domingo, octubre 19, 2008
Génesis
Una niña se perdió en el bosque y quedó envuelta en sueños hasta que llegó su muerte. Arañas venenosas subían por su cabello y se reían de la vida cobarde que se había ido espantada dejando el cuerpo obsoleto. Algunos gusanos babeantes refrescaban la piel de la infante que se secaba por el sol. Las grandes hormigas rojas jugaban entre los dedos de los pequeños pies y sus picadas le chupaban la poca sangre que le quedaba. Permaneció ahí días, tal vez semanas. En un trabajo incesante, mientras la niña dormía en muerte, los gusanos tejieron un gran capullo dejándola prisionera de un árbol, envuelta como un feto con el cabello enredado entre las ramas.
La niña se quedó dormida durante siglos atada al árbol, centenares de años pasaron y con el paso de los días sus manos se convirtieron en ramas y sus pies se hicieron raíces. Las abejas sacaban de sus ojos el polen para confeccionar la miel, y la piel de su cara se curtía por el sol. Su cabello crecía y crecía envolviendo todo el bosque. Pasaron muchas lunas hasta que los hilos del capullo se fueron soltando poco a poco. Eran de la seda más fina. Los suaves retazos que caían de la gruesa coraza retumbaban en la soledad del bosque como ecos.
Cuando por fin despertó de la muerte saco su cuerpo del capullo, admiró sus piernas largas, su piel tostada, su pelo largo y negro. Fue corriendo al río para ver el milagro de su cuerpo ahora adulto, y entendió que era ella el epicentro de la energía del universo renacido.
viernes, octubre 10, 2008
Eris
- No me taches te he dicho.
- Calla personaje pueril.
- Te arrepentirás.
Y en cinco minutos escribió mi muerte.
domingo, octubre 05, 2008
Dulce Chacón
sábado, octubre 04, 2008
Déjala Salir
Siento calor. Hay una hoguera que se cierne en mi y es expulsada en forma de pesadas gotas de sudor. Tengo los ojos inyectados en sangre, palpitan, se sientes como piedras, arden y queman. Los labios también me palpitan, los sientos grandes, hinchados. La vena que se marca en el medio de mi frente se ve de forma precisa y retumba con mi respiración. La sangre del mundo está encerrada en mi cuerpo y quiere salir, quiere explotar, quiere salpicar.
jueves, octubre 02, 2008
En el vientre caliente me acurrucaba con las rodillas en el pecho. Las brasas de calor envolvían mi cuerpo de una forma agradable. Me quedaba dormida ahí, como flotando en un mar cálido. Las sombras rojizas me envolvían y yo me acurrucaba, me volvía a dormir. A veces me animaba a mover las manos, los brazos, haciendo presión contra el agua, tocando las paredes como un niño torpe que ensucia de chocolate el papel tapiz. Las paredes retumbaban y el agua se movía como en pequeñas olas. Mi cuerpo flotaba y me volvía a dormir saturada de placer.
A veces escuchaba pequeñas vibraciones que venían del otro lado de la pared. Un día esas vibraciones se hicieron más fuertes. Una presión me empujaba hacia afuera, como expulsandome en un remolino. Yo trataba de aferrarme, pero resbalaba por una pared acolchonada, de repente sentí algo extraño. Una ola fría en mi cabeza, yo salía del agua, y esta salpicaba por doquier. Ahora siento una presión, siento que dos bolsas dentro de mi pecho se llenan y se vacían en un movimiento que no puedo controlar.
Quiero volver a mi lecho pero me sigo resbalando. Ahora siento el frío por todo el cuerpo, y algo me toca. Me escapo al tacto, dando media vuelta estiro mis manos que por suerte son diminutas, ellas logran hacerse paso por el túnel de gelatina que minutos antes me había expulsado. Meto la cabeza, luego los hombros con dificultad y empiezo a patear hasta que mis pies están otra vez en el mar. Nado en el torrente cálido, me dejo envolver por el calor de sus olas. Me sumerjo como una galleta se sumerje en la leche, y vuelvo a flotar.
Yo soy todavía la raíz que se aferra en tus entrañas.
martes, septiembre 30, 2008
Recorrido
Subo por los brazos que me envuelven, que se estiran pidiendo cerrarme contra todo el cuerpo, que me toman entre ellos cuando nos despedimos, cuando nos volvemos a ver.
Sigo por el pecho que me recibe, que me hace un lugar cuando llega la hora de cerrar los ojos y hundir la cabeza ahí, en el lugar de estar, en mí lugar de estar. Y luego el cuello, donde también es perfecto hundirse y aspirar lo más profundo de su alma.
Después el mentón y una boca que ha de decir siempre la verdad, porque su corazón no conoce otra cosa. Una boca que recibe a la mía con calma, que no se apresura, que me espera.
Al final de todo llego a los ojos y me sumerjo en ellos como si fueran el óleo del más claro azul y yo un pincel que se empapa en su pasión.
Icónico
Ayer me desperté muy agitada como nunca, dos horas antes de la hora a la que en realidad tenía mi alarma programada. Tú sabes como soy de paranoica, el solo pensar que no cumpliría con mi programa mañanero de despertarme a las nueve hacía una gran influencia en mi cuerpo. Mis ojos se habían abierto de un tirón, creo que la violencia del movimiento incluso había llegado a doler.
No se como logré llegar al baño. Abrí bien los ojos, aunque solo podía ver bien con uno, el pegajoso rocío matutino empapaba mi ojo izquierdo. Después de lavarme la cara sin lograr despegar el ojo afectado empecé a observarme en el espejo, lentamente de abajo hacia arriba. Senos, cuello, mentón. Luego continué con una vista más decente, centrada en mi cara.
Frente (ya con ciertas marcas de expresión), cejas, pestañas, ojos, nariz y de repente un “¿Dónde están mis labios?” escapó de mi fosa bucal. Desesperación. Pero si estaba segura de que aún estaban ahí cuando me fui a dormir. Instintivamente empecé a buscarlos por mi cuerpo, talvez se aburrieron de estar tanto tiempo en el mismo lugar, es algo que a todos nos pasa.
Los busqué por todas partes, te juro que busqué. Tal vez se me habían caído a un lado de la cama, el lugar preferido de los objetos para esconderse. Al no verlos por ninguna parte mi desesperación empezó a crecer. Abrí todos los cajones que encontré, cajitas, cajas, cajotas. Busqué debajo de los muebles, de la mesa, de la cocina, en la refrigeradora. No estaban, me habían abandonado y ahí estaba yo desahuciada por la extensa búsqueda luciendo como un conejo, a la edad de 20 años.
Se me acaba de ocurrir algo, tal vez se quedaron pegados al vaso grande donde me gusta tomar la leche. Seguramente querían sentir el frescor de la leche un poco más y yo me apresuré demasiado para hacer alguna cosa. Yo y mis programas, yo y mis planes. Voy a buscarlos ¿me esperas un rato?
Discúlpame por la demora, he revisado cada vaso de la casa y los malditos no están. Se complicó. Ahora si que se complicó.
Talvez eran claustrofóbicos, tú sabes que a mi no me gusta salir mucho y mi casa es pequeña. Entiendo que si padeces de esta fobia, debe ser muy difícil acompañarme todo el tiempo. Creo que fue mi culpa el no notar su necesidad de salir, no sólo por el hecho de salir en sí, sino también para atraer una que otra mirada, un roce de otros iguales a ellos. Que egoísta he sido.
Acabo de ver que he dejado la ventana abierta, sino están aquí entonces lo más seguro es que se salieran por ahí, que se escabulleran como cobardes sin siquiera despedirse después de todo lo que hice por ellos. Que la crema para humectarlos en el frío, que el protector para cuidarlos del sol, que el lápiz de labios de marca.
¿Suicidio? No, eran unos cobardes en el fondo. Creo que tan solo se escaparon. Me aferro a la teoría de la claustrofobia, aunque si en realidad si esa hubiera sido la causa no creo que hayan podido aguantar tanto tiempo, se hubieran ido antes. ¿O será que te fueron a buscar? Una vez vi a los muy atrevidos abrirse de un suspiro mientras jugabas con mi pelo.
La Maga
sábado, septiembre 27, 2008
El viaje
I
Casas, edificios y árboles pasan como hilares de colores por la ventana.
Casas, edificios y árboles, cada vez estoy más lejos del reconfortante lugar de lo certero.
Casas, edificios y árboles, este es un viaje hacia lo oxidado, lo olvidado y lo marchito.
II
Casas, edificios y árboles pasan como hilares en blanco y negro porque aquí dejan de existir los colores.
Casas, edificios y árboles, cada vez estoy más cerca del tétrico lugar de lo incierto.
Casas, edificios y árboles, presiento que esta es mi parada.
viernes, septiembre 26, 2008
El coleccionista
Pues bien, esté atento. Si encuentra a Juan algún día detrás de un vidrio empañado no se le ocurra dejarse llevar por la curiosidad, siga de largo, pretenda que no lo ha visto, es lo mejor. Ahora, si no puede controlar sus impulsos, quédese viendo qué son esas cosas que Juan guarda en botellas de vidrio.
Al principio no podrá distinguirlas bien, pero después cuando Juan abra el gran armario para colocar su nueva adquisición, usted verá todas las botellas con sus etiquetas respectivas. Algunas estarán ya envueltas en pudredumbre, añejándose, piensa Juan. Estoy segura de que usted, siendo tan inteligente como es, resolverá pronto el contenido de las botellas.
La próxima vez que vaya a las letrinas del pueblo piense que su acción no fue en vano. Qué gentil de su parte, estimado lector, brindar la sublime exquisitez que se gesta en sus entrañas.
lunes, julio 14, 2008
El gran banquete
domingo, julio 13, 2008
Litio
Anda por toda la casa vestida completamente, desde el cuello hasta los tobillos, poco le importan los treinta y ocho grados de calor pronosticados en el periódico. Se encarga de ir habitación por habitación para bajar las persianas después de cerrar la última, la del comedor, sube a su cuarto con una escalera, la coloca en el medio y se trepa para sacar el foco. Todo está listo, aunque por el intenso sol todavía hay unos cuantos rayos de sol que se escabullen por las persianas. Va hasta el ropero y busca en los cajones hasta que lo encuentra; un elegante sombrero de paja adornado con un listón negro. Se pone el sombrero y se dispone a bajar para servirse el desayuno. Ya en la cocina saca lo necesario para la primera comida del día, el yogurt natural, la miel, la avena, dos tostadas integrales, doce uvas y medio vaso de leche. Se sienta en la mesa de madera en el centro de la cocina, coloca una servilleta de tela sobre sus piernas y empieza a comer. Primero el yogurt mezclado metódicamente con la miel y la avena, después pasa a las tostadas, las toma de forma delicada sólo con el pulgar y el índice de su mano que está cubierta con un guante. Las uvas las deja para el final, se las come una por una, nunca dos a la vez. Se toma el vaso de leche y se levanta de la mesa. Se da cuenta que a pesar de las persianas la luz que entra a la cocina le molesta, va a la sala donde encuentra el diario y vuelve con él a la cocina. De un frasco amarillo saca una cinta aislante que había dejado ahí hace algunos días. Abre las hojas del periódico y empieza a empapelar la ventana. Han quedado perfectas, se felicita.
Va a recostarse a la sala para hacer la digestión, se queda ahí unos cuantos minutos hasta que siente una sensación de quemadura en la cara. Sube otra vez a su cuarto y del primer cajón de su cómoda de roble saca un pote azul, se lo unta en el rostro y siente alivio. Deben ser los rayos actuando en mis genes piensa. Decide mejor recostarse en la cama así como está; vestida de negro, cubierta con guantes, pantalón, medias, camisa con cuello largo, el sombrero y la cara blanca por la crema. Se queda viendo a las persianas, tal vez debería comprar unas más gruesas y en ese momento una leve brisa permite la entrada de luz directamente sobre ella. Se para precipitadamente y busca desesperada en el ropero sus gafas. Busca entre los montones de ropa pero no las encuentra y la mirada se le va nublando poco a poco. Cuando piensa que se ha quedado ciega encuentra las gafas entre los miles de recortes que colecciona hace ocho años, se lee en el primero “Los daños irreparables de la radiación ultravioleta”.
Aceptación
Fuga
Las paredes del convento eran blancas y frías. No sabía bien cómo había llegado ahí, las dudas empezaban a corroerla y entonces empezaba a orar. Quizás fue ese miedo a las emociones humanas, como la duda, las que la hicieron refugiarse en esa casa dedicada a Dios donde cientos de mujeres se resguardaban de lo mundano. Sacó un rosario de su bolsillo.