismo, como se busca en cualquier dogma, las respuestas para mi vida? Tengo la certeza de que es mi decisión mirarme y mirar el mundo hoy a través de este lente, sin ingenuidades. Me atrevo a decir que quiero llevar el feminismo al terreno de la intimidad porque la intimidad también es política. Me atrevo a decir que si quiero sanar al mundo, también me tengo que sanar yo ¿Cómo no transformar en una lucha personal la lucha en el espacio público que pone en jaque las reglas del juego, legislativas, económicas, familiares y sociales? Estamos profundamente atravesadas.

Esta búsqueda que empezó en marzo continúa hoy, un año después. Sigo leyendo, sigo dándome herramientas y cada día me siento más fuerte. Sé que hay contradicciones en las que todavía debo trabajar, es un proceso. Y porque intento, mañana 8 de marzo, en el día internacional de las mujeres voy a ir al encuentro público con otras guayaquileñas para hacernos visibles, para exigir la autonomía sobre nuestros cuerpos y para reivindicar la lucha por la equidad. Me gustaría ver a las mujeres que conozco en la marcha, también me gustaría ver a las agrupaciones queer acompañándonos porque siento que nuestra lucha en el fondo es la misma. Espero que mañana el malestar y la opresión de las mujeres se transforme en una fuerza potente de amor que inunde las calles del mundo exigiendo equidad, justicia y libertad en los ámbitos públicos y privados que habitamos todos los días.

sábado, febrero 18, 2017

Amor

Amor antes. Amor reconocido. Amor nos atraviesa por el pecho y por la espalda. Amor nos deja respirando como una bestia rumiante. Amor cíclope. "Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca". Amor vital. Amor vibra por toda la superficie del cuerpo. Amor todo. Amor absoluto. Amor la unidad con el cosmos. Amor vehículo de conciencia. Amor puente. Amor mirada. Amor escritura. Amor yo. Amor me abismo, al borde de mí misma.

sábado, noviembre 26, 2016

Clara y los personajes de cuentos que se salían de los libros y muchas veces se iban volando



Clara estaba enamorada de las simples cosas y de las historias de los cuentos. ¡Cómo amaba los cuentos!
A Clara le encantaba bañarse bajo la lluvia y le fascinaba pintar las paredes con crayola. La enternecía la sopita de queso (solo cuando estaba enferma) y se maravillaba con las rosas del jardín de la abuela. Disfrutaba como nadie las obras de teatro y se reía a carcajadas con los títeres. Se estremecía con las canciones de su mamá y también leía muchos cuentos ¡Como amaba los cuentos! Tenía muchos. Los cuentos venían en unos libros gordos y grandes con tomos numerados. Eran de un azul profundo como el mar con guardas doradas, ya opacas por el tiempo, en las cuatro esquinas. Esos libros habían estado en la casa de sus abuelos desde siempre, como las rosas. Nuestra protagonista vivía con sus abuelos y con su madre. Del papá de Clara no hablaremos mucho en este cuento.
Un día muy soleado de diciembre Clara tuvo una idea, no sabemos en realidad si esa idea fue de Clara o si la sacó de un cuento, pero en fin, tuvo una idea. Clara pensó que si ponía todos los libros de cuentos en el jardín de la abuela, como si fueran plantas, como si estuvieran vivos, podría conocer a algunos de los personajes de las  historias. Clara creía fervientemente en los deseos y había deseado con mucho ahínco y cerrando los ojos que este se le cumpliera antes de su cumpleaños número doce. Uno a uno Clara empezó a sacar los libros al jardín, con la absoluta solemnidad de una tarea sagrada. Su gata Blanca caminaba detrás de ella de un lado a otro. Clara tomaba los libros del librero de madera por el lomo, por la punta de arriba, y los empujaba para afuera delicada, hasta hacerlos caer como plumas, o como algodón. Un acolchonado paff sonaba cada vez que caía un libro en sus manos. Eran doce (los libros, no las manos).
Luego de disponer los cuentos en los lugares que parecían los apropiados para ellos, Clara se acostó panza abajo con los brazos sosteniendo su cara, con la mirada fija en el rosal. Al principio no pasó nada, pero luego de unas horas un libro empezó a temblar. La primera que salió fue la Gallina Coqueta. Blanca corrió a la casa asustada, era muy miedosa, pero Clara se quedó en el jardín con los ojos abiertos como platos. No tenía ni una pizca de miedo. ¡Luego de horas de contemplación la Gallina Coqueta del cuento había decido ser la primera en atreverse a salir del libro para que la viera! Movió sus laaargas pestañas de arriba abajo y de abajo arriba. Primero lento y luego en un do re mi hacía un movimiento más rápido para rematar la mirada. Los ojos celestes le brillaban como un cielo y el pico era de un anaranjado vivísimo. Sus plumas eran de varios colores: morado pastel, turquesa, blanco y amarillo. La Galleta Coqueta se paseaba con elegancia por las plantas y olía las rosas con cara de enamorada. Tan coqueta era la Gallina Coqueta que apenas el hijo del vecino pasó por la vereda no duró ni un triz en salirse por las rejas negras y correr tras él dejando corazones dibujados en el aire.
Pronto otro libro empezó a temblar. De este libro, a regañadientes, salió el Duendecito Furioso ¡Se lo veía muy enojado! Unas arrugas tan profundas como grietas en la tierra se acentuaban sobre su frente. Encima, su gran sombrero rojo y a los lados ¡Un montón de pelos grises sin orden alguno! Tenía unos tirantes azules que parecía que iban a explotar sobre su barriga. Los pantalones eran negros y llevaba unos zapatos negros también que eran casi de su tamaño. Entre gruñidos, el Duendecito Furioso empezó a trepar con gran habilidad el tallo de una margarita. Subía abrazado al tallo con sus brazos y con sus piernas. Cuando al fin llegó a la cima, el Duendecito Furioso empezó a saltar, claro, con furia sobre el botón de la margarita, con tal furia que la flor empezó a deshojarse y luego a llorar. ¡Las flores también estaban vivas! Empezaron a despertar una a una y le dirigieron una mirada tan llena de quién sabe qué, que el Duendecito Furioso se detuvo a raya y bajó refunfuñando pero de un salto. Enseguida abrió el tronco de un árbol como quien abre una puerta y se metió dando un portazo. Pum. Dicen que esa fue la última vez que el Duendecito Furioso le pegó a una flor. Clara pensó ¡Qué bien por las flores!
Maravillada, Clara empezó a ver como otro libro temblaba. El Hada de los Cuentos salió empujándose con sus dos bracitos sobre las páginas y regó un poco de su polvo de hadas cuando finalmente salió por completo. El Hada de los Cuentos tenía un vestido de un amarillo muy clarito y se confundía con las flores que Clara había sembrado con su mamá durante las últimas vacaciones de la escuela. El Hada de los Cuentos voló hasta los helechos de la ventana y se resbalada sobre las hojas como se resbalaba por sus pensamientos. Nada del exterior distraía al hada de los cuentos de sus pensamientos, ni se había fijado en la belleza del jardín, parecía estar perdida en sus cuentos o mejor dicho en sus ideas de cuentos. El Hada de los Cuentos nunca había podido escribir nada, ella solo imaginaba. Con una florcita blanca que le hacía de pluma sobre las manos hacía garabatos sobre las hojas de su cuaderno. El Hada de los Cuentos se mudó a una rosa, y después de la rosa se trepó a un geranio y así iba de flor de flor buscando inspiración. Finalmente el Hada de los Cuentos salió volando persiguiendo una idea fantástica que se le escapaba en forma de nubecita. Llegó hasta el techo, se impulsó en las tejas y salió quién sabe para qué lugar en la galaxia. Lástima, pensó Clara, le hubiese gustado ser amiga del Hada de los Cuentos.
El cuarto personaje en salir de un libro tembloroso fue el Mono Bello. El Mono Bello tenía el pelaje como terciopelo y su sonrisa era bondadosa y deslumbrante. Clara pensó que nunca había visto un animal tan hermoso como el Mono Bello. El Mono Bello empezó a enamorar una a una a las flores del jardín con su belleza. Las flores dejaron caer sus pesados párpados en sensuales miradas para el Mono Bello. Su belleza les entraba por los pétalos hasta lo más profundo del botón. Las flores lo envolvieron entre abrazos con sus largas hojas verdes. El Mono Bello también fue seducido por las flores que lo embriagaron con su perfume hasta hacerlo quedar dormido con una sonrisa tan plácida y sonriente como la de un bebé. Las flores acurrucaron al mono entre sus brazos-hojas y de tanto en tanto le hacían cosquillas para ver sus dientes blancos brillando cuando reía. El mono pasó a ser la mascota de la familia de Clara. Dicen que cuando murió lo enterraron las flores entre sollozos y perfumes, agitando pañuelos.
Al cabo de poco tiempo otro libro tembló y de él salió la Luna de Queso. La Luna de Queso rodó y rodó por el jardín y luego se quedó quieta porque se topó con una piedra. La luna de queso abrió sus grandes y negros ojos y miró sorprendida a su alrededor ¡Nunca había visto el día! La Luna de Queso estiró sus pies y se puso en marcha para explorarlo todo. Clara pensó que seguramente la luna estaba viendo todo desde otra perspectiva por primera vez y no se equivocaba. La Luna de Queso que solo conocía su cuento hasta entonces, nunca había bajado al mundo. La Luna  de Queso empezó a cantar una canción de agradecimiento. De pronto el cielo empezó a teñirse de anaranjado. La luna esperó y esperó hasta que el cielo se puso negro. Subió al firmamento, les pidió permiso a unas estrellas que conversaban sobre un libro de cuentos de Clarice Lispector, y se colocó en el centro. La Luna de Queso iluminó todo el cielo y siguió cantando las gracias.
Como ya era de noche Clara recogió los libros uno a uno y a cada uno le dio un abrazo y luego un beso. Aunque sabía que la próxima vez que leyera los cuentos no encontraría a estos protagonistas no se puso triste, ¡Clara había presenciado la magia de la Gallina Coqueta, del Duendecito Furioso, del Hada de los Cuentos, del Mono Bello y de la Luna de Queso! ¿Qué más podía pedir? Segura de que nadie más entendería su hallazgo (quizás solo Blanca lo entendería), Clara guardó ese día como un secreto y lo repitió tantas veces como especial se sintiese el día. De ese modo conoció a muchos personajes más como la Niña que Quería Volar y la Rana Poeta. Poco a poco los libros de cuentos se fueron quedaron sin personajes, algunas páginas solo mostraban las ilustraciones de los lugares vacíos. Una casa roja, un bosque, un gran mar azul. Los personajes de los cuentos empezaron a poblar el mundo. ¿Y Clara? Clara nunca se quedó sin historias porque después de estar en contacto con la magia las empezó a escribir ella, en el jardín, acompañada de su gata Blanca y con una florcita de pluma. Escribió muchos cuentos como este en los que los personajes se salen de los libros. Clara escribió desde los doce hasta que fue muy viejita, con arrugas tan profundas como las grietas de la tierra, hasta que ella misma se convirtió en cuento y en viento.