domingo, octubre 06, 2013
El amor, como el pensamiento, ha de ser siempre desmesurado.
Mis versos de amor se chocan contra la ventana y caen desarmados y lloran como niños. Yo les froto la frente y les sirvo una taza de leche con miel y los acuesto a mi lado bajo las sábanas. Para que se duerman les leo cuentos de hadas y les digo en un susurro "ya va a pasar, ya va a pasar".
sábado, octubre 05, 2013
Agua viva
—¿La locura es condición de la escritura?
Me reprocho el no haber traído un cuaderno para escribir, como si no supiera ya que la escritura puede llegar en cualquier momento y sorprenderme, desprevenida. El colectivo no llega, en medio de la avenida se está levantando un escenario. Me pregunto a qué espectáculo no iré. Estoy sola. Mi carácter solitario de hija única se regocija en la imaginación continua que facilita el silencio. Soy capaz, si así lo deseo, de imaginarme incluso al perfecto acompañante. Pero hoy no quiero estar sola. Hoy aceptaría el roce de una mano, una caricia tibia. Pero no de cualquiera. No. Ansío esa compañía única, esa capaz de sustraerme del mundo de los muertos y plantarme de lleno en el de los vivos. La calle ya no es calle, el escenario la ha despojado de tráfico. Escribo sentada en la parada de un colectivo que nunca llega y no hay otra metáfora más correcta. He estado cinco horas en una librería y después de sumergirme en los estantes y leer un poco de aquí y de allá me llevo conmigo dos libros perfectos, no he podido irme sin ellos y ¡ay! ¡que caros son los libros! si pudieran transformarse en alimento, o en vestidos, o en zapatos (tengo dos debilidades, los libros y los zapatos). Pero lo son, a su manera, los libros son mi alimento y mis vestidos y mis zapatos. Son la saciedad completa. Un libro o dos libros o tres libros. Quiero leerlo todo. Si supiera que me queda poco tiempo creo que me dedicaría sólo a leer y meterme al mar. Libros, mar, libros, mar, libros, mar. Y de vez en cuando escribir. Y de vez en cuando amar (aunque sería difícil encontrar al que quiera amar sabiendo que a una le quedan pocos días) ¿pero qué estoy diciendo? ¿por qué invoco a la muerte? ¿por qué quiero ser pez cuando todavía puedo estar viva en la superficie? el cielo es el mar ¿cómo será el cielomar de los poetas? quiero que las olas golpeen fuerte contra mi cuerpo para recordarme que no soy nada y a la vez soy algo, algo que se golpea contra una ola. Clarice Lispector ha encontrado la metáfora perfecta para el flujo de conciencia: "agua viva"
Los dos libros que llevo: Los papeles salvajes de Marosa di Giorgio y Agua Viva de Clarice Lispector. (Estoy segura de que hoy cuando me quede dormida Marosa di Giorgio va a salir del libro y va a coserme alas, y de las alas va a salir un hombrecito diminuto, como en su poema).
domingo, mayo 26, 2013
Conocer a un chico en un cumpleaños
(Del lat. fortuītus).
1. adj. Que sucede inopinada y casualmente.
Conocer a un chico en un cumpleaños no es como conocer a un chico en cualquier otra parte. Los cumpleaños celebrados en casas o departamentos —o al menos a los que a mí me gusta ir— son reuniones íntimas donde se mezclan amigos de aquí y allá en una única ocasión. Es como si cumplir años fuese la sóla oportunidad que amerita juntar a todos nuestros amigos en un lugar. En un cumpleaños todos son extraños a medias, conocer a alguien en común cotiza alto en el mercado de la confianza.
La pregunta para abrir cualquier conversación está servida en bandeja de plata “¿De dónde conoces a —nombre de quien cumple años aquí—?” Entonces es fácil empezar a compartir anécdotas que dan fe de una amistad compartida y las voces se van mezclando con la música mientras los vasos se van llenando de vino. Por un momento da la sensación de que todos podrían ser amigos de todos.
Si el departamento o casa tiene patio entonces no faltará quien —al menos en los cumpleaños que más me gustan— comparta sus flores. Entonces la música empieza a sonar como un fondo meloso donde las conversaciones se resbalan de las bocas de los invitados. Las manos se mezclan en los platos con snacks y quizás, quizás nuestra mano se llegue a rozar casi sin querer con la de alguien más.
Cuando llega la torta, el o la cumpleañera sopla las velas y alrededor los invitados ahora amigos, aunque sea durante lo que dure el evento, festejan y alzan sus copas. Se toman fotos y sigue la fiesta, porque cuando llega la torta ya varios botellas de vino se han vaciado; la reunión ahora es fiesta. Siguen las fotos y algunos empiezan a bailar. Creo que en las fiestas de cumpleaños es todo diversión, si la gente es la adecuada.
Pero lo mejor que te puede pasar en un cumpleaños es que te guste alguien. Entonces toda la fiesta empieza a girar en torno a ese invitado que llegó tarde y te agarró desprevenida, ya con algunas copas encima. Sabes que las miradas a veces funcionan como imanes pero no puedes creer que de todos los rincones del departamento el invitado se haya sentado justo a tu lado y empiece a hablar contigo. Entonces piensas que tiene una voz sexy y que hace mucho tiempo no habías visto una mirada como esa. Algo importante podría suceder en este cumpleaños. Sabes que este es un encuentro tan especial como fortuito.
El invitado, que ha llegado solo, ahora viene contigo a todas partes. Al patio, a buscar un trago, a cambiar la música, a sentarse en el sillón. Entonces el cumpleaños se ha transformado en el lugar perfecto y sólo piensas que no quieres irte sóla, quieres irte de la fiesta con él. Pero el hechizo se rompe cuando la intimidad que antes te agradaba ahora te inhibe, porque no es fácil acercarse más con toda esa luz y todos viéndote.
Entonces alguien propone ir a un bar y dices que sí y cuando ya todos están afuera con sus abrigos acordándose de que era invierno, el chico que te gusta dice “yo voy para allá” y en menos de lo que dura chasquear los dedos ya te estás despidiendo con un beso en la mejilla prolongado, pero beso de despedida al fin, sin un número de teléfono, un mail o cualquier tipo de indicio. Estás parada afuera de la casa, con el resto de los invitados que se han quedado, deseando que el cumpleaños no se hubiese acabado nunca. Todos suben a un taxi y van a un bar a seguir la fiesta pero para tí ya se ha terminado porque desde que cruzó la puerta lo único que querías era irte con él, el invitado que llegó tarde al cumpleaños.
viernes, mayo 17, 2013
Nostradamus
Que se callen las ciudades.
Que en el medio del mar exploten los barcos.
Que el cielo se tiña de rojo.
Que la selva se trague a los hombres.
Que los volcanes exploten en lava.
Que los animales duerman serenos.
Que el agua corra y que corran también
las lágrimas del mundo.
miércoles, mayo 15, 2013
Hice un verso sin esfuerzo
Y aquí estoy yo otra vez luchando una batalla literaria. Ayer fui a un café con tres buenas amigas en la esquina de la facultad. Carolina, Martina y Sara. Las iba a nombrar con las iniciales de sus nombres, pero sus iniciales no alcanzan, tengo que nombrarlas completas porque así de mucho las quiero. Con nuestros cafés con leche en las manos Sara nos contó sobre un concurso de poesía en el que ganó el segundo puesto. Que meritorio es ganar segundos puestos, creo que es mucho mejor que ganar el primero. El primero es como ese alumno aplicado chupa medias que cumple todas las expectativas del profesor y se saca un diez. El segundo en cambio se ha salido algo, aunque sea un poco, del canon. Hay algo de subversivo en ser el segundo. Mientras Sara hablaba yo divagaba ayudada por la gripe; los estados de enfermedad a veces son alucinatorios: ¿Cómo se aprende a escribir poesía? ¿Se puede aprender? ¿Yo puedo aprender o estoy destinada a escribir vulgares prosas? ¿Por qué nunca he ganado un concurso? ¿Cómo se sentirá ganar algo así? ¿El don de escribir poesías viene acompañado con el don de recitarlas o eso también se aprende? ¿Cómo se sentirá estar un escenario recitando? ¡Wow! Sara puede hacer todo eso y es mi amiga. Me llena de orgullo. Ya en casa, y aun enferma, sin mucho que hacer me pongo a pensar si alguna vez me enseñaron poesía. Recuerdo algunas clases de lenguaje en el colegio. Cámara referencial, veo mi lapiz contando letras, y espacios (sí los espacios también se contaban) haciendo liaçon entre las primeras y la últimas letras de los versos, creo que eran versos y creo que era difícil, que yo no entendía. Y además me puse a pensar ¿Qué se yo de poesía? Yo no se nada de poesía, sólo se que me gusta Walt Whitman cuando dice “I contradict myself, I contain multitudes” en Song to myself. De Alejandra (Pizarnik, claro, cuál otra) me gustan sus diarios. Aunque primero descubrí sus poemas, yo me quedé con su prosa autobiográfica. Y me gusta Sonia Manzano, pero lo que escribe Sonia Manzano no es poesía, esa perversión exquisita de las palabras es inclasificable. También me gusta Lorca y me gusta como Arturo lo recita. Si me esfuerzo puedo escucharlo y verlo en el patio de la casa de su hermana Irene, mi amiga. “Y yo que me la llevé al río, creyendo que era mozuela pero tenía marido”. Sí. Quizás ese fue mi primer acercamiento adolescente a la poesía. Arturo recitándonos a nosotras, un grupo de chicas algo borrachas, algo contentas, vistiendo nuestros uniformes del colegio. Aun así o más así, disfrutamos la poesía y pedíamos más. Pero mi primer-primer acercamiento serio a la poesía es inolvidable, fue de la mano cadavérica de Medardo Ángel Silva, poeta suicida, guayaquileño, nacido en 1898. Lo descubrí en unos recortes del periódico que mi mamá archivaba y que era el banco de recursos número uno cuando yo tenía que hacer algún trabajo especial para la escuela. Recuerdo que la profesora nos pidió redactar una reseña biográfica de algún personaje famoso. Recurrí al archivo de mi mamá y ahí Medardo y yo nos conocimos y me enamoré para siempre de su historia, de su muerte y de un famoso poema escrito para su gran amor no correspondido: Rosa Amada. “El alma en los labios” luego fue canción, pasillo cantado por Julio Jaramillo. El otro poema que me sedujo fue “Ofrenda a la muerte”, sentí que leía algo prohibido, algo que los adultos callaban, pero mi mamá igual me dejaba leer esas cosas. Sentí pena por Medardo Ángel Silva, con sus lentes y su frac en un retrato blanco y negro, quise salvarlo. En el artículo se nombraba a varios poetas suicidas, decía que eran parte de "la generación decapitada". ¿Qué se yo de poesía? nada. Creo que se más de los poetas, de sus vidas y se meterlos en la historia de mi vida, como ahora. Se sentir sus corazones cerca del mío. Se apreciar cuando es distinta, como la primera vez que escuché un poema de Ghèrasim Luca y la profesora de francés tuvo la amabilidad de explicarnos los juegos sonoros de cada verso. “Prende corps”. Tomar cuerpo. Ese poema es el más brillante juego de palabras. Logré conseguir el libro “La fin du monde” un novio me lo trajo de Francia como un especial pedido. Me lo regaló junto a un abrecartas que ya perdí (cuanto lamento haberlo extraviado). Era una edición de esas que no se ven por aquí; libros con las hojas sin cortar. Leerlo implicó un nuevo rito. Y qué decepción tan grande sentí cuando me di cuenta de que mis vagos conocimientos de un francés ya olvidado no eran suficientes para captar los juegos fonéticos en todo el resto de sus poemas. El diccionario nunca me pareció un dispositivo tan inútil, incapaz de ayudarme a jugar el juego. Guardo ese libro con un tesoro esperando encontrar algún día a un francoparlante con la sensibilidad literaria, la voluntad y la paciencia suficientes para ayudarme en la empresa de disfrutar a Ghèrasim Luca. Y muy lejos de su poesía (que era la favorita de Deleuze) está un querido y viejo amigo que conocí en la casa de mis tíos, en mis reiteradas y siempre fascinantes vacaciones a California: Dr. Seuss. Si sus poemas tomaran cuerpo, corps, no serían nada menos que un gigante y rosado algodón de azúcar como una nube. Oh, the places you’ll go! que lindo fue encontrar este libro el verano pasado en la casa de Mónica, en Guayaquil, en un momento en el que lo necesitaba. Me encanta que Seuss haya usado un seudónimo, que se haga llamar doctor ¿doctor de qué? y que haya escrito esos libros extravagantes para niños a principios del siglo pasado. Que avant-garde! Qué arte escribir con rimas las cosas más trascendentales. El que odia las rimas es porque no ha leído a Dr. Seuss o a Lord Byron. ¿Hay algo escrito así en español? ese tipo de poesía no se puede traducir fielmente. ¿Yo leí poesía en español de niña? No lo creo ¿Cuál habrá sido el primerísimo poema en tocar mi oído? ¿Habrá sido poesía así de linda? ¿La poesía de Ghèrasim Luca es post-estructuralista? ¿No tiene centro? ¿Por qué le gustaba tanto a Deleuze? ¿Cualquier cosa es poesía? ¿Todo es relativo? ¿Por qué no se más sobre esto? ¿Será fructífero tomar un curso de poesía o me lanzo a escribir no más? Ya que hace algún tiempo tengo un bloqueo con la ficción ¿por qué no intentar con la poesía? así dejo de escribir tan autobiográficamente. Creo que tengo algunos textos cortos que parecen poemas ¿Lo serán? ¿Los piropos no son también una especie de poesía? Podría contar una historia sobre el primer piropo que recibí en la calle y que me hizo sentir sucia a los once años. Maldición. Otra vez la autorreferencialidad. Quizás lo escriba en forma de rima, o quizás haga todo un poema sobre mí que se llame Song to myself y que empiece así: I celebrate myself, and sing myself/And what I assume you shall assume,/For every atom belonging to me as good belongs to you. Pero eso ya lo escribió Whitman, y además no podría escribir literatura en inglés así quisiera. Cuántas frustraciones de escritora tengo. Quizás la poesía para mí sea sólo un tímido acercamiento, de vez en cuando, como quien no quiere la cosa.
domingo, mayo 12, 2013
martes, abril 23, 2013
Ver y no tocar. (Petróleo)
Más que atacar furiosamente al juguete,
lo que hacen los niños es ponerlo a prueba:
¿cuánto resiste?
¿cuánto resiste?
El artesano, Richard Sennet
Petróleo. Ese líquido negro, pesado, que deja ver en su superficie luminosa distintos colores nacarados. Petróleo. Yo era la afortunada poseedora de una miniatura de barril de madera que tenía petróleo adentro. El pequeño souvenir llevaba la marca de Petroecuador, la petrolera estatal donde mi papá trabajó muchos años. Ahora el barril descansaba en el escritorio de la oficina de mi abuelo Guillermo pero lo que era de mi abuelo, era mío también. El pequeño barril era de una perfección sublime y sólida y sus dos extremos estaban cubiertos de un vidrio grueso que parecía imposible de romper. "Imposible de romper", terrible atracción seductora. Podía ver el petróleo, podía verlo muy de cerca, agitarlo de un lado al otro. Me fascinaba ver como los vidrios del barril se enjuagaban en el petróleo. Era un ver y no tocar, ver y no experimentar ¿Habría forma alguna de hacer en aquel barril un agujero? Ya había tenido otros juguetes que diseccioné porque compartían la misma característica: guardar un líquido en su interior que yo podía ver pero no tocar. Me fascinaban. El primero fue un biberón de juguete que tenía leche adentro. No aguanté la impaciencia mucho tiempo y terminé rompiéndolo, comprobando que lo que había dentro no era leche sino un líquido amargo y algo pegajoso. Gran decepción. El segundo fue un termómetro que me brindó horas de diversión al descubrir la facilidad que tiene el mercurio para escaparse. Pero la miniatura de barril era distinta, era un juguete sofisticado e inquebrantable. Recuerdo pasar mucho tiempo acostada en el sofá de la oficina de mi abuelo con el barril en las manos pensando en esta imposibilidad. Era un pequeño tesoro fuera de mi alcance, aquel barril tenía petróleo adentro, una pequeña riqueza atrapada; una miniatura de la riqueza inalcanzable.
lunes, abril 08, 2013
Polaroids de Guayaquil
Barrio "Las Peñas", casas del Guayaquil antiguo
Transeúnte en "Las Peñas"
Centro de Guayaquil
Churros
Semanas después, la inscripción
virtual se ha materializado; estoy sentada en el aula 104 de la sede
de Santiago del Estero esperando que empiece la clase. Tres horas
después sigo sentada en el mismo lugar, aturdida, sorprendida, la
clase me ha maravillado y cuando eso pasa no puedo abandonar el aula
de inmediato. Me quedo ahí, como estática, saboreando ese momento
en que alguien ha logrado transmitir por iguales cuotas,
conocimiento e inspiración. Las hojas de mi cuaderno rebasan de
nombres autores, títulos de crónicas, recursos literarios, nombres
de películas, de documentales, de ideas propias, de ideas ajenas y
de frases textuales de mi profesor quien da las clases como sin darse
cuenta de que cuando habla, lo hace con verdadera poesía.
Hoy tuve mi tercera clase del
seminario. A este encuentro sólo asistimos cuatro personas y no me
sorprende; sostengo la tesis de que lo bello casi siempre pasa por
desapercibido. Las primeras dos horas hablamos de crónicas que mi
profesor llama “ultra contemporáneas” y nos hemos pasado viendo
unos libros que él ha llevado para que ojeemos. Anuncia que tomemos
un descanso de veinte minutos, el seminario dura tres horas. Sin
querer bajamos juntos las escaleras y comentamos algo sobre el
horario de la clase; no hay nadie a esa hora en la facultad, son las
cuatro de la tarde. “Fantasmagórico” le digo. “A mí, me
gusta, es tranquilo”, dice él.
Ya en el patio, prende un cigarrillo y
me pregunta de dónde soy. Le digo que de Ecuador, de Guayaquil y su
cara se ilumina, me cuenta que está por hacer un viaje a Quito.
“Quito es hermoso”, le digo y acto seguido me pide
recomendaciones de viaje con la restricción de cinco días. Entonces
me pongo el cassette de siempre y le digo que el centro histórico
vale la pena recorrerlo todo en varios días, que es el mejor
preservado del continente y que no puede dejar de visitar “La capilla del hombre”; el museo del pintor y escultor Oswaldo
Guayasamín. Después de nombrarle las bondades de Quito me dice que
algo ha llamado su atención: no le he dicho nada sobre Guayaquil, mi
ciudad.
Y entonces me viene de pronto un
sentimiento de vergüenza; nada peor que quien reniega de su lugar de
origen, pero no es que yo reniegue, es que no sé como narrar
Guayaquil en términos turísticos. Guayaquil, turísticamente, para
mí, es inexplicable. Creo que sólo quien vive en ella puede amarla
y encontrarla bella. Guayaquil es sobre todo "localísima", y el poco tiempo de los viajeros no alcanzaría nunca a apreciar la frenética,
diversa y marginal Guayaquil. Diversa por sus lugares, que van desde lo más ostentosos narco complejos hasta los asentamientos de extrema pobreza y diversa también por su gente; a Guayaquil la habitamos blancos, negros, cholos, mestizos, montubios, serranos y demases. En fin, Guayaquil es una ciudad para vivirla,
no para visitarla.
Después de esta conversación me quedó
la amarga sensación de vivir en una ciudad que por momentos, cuando
se la tengo que contar a otros, se me hace intangible. Me entró
entonces la urgencia de narrar Guayaquil como puedo; con imágenes,
sonidos, olores y sensaciones erráticas que se han quedado impresas
en mi memoria emotiva de la ciudad, como polaroids. Además el seminario no ha parado de motivarme a escribir una crónica. No se si esto llega a ser una crónica, no lo creo, pero al menos son instantáneas del Guayaquil de mis amores. Ahí van:
El olor insoportable, mezcla de carnes
crudas, legumbres y mariscos del Mercado Central.
Los parterres con palmeras al estilo
“miamiezco” de la Carlos Julio Arosemena.
El incesante subir y bajar de puentes
pequeños, medianos y otros casi infinitos.
La sensación de avanzar en círculos
por las numerosas circunvalaciones que abundan en la arquitectura
urbana.
El intenso olor a cloaca del estero
salado.
La niebla después de la lluvia sobre
la vegetación del bosque que se alza detrás del barrio El Paraíso.
Las luces de las discotecas gays de la
Zona Rosa.
Las luces de las casas del extenso
cinturón urbano que forma el Cerro de Mapasingue.
La vista luminosa de la ciudad al lado
del río desde el mirador de Bellavista.
Los carros más diversos; desde Volkswagen viejos hasta Amaroks yendo en caravana a Samborondón por
el puente de la Unidad Nacional.
Las casas del Guayaquil antiguo en el
Barrio del Centenario.
Las subidas y los giros casi suicidas
sobre las colinas de "Lomas de Urdesa".
Las casas abandonadas del barrio de
Miraflores.
Los limpiavidrios avanlanzándose sobre
el parabrisas de los automovilistas impotentes que con el dedo dicen
que no, en los semáforos de las calles más transitadas.
Las paisanas vendiendo mangos pelados,
cortados y organizados en bolsas de plástico con limón y la sal
aparte para el consumo indivual de los compradores.
La panadería en la esquina de Vélez y Boyacá.
Los niños llamados "carameleros"
vendiendo chupetes, cigarrillos y golosinas en la calle.
Un mendigo bebiendo agua de la calle,
restos de la lluvia, en el extenso parqueadero del centro comercial Albán Borja.
Las calles de Urdesa nombradas cómo árboles que se siguen en orden alfabético: Bálsamos, Cedros, Dátiles, Ébanos, Ficus, Guayacanes, Higueras, Ilanes, Jiguas.
Las calles de Urdesa nombradas cómo árboles que se siguen en orden alfabético: Bálsamos, Cedros, Dátiles, Ébanos, Ficus, Guayacanes, Higueras, Ilanes, Jiguas.
La imagen aún escalofriante de cuatro hombres bajando de una 4x4 de
vidrios polarizados con metralletas en las manos dirigiéndose al
vehículo de atrás, al sur de la ciudad.
Un hombre sudoroso con un balde
amarillo al hombro gritando "agua 'e coco".
La sensación de no respirar aire sino
vapor, por la intensa humedad.
Una mujer parada con su bebé frente a
los escombros de una casa derrumbada por la lluvia en un asentamiento
precario.
El sonido de esa voz,que parece ser siempre la misma, gritando"loooo-tería, loooo-tería".
El sonido de esa voz,que parece ser siempre la misma, gritando"loooo-tería, loooo-tería".
El escalofriante Hospital Luis Vernanza
cuya proximidad con el cementerio general me parece maquiavélica.
La cruz del Colegio de la Asunción
levantándose en medio del área industrial de Vía a Daule.
Los escalofriantes pasos a desnivel
sobre calles por donde los carros vuelan debajo.
Las luces de neón del cartel del motel
Miami.
El psiquiátrico Lorenzo Ponce, blanco
y con letras rojas grandes en las paredes que indican su nombre y que
lo hacen parecer más un centro carcelario y menos un centro de
salud.
La multitud de gente sudorosa y apurada
comprando en La Bahía, un espectáculo siempre colorido.
Las carretillas cubiertas de vidrio,
cuidando de las moscas los alimentos en su interior.
La interminable zanja que atraviesa
varias etapas de La Alborada.
La bajada temible que parece un
precipio, después del cementario privado "Jardines de la Esperanza".
La lluvia poco piadosa cayendo a
cántaros sobre la Avenida Las Aguas.
Los canillitas en la calle gritando
"Extra, extra", agitando el diario con alguna mujer
de curvas pronunciadas en primera plana.
La mirada tierna de una escultura mal
hecha: el Mono capuchino, que se levanta entre los dos túneles del
cerro Santa Ana.
La sensación de largarse de la ciudad
transitando la avenida del Bombero, que luego se transforma en
carretera a la playa.
La sensación de estar en un hermoso
jardín secreto, subiendo por la calle principal del histórico
barrio residencial "Cimas del Bim Bam Bum".
El malecón interminable donde muchas
parejas de los sectores populares caminan de la mano en sus paseos
dominicales.
Las calles empedradas de Las Peñas y
sus faroles, que dan la sensación de estar viajando al tiempo de
nuestros abuelos.
El olor a Guayabas pisadas en una
callecita del barrio "Los Ceibos".
Un cuidador de carros con franela roja
y gorra que al ver el abrazo entre una amiga y yo pregunta "¿Quién
es el machito?".
El olor a chicharrón de los bolones de
verde recién amasados en un huequito de Los Sauces y una voz que
dice "extra chicharrón, por favor".
¡Gracias Mónica por las fotos! Visiten su Flikr para más fotos de Ecuador.
¡Gracias Mónica por las fotos! Visiten su Flikr para más fotos de Ecuador.
sábado, abril 06, 2013
Criança
Después de ocho años de vivir afuera
de mi país es que lo puedo ver con cierta distancia.
Desnaturalizarlo, si se quiere sonar más intelectual. Esta
desnaturalización es un darse cuenta. Yo me di cuenta de que en
Ecuador las relaciones coloniales persisten. Yo alcancé, y cuánto
agradezco por ello, a ser criada por una verdadera matrona: la prima
de mi mamá, mi tía Elsa, quien ya había cuidado antes a otras
niñas de la familia. Le digo matrona porque mi tía me cuidó como si me hubiese parido. Mi mamá, que era bastante moderna para la
época -madre soltera, usaba jeans, manejaba y trabajaba- anunció
que terminada su licencia de maternidad me llevaría a una
guardería. “De ninguna manera” dicen que respondió mi tía
Elsa, y el lunes antes de que mi mamá se fuera a trabajar, llegó
para quedarse conmigo, quién diría, por siete años.
Mi tía Elsa
llegaba muy temprano a la casa, no sé a qué hora, pero cuando yo me
despertaba para ir a la escuela ella ya estaba ahí. Todos los días
me hacía un peinado distinto, agarraba una peinilla y con fuerza
tiraba de mi pelo para atrás, dejando un efecto achinado en mis ojos
y la frente tirante. Era la única manera de que regresara peinada
después de ocho horas en la escuela, supongo. Estoy segura de que mi
mamá recuerda más que yo mis berrinches cuando mi tía Elsa se fue. Madre moderna y una absoluta inútil para los peinados. Ella los hacía y
yo en un acto rebelde y de suma tristeza a la vez, los deshacía. Al
final las dos enojadas y yo me tenía que conformar con ir a la
escuela con un cola de caballo común, como las demás niñas.
Mi tía
cuidaba de que mi uniforme esté impecable y bien planchado. Nunca he
vuelto a reconocer en mí tal pulcritud. A ella le encantaban
tres cosas: los perfumes, Juan Luis Guerra y las alhajas. De mi tía
recibí como regalos una pulsera de plata y un anillo. En mi primera
comunión me regaló una pulsera y un reloj que hacían juego, creo
que aún los conservo en mi casa de Guayaquil. El anillo lo perdí en
la escuela cuando una compañera me lo pidió prestado y al día
siguiente cuando se lo pedí me dijo con soltura: “lo perdió mi
hermano” y siguió escribiendo en su cuaderno, la muy insolente, como si nada hubiera
pasado mientras a mí por dentro me carcomían el pánico y la furia.
En realidad la reprimenda ya la había recibido el día anterior
cuando se lo había prestado, pues cuando llegaba de la escuela mi
tía me sometía a una especie de revisión. A ver si estás peinada,
y qué es esa mancha en la camisa, y demás. Todavía recuerdo la gran
reprimenda que me dio ese día mientras me bañaba. Frotaba la
esponja más fuerte que de costumbre, pero sólo ligeramente. Lo que más
dolían eran sus palabras, que emitidas de su boca siempre eran como
sentencias.
Mi tía Elsa tenía mucho carácter, o al menos eso yo
creía. Cuando crecí y la vi retando a sus nietos y luego, en
secreto, reírse conmigo de forma cómplice, me di cuenta de que todo
había sido siempre una actuación. Mi tía educaba a través del
miedo. Yo tenía tanto miedo de mi tía que recreé en mi mente como
real una situación que sólo fue amenaza. La amenaza de mi tía era
siempre la misma, y violenta “si haces tal cosa, te meto en la cisterna”. Yo tengo el recuerdo de estar flotando dentro de la cisterna, viendo sólo agua alrededor, pero hoy puedo estar segura de que esa mujer dulce hubiese
sido incapaz. Como dije antes, era todo una actuación. Esa era su pedagogía ante una niña inquieta. She didn't know any better.
Como mi madre siempre fue la peor escogiendo el
momento oportuno para cualquier cosa, no tuvo mejor idea que
comunicarme en mi cumpleaños número siete que mi tía me
abandonaría. Su hija recién había dado a luz y la tarea natural de
la matrona era criar a su nieta María José. Se derrumbó el mundo.
Debe ser uno de los días en los que más he llorado en mi vida
entera. En mi cuarto tenía un ángel de cerámica, dulce y mujer, a
la que recé que no me quitara a mi tía pero fue en vano. Mi tía se fue. Junto a ella había pasado siete años mis tardes
y mis mañanas antes de ir a la escuela. Me vestía, me bañaba, me
peinaba. Cuidaba de mí como nadie, ni siquiera mi mamá cuidó de mí
después con tanto ahínco.
Con mi tía mantengo hasta hoy una relación de estrecha
amistad. Cuando vivía en Guayaquil la llamaba siempre por teléfono
para contarnos los chismes de la familia. Siempre en las reuniones
familiares nos la pasamos abrazadas, parloteando. Cuando nos vemos, las dos nos llenamos de abrazos y besos. En todos mis cumpleaños,
llora. Llora por que crezco. Le encanta jactarse de que nos ha criado
y también reniega de mis primas ingratas. De mí nunca puede
quejarse; yo le agradezco hasta hoy sus cuidados en mi infancia con gran afecto.
viernes, abril 05, 2013
Breve historia de un unfollow
Yo leía con frecuencia a una mujer que imaginaba interesante. Su escritura era ocurrente, fácil, irónica. Hablaba mucho de cine. Las personas que saben de cine me atraen porque tienen algo que yo no tengo; no sé de cine aunque que quisiera. Muchas de las películas que vi no las recuerdo, ni hablar de nombres de actores y actrices. Sé, eso sí, reconocer lo bello. En fin, su seudónimo también me gustaba; era gracioso y enigmático al mismo tiempo. Tengo una obsesión con los nombres y los seudónimos. Podría enamorarme de alguien sólo por su nombre. Se empezó a entramar entre las dos una relación, aunque ella nunca lo supo quizás porque yo nunca le escribí; nunca abrí una conversación, nunca le hice un RT, nunca un fav.
Estuve siempre muy cómoda en mi lectura silenciosa y quizás la leí demasiado. La cotidianidad nos unió como escritora elocuente y lectora silenciosa, pero también nos alejó. Es que además del tiempo, algo pasó que lo cambió todo. Hace poco mi escritora se reveló en una foto y todo en mí se desbarató. No es que el descubrimiento me desagrade, no, es sólo que no era lo que esperaba. Y no es que yo sea superficial, no, es sólo que me la había imaginado distinta; misteriosa, fuerte, con el pelo negro y la mirada audaz. No estaba lista para enfrentarme a un (des)peinado rubio ceniza alborotado, una cara cansada y en los ojos ese estado de falsa alerta de los que toman mucho café. Era frágil, era común, era, como yo. Mis ilusiones de lectora a la basura. Mi escritora imaginada perdida para siempre, muerta. Mi fanatismo silencioso en vano. Mi decepción tan grande que no pude leerla más.
Estuve siempre muy cómoda en mi lectura silenciosa y quizás la leí demasiado. La cotidianidad nos unió como escritora elocuente y lectora silenciosa, pero también nos alejó. Es que además del tiempo, algo pasó que lo cambió todo. Hace poco mi escritora se reveló en una foto y todo en mí se desbarató. No es que el descubrimiento me desagrade, no, es sólo que no era lo que esperaba. Y no es que yo sea superficial, no, es sólo que me la había imaginado distinta; misteriosa, fuerte, con el pelo negro y la mirada audaz. No estaba lista para enfrentarme a un (des)peinado rubio ceniza alborotado, una cara cansada y en los ojos ese estado de falsa alerta de los que toman mucho café. Era frágil, era común, era, como yo. Mis ilusiones de lectora a la basura. Mi escritora imaginada perdida para siempre, muerta. Mi fanatismo silencioso en vano. Mi decepción tan grande que no pude leerla más.
jueves, abril 04, 2013
El vendedor de libretas
Hace algunos meses M, una amiga, me regaló una libreta. En realidad había comprado tres en el subte y yo le pedí una. Me la vendió pero yo la sentí como un regalo. Le dije que era una traficante de libretas. Me reí y la guardé. No pensé que esa pila de hojitas con tapa de cartón con colores mal combinados sería la guardiana del tesoro de mis palabras. ¿Por qué tesoro? porque las palabras escritas en esa libreta no fueron palabras cualquiera, no. Fueron palabras que me reconciliaron con la escritura. Siendo ella tan pequeña, la empecé a llevar conmigo a todas partes y a sacarla de mi bolso cada vez que la escritura me urgía. A mí todo o me urge o me da igual. La escritura cuando aparece, se me impone como una urgencia. Esa libreta me recordó que lo que a mí me gusta es escribir. Y volví a hacerlo, volví a hacerlo en todas partes: en el colectivo, en un café, en el tren, hasta caminando. En conclusión: creo que nunca una libreta me hizo tan feliz pues además pasaba yo por tiempos duros; una separación, exceso de trabajo, falta de dinero, falta de motivación cualquiera. Después de un tiempo M volvió a aparecer con una libreta y esta vez sí fue regalo. Justo a tiempo, yo ya había empezado a llenar las hojas de la mía en los pequeños márgenes en blanco, se había consumido toda, como una vela. En esta, las palabras ya no fueron escritas con urgencia, sino más bien, pensadas, aburridas. Había sufrido la escasez del papel y temía no tener otra libreta (ESA libreta) en largo tiempo. No podía llenarla con palabras a mi antojo; esta vez no estaba funcionando. Incluso dejé de llevarla conmigo a todas partes y pasó a ocupar un lugar en mi velador. Un cuaderno rojo le robó el lugar en mi cartera. Hoy en el subte se dio un encuentro inesperado. Hoy vi al vendedor de las libretas. Tenía cara bondadosa. Llevaba una caja con libretas y en la mano varias pilas que usaba para repartir, mostrar y en casi todos los casos, volver a guardar. No abundan los compradores de libretas. Las vendía en un paquete de tres, agarradas por un elástico y además ¡una bic! que pensé: está de más, habría que decirle que esas libretas son la joya suficiente. Agarré mis seis libretas con fuerza —tres de ellas usurpadas de la pasajera de al lado— e inmediatamente empecé a buscar dinero en el bolso que por supuesto, está por todas partes (quizás algún día encuentre un vendedor de una billetera que sea la guardiana de mi dinero), y junté la suma. Cuando el vendedor ya estaba en plena recolección, empujé mis grandes audífonos hacia atrás y cayeron sobre mi nuca (todo un símbolo postmoderno de respeto, sacarse los audífonos para alguien), y le entregué el dinero a cambio de quedarme yo con sus libretas. Me saqué los audífonos también porque quería hablarle, quería decirle algo así como: "Me encantan tus libretas", o "no sabes como me gustan estas libretas", o "he estado buscando tanto estas libretas", o "siento que ya te conozco pues conozco de antes tus libretas", o "una amiga siempre te compra estas libretas y las trafica para quienes amamos escribir en ellas", o. Todo sería muy cursi para quien está apurado en la venta, pero le di el dinero y sonreí como mejor pude, con todo el cuerpo y la cara. Él también sonrío, apurado. Yo voy a empezar a escribir en mis libretas lo que se me antoje, escuchando la urgencia de las palabras cuando me sorprendan en cualquier lugar, en cualquier momento. Total ahora tengo seis y creo que ya sé donde encontrar al vendedor, aunque me gustaría pensar que su recorrido no es siempre el mismo y que quizás otra vez las libretas vuelvan a mis manos, inesperadas, sorprendentes.
sábado, marzo 23, 2013
Dicen que el dolor de muelas es dolor de amores. A mí siempre me coincidió.
— Dani Caine (@danielaescobar) 21 de marzo de 2013
viernes, marzo 15, 2013
Cómo devorar un libro nuevo (o dos)
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