Y soy profesora. Este año al terminar el ciclo escolar, Daniella, una de mis estudiantes, se me acercó para despedirse y me dijo esto: “No sé qué habría hecho sin el feminismo. Gracias por esa clase”. Nos abrazamos y solo atiné a responder que yo tampoco sabría que hubiese hecho sin el feminismo. Seguramente Daniella pasó por un año turbulento, y yo también, el feminismo nos había salvado de alguna manera ¿Cómo? ¿Qué nos dio el feminismo?
Mi búsqueda empezó con fuerza en marzo. Aunque había leído a algunas autoras feministas por mi cuenta (en la universidad no se hace más que mencionarlas de paso cuando los estudios sobre la ideología y el postestructuralismo, solo por dar un ejemplo, no podrían pensarse sin los aportes claves del feminismo), aunque siempre me sentí atraída por los estudios de género, aunque tengo amigas activistas, aunque los carteles de agrupaciones feministas de la facultad siempre me guiñaban el ojo, nunca había sentido con tanta fuerza esta sutil y a la vez urgente certeza: “algo no está bien”. Así me encontré buscando respuestas, con la grave intuición de que eso que no estaba bien dentro de mí, ese malestar, tenía que ver con mi condición femenina.
Ese mes de marzo estuve de vacaciones en Inglaterra, ahí las conversaciones sobre el rol de la mujer estaban al orden del día en los periódicos, la radio, la vía pública. Empecé a nutrirme de estas conversaciones y me compré un libro introductorio sobre feminismo llamado Girls will be girls. En este libro bastante accesible, la autora Emmer O’Toole, narra situaciones personales y las analiza desde los estudios de género, principalmente desde los abordajes de Judith Butler. El libro fue un buen disparador para diseñar el primer tema con el que mi programa de estudios para bachillerato debía empezar ese año, “Lengua y género”. Cuando volví de mis vacaciones y regresé al colegio, aun sin alumnos, me encontré con Daniela, otra profesora que había pasado sus vacaciones en Europa y se había traído con ella inquietudes muy parecidas a las mías. Las dos habíamos descubierto casi al mismo tiempo la necesidad de nutrirnos de la perspectiva feminista. Resolvimos en marzo que “debíamos hacer algo”, si habíamos detectado un malestar en nosotras, era muy probable que nuestras alumnas también lo estuvieran sintiendo.
Las conversaciones entre Daniela y yo se fueron profundizando a medida que leíamos y hablábamos. Los hilos invisibles del machismo que se habían hecho cuerpo en mí, empezaban a mostrarse. Las situaciones de violencia de género del pasado se mostraban como lo que eran. Necesitaba al feminismo y el feminismo me necesita a mí. Luego de algunos meses Daniela y yo nos atrevimos a diseñar lo que llamamos un “Taller de género” para las chicas de la escuela. Nutridas por la experiencia de la biodanza que empezamos a practicar en septiembre y por nuestros aprendizajes personales en otros espacios, creamos este taller que podría ser llamado también un círculo de mujeres. En estos encuentros nos permitimos ser parte de un espacio de reflexión y de sororidad. Daniela y yo participamos de la actividades que propusimos porque también necesitábamos una ruptura de lo cotidiano para pensarnos y encontrarnos con otras mujeres. Creo que el Taller de género nos hizo bien a todas de un modo profundo y significativo. En cada encuentro había un disparador, un capítulo de un libro, una canción, un poema, que pusiera en juego nuestra condición de mujeres. Luego había una producción, un texto, una pequeña obra de teatro, una pintura, que nos permitiera expresar nuestros propias ideas y ponerlas en común. Al final un cierre, un abrazo conjunto, una reafirmación de que estábamos acompañadas, en un lugar seguro.
En nuestras clases, en el aula de todos los días, cada una se encargó de poner la perspectiva de género sobre la mesa hilándola con su materia, yo con Literatura, Daniela con Negocios. En las clases de Literatura nos cuestionamos el genérico “él”, analizamos las representaciones de la mujer en los medios de comunicación y en discursos políticos, debatimos sobre el aborto, leímos obras como Persépolis, Medea y Arráncame la vida que proponían personajes femeninos-otras, disidentes, que se cuestionaban su rol de mujeres impuesto. Daniela y yo, desde nuestro lugar de profesoras, nos atrevimos a problematizar nuestra condición de mujeres junto a una centena de adolescentes. Nos aplaudo por eso. No llegamos al aula con respuestas, sino con inquietudes, algunas muy personales, y fuimos creciendo, siempre junto al grupo.
El otro día leí un artículo de una escritora feminista que planteaba que el feminismo se había convertido en una especie de lucha personal, que las mujeres habíamos llevado el feminismo al terreno de la vida íntima y lo habíamos arrancado de su carácter social, revolucionario, anticapitalista. Me generó un conflicto. ¿Estaba buscando en el feminismo, como se busca en cualquier dogma, las respuestas para mi vida? Tengo la certeza de que es mi decisión mirarme y mirar el mundo hoy a través de este lente, sin ingenuidades. Me atrevo a decir que quiero llevar el feminismo al terreno de la intimidad porque la intimidad también es política. Me atrevo a decir que si quiero sanar al mundo, también me tengo que sanar yo ¿Cómo no transformar en una lucha personal la lucha en el espacio público que pone en jaque las reglas del juego, legislativas, económicas, familiares y sociales? Estamos profundamente atravesadas.
Esta búsqueda que empezó en marzo continúa hoy, un año después. Sigo leyendo, sigo dándome herramientas y cada día me siento más fuerte. Sé que hay contradicciones en las que todavía debo trabajar, es un proceso. Y porque intento, mañana 8 de marzo, en el día internacional de las mujeres voy a ir al encuentro público con otras guayaquileñas para hacernos visibles, para exigir la autonomía sobre nuestros cuerpos y para reivindicar la lucha por la equidad. Me gustaría ver a las mujeres que conozco en la marcha, también me gustaría ver a las agrupaciones queer acompañándonos porque siento que nuestra lucha en el fondo es la misma. Espero que mañana el malestar y la opresión de las mujeres se transforme en una fuerza potente de amor que inunde las calles del mundo exigiendo equidad, justicia y libertad en los ámbitos públicos y privados que habitamos todos los días.