martes, octubre 16, 2012

Suicidios

Una antes de suicidarse debería ordenar todo metódicamente - el desorden propio siempre me pareció tan personal- lavar toda la ropa y organizar el mundo-habitado-y-ahora-por-dejar en 3 cajas etiquetadas así: "Para tirar" "Para regalar" "Pequeñas herencias". En la última caja se guardarían libros y objetos de gran valor sentimental para ser obsequiados con mínimas dedicatorias, "Con amor, Daniela" "Encuéntrame aquí, Daniela" y se repartirían post-mortem entre amigos y familiares. En el caso de estar en el extranjero -¡Que suicidio solitario, lejano!-debería una arreglar el regreso del cuerpo expatriado y pagar las fees. Una debería ir al consulado del propio país y decirle a la secretaria "mire, la cuestión es que voy a suicidarme..." y contar uno que otro detalle. Allí, una recibiría un brochure colorido con el "paso a paso" que además promocionaría el país como tierra maternal que recibe a todos sus muertos. Una debería también realizar todos los arreglos fúnebres de antemano, día, hora y sobre todo asegurarse que no falte café, lo único que debería importar en un velorio.

lunes, octubre 15, 2012

Alejandrino


El cielo está tejido por arañas.
¿Quién puede ver la maleza y enternecerse?
Hay algo en ella que vibra y que crece.
Me regalaste un infierno disfrazado de un jardín de amapolas.
Donde veía a mi amado sólo pude encontrar una cara desfigurada.
No lloro por ti, lloro por el que ya no existe.

viernes, octubre 12, 2012

Ayer vi una mariposa muerta en la vereda. Primero pensé que era de tela y me dispuse a recogerla. Estiré la mano, la misma que segundos después se retrajo ante el tacto del ala, aterciopelada, real. Descubrir que la mariposa era efectivamente una mariposa, en ese momento, era como verla morir frente a mis ojos. Unos hombres pasaron caminando del otro lado de la calle, se detuvieron y me miraron. Supongo que querían ver qué yacía ahí en el suelo, qué miraba yo con tanto horror, inclinada hacia abajo y con los ojos clavados en el cemento. Ahí estaba, dudando si llevarme la mariposa o dejarla ahí tirada, sola. Cuando seguí caminando sentí la culpa de alguien que acaba de encontrar algo precioso y no sabe apreciarlo ¿Qué se hace con una mariposa muerta? ¿Podría iniciarme en el arte de la disección? Venía ante mí la imagen de una colección de mariposas disecadas, con un sombra grande en el medio, donde iría MI mariposa, ahora abandonada y perdida ya para siempre. Imaginé también al coleccionista, que no se por qué retraté como un periodista, viendo el cuadro y desaprobando la mancha de la ausencia con gran decepción. No podía ser una mariposa común. Era grande, muy grande, blanca y con los bordes anaranjados. Parecía pesada. Parecía de colección. Me sentí inculta, ignorante, seguro era una especie exótica y yo la había dejado ahí, en la calle. No. No había llevado a la mariposa porque una vez, también seducida por la muerte (siempre, siempre estuvo ahí esa seducción), guardé una mosca muerta en la tapa de una pluma y eso no resultó tan bien. Recuerdo abrir la tapa y ver como salían, en cantidades numerosas, pequeñas hormigas (en realidad no se qué eran), y la pluma cayendo por mi mano que en el medio del horror se retrajo ante el tacto de los bichos, asquerosos, reales.

domingo, septiembre 30, 2012

Mi árbol de mango

Una postal de mi casa en Miraflores, Guayaquil. A la derecha debería estar el árbol.

El día que cortaron el árbol de mangos fue uno de los más tristes. Los vecinos de la casa de al lado empezaron a quejarse porque las ramas estaban haciendo ceder una de sus paredes. “Amargados”, pensé yo. No entendía como algo tan estúpido y banal haría desaparecer mi árbol. “¿No hay nada que podamos hacer?” le preguntaba a mi mamá con insistencia y los ojos llenos de lágrimas. Ella también se moría de pena. Creo que todos en la casa estuvimos afligidos un buen tiempo por la tala del árbol. Todo lo que recuerdo del día en que cortaron el árbol es que la cocina se llenó de muchísimas fundas llenas hasta el tope de mangos. En la tristeza había encontrado la felicidad. Creo que nunca había visto tantos mangos juntos en mi vida, y mi tía Elsa que sabía que me encantaban los más verdes ya se había puesto a pelar algunos. Comí mangos como nunca, hasta que me dolió tanto la panza como esa vez que hice un concurso (en el que la única participante era yo) de tomar más de seis vasos de agua seguidos. De ese día también recuerdo el patio lleno de hojas. Recuerdo como se sentía el tronco en mis dedos. Había leído en alguna parte que se podía contar los años de los árboles por los círculos que se formaban en su tronco, pero era muy difícil, los círculos se superponían. De todas formas, decidí que aquel árbol debía tener más de 100 años, y también decidí que el que había pedido que cortaran un árbol tan viejo por una pared estúpida debía ser un verdadero idiota. Lloré sobre el tronco de mi árbol de mango, le pedí perdón por haber sido feliz comiendo los frutos que habíamos extraído de su tala. Lloré porque me parecía tan injusto, tan ridículo, tan poco inteligente. ¿Qué importaba la casa de los vecinos? ¿Qué importaba que se les cayera la pared abajo? Ojalá se les caiga encima de todas formas, pensaba, mientras abrazaba lo que quedaba de mi árbol, una vez frondoso, una vez lleno de mangos.  

sábado, septiembre 01, 2012

Do I contradict myself? Very well, then I contradict myself, I am large, I contain multitudes.
Walt Whitman

martes, julio 17, 2012

Teléfonos

Los teléfonos siempre me parecieron aparatos curiosos, nos atan a los otros y por eso son imprescindibles en cualquier historia. ¿Quién no ha dependido alguna vez de un teléfono? el anuncio de algo importante, un mensaje que debe llegar a tiempo, el silencio que simboliza como nada la espera de otro. Tengo 11 años y el teléfono suena en mi casa a las tres de la mañana. Ring. Ring. Ring. Mi madre se despierta y contesta con la voz inquieta. A partir de este punto en la historia soy incapaz de no asustarme cada vez que un teléfono suena entrada la noche. Malas noticias. Vicente, el hermano mayor de mi abuelo ha fallecido atropellado por un carro al intentar cruzar borracho la avenida Quito. Está internado en el Hospital Luis Vernaza, de todos los edificios de la ciudad este es para mí el más perturbador. Es de color verde pastel y detrás de él se levanta el Cerro del Carmen. Al igual que el manicomio público están muy cerca del cementerio. Es como si todos los enfermos de ambos hospitales están destinados a su tumba de una forma más directa, a caso más lineal que el resto. Mi tío abuelo está en el hospital pero ha muerto enseguida. La cercanía del cementerio me parece frívolamente funcional.
Lo que me inquieta es que han dicho que tenía escrito nuestro número de teléfono en su billetera. ¿Él habría anticipado de alguna forma que algo así sucedería? No, probablemente sólo lo había guardado ahí por mala memoria, y porque en esa época no habían celulares para agendar los números. Dudo que mi tío abuelo borracho andase con un cuaderno o un agenda en un bolsillo. Era más bien un ambulante. Debía tener todo lo importante anotado en papeles sueltos en su billetera. Pero ¿por qué mi número? ¿por qué nuestro número? ¿por qué nos llamaron solo a nosotras? ¿nos llamaron solo a nosotras? ¿éramos acaso sus personas de más confianza? ¿sus seres más queridos?¿su familia más cercana? Ahora estaba muerto y mi madre y yo las primeras en enterarnos, por teléfono. No recuerdo si fui a su entierro, solo recuerdo que lloré mucho y que mi madre llamó a alguien para que la acompañara al hospital para ver a su tío, ese hombre borracho pero dulce y abatido que ahora yacía sobre el metal frío de la morgue.

Sofía

Un teléfono negro antiguo en una esquina sala de estar. Sofía agarra el cable, también negro, y empieza a ondularlo impacientemente con su dedo. El esmalte rojo clásico le quedaba precioso. Le daba un aire dramático a la escena, sin dudas. Sentada sobre el sofá blanco, movía impaciente el pie, miraba el techo.
Sofía luego se fija en mí, sonríe y me dice casi suspirando: Quiero sentirte dentro de mí. ¿Vienes? ¿Vienes? implora como un niña. No puedo evitar querer tocarla. Estoy encima de ella, besándole el hombro izquierdo. Huele a vainilla. Nos enredamos intensamente. Quiero sentirla cerca. Ha desistido de la llamada, pero sostiene el auricular negro sobre la mano derecha, que cae sobre el sofá. Sofía: felicidad y desdicha. Dos asteroides colapsando. Un hermoso espectáculo de la destrucción. 

lunes, julio 16, 2012

Penar en las lineas de un poema y leer mucho a Ian McEwan. Voy a leer todo el día. Leer, y escribir. Escribir y olvidar.

Más Frida

La pintora canaliza a través de la violencia el erotismo y en vez de producirle liberación, la lleva por el camino de la crueldad. En las láminas 44 y 45, el odio y la rabia que van surgiendo en el proceso de introspección y la acumulación de estos sentimientos violentos llevan al sujeto a un goce que se traduce en escenas siniestras de mutilación y sangre. Se explora lo grotesco, las descripciones revelan el rostro de la insólita alteridad; igualmente la pintora nos sumerge en la erotización de las ruinas, en el potencial de dolor que hay en el placer y en el placer que hay en el dolor. El homicidio está tras todo esto, hay una búsqueda y un intento de apoderarse del discurso; el desmembramiento del cuerpo no es más que la representación simbólica de la fragmentación dentro de la fragmentación.
http://www.elcautivo.org/070731/V4/Pag_V4.htm
Prendre Corps, tomar cuerpo. Hacerse cuerpo. Nunca más como hoy me había sentido tan humana, tan real y tan conectada con las historias de otras mujeres.Todas tenemos una historia. Frida Kahlo en sus diarios dice: "yo soy el mejor motivo que conozco" y también dice algo así como "No podría escribir de otra cosa". ¿Cómo escribir la propia historia?
La escritura como acto libertario. La escritura como acto de creación.