No podía evitar sentir el ascenso del bulto protuberante en sus pantalones cada vez que pasaba un infante.El sexo alborotado saltaba ante cualquiera de estas pequeñas réplicas de personas que lo obsesionaban. Sabía que pecaba de pensamiento, pero su cuerpo siempre lograba traicionarlo. Para censurar la idea retorcida de tener a un niño entre sus sábanas pensaba en su hijo. A él nunca le podría hacer nada, le repugnaba el sólo pensamiento de tocarlo. Se sentía sucio y lascivo ante cualquier caricia filial. Su sexo adormecido a veces se despertaba cuando arropaba al niño durmiente en su cama. Acto suscesivo, arcadas, vomito por doquier, violentos cortes, semi-mutilaciones ahí donde la sangre palpitaba provocando la erección. Su hijo no, no podía ser.
Para saciar su sed recurrió a cuidar todos los días al hijo de una ocupada madre vecina.El niño rubio, de grandes ojos temerosos obedecía ante el miedo de un castigo de su cuidador.Todos los días llegaba de la escuela con el hijo del hombre a quien debía su cuidado cuando no estaba mamá.Bajaba directo al sótano oscuro donde sabía, lo estaba esperando. Se entregaba docilmente ante lo que creía era un juego de adultos del que él, privilegiado, podía participar en secreto.
Los juegos a veces eran eternos, duraban horas. El hijo del hombre empezó sentirse solo, los celos corrían como un torrente por su alma. Ante el sentido desprecio, el hijo celoso convenció al niño de ojos temorosos para ser él quien bajara al sótano. Cada escalón que bajaba hacía más curioso su espíritu, sentía cada parte de su cuerpo palpitar ansiosas por ser parte del juego secreto que el padre, egoísta, no había querido compartir con él.
Una vez en el sótano sintió al padre acercarse, sintió su respiración al rededor de su nuca. Se quitó la ropa bajo la orden partenal, entre los besos de quien jamás había recibido ni el más frío de los cariños. Un fuerte sacudón y los gemidos extasiados del padre en celo se mezclaron con el llanto del hijo adolorido por tan violenta
intromisión. El llanto, ese llanto no era familiar en los juegos rutinarios del padre. Desesperado prendió la luz para descubrir lo que tanto había temido. Sus jugos nunca debían haberse mezclado con la sangre del hijo así como un cabrito no debe ser jamás cocido en la sangre de su madre.
Entre los llantos horrorizados de su único descendiente el padre se desmembró con la fuerza bruta de sus manos. Pasaron segundos para que el niño desnudo muriera de pena y culpa en el piso del sótano besando con fervencia el miembro sangrante del padre castrado.
domingo, noviembre 30, 2008
Enunciación
Este solía ser mi espacio, hoy es la morada de los personajes macabros que vienen de lejos para perpetuarse en mi vil escribir.
“Inquilinos de mis palabras, les alquilo mi lenguaje para que se inmortalicen en él, háganme cruel, despójenme de todo sentimiento magnánimo y hagan sangrar mis dedos cada vez que dude alejarme de mi pluma o peor aún, hacerla misericordiosa.”
“Inquilinos de mis palabras, les alquilo mi lenguaje para que se inmortalicen en él, háganme cruel, despójenme de todo sentimiento magnánimo y hagan sangrar mis dedos cada vez que dude alejarme de mi pluma o peor aún, hacerla misericordiosa.”
Oda
Quiero hacerle una oda a tu belleza.
Una oda vulgar que me permita hacerte en palabras todo aquello que en cuerpo no me fue permitido.
Quiero que se unan mi verso con tu lírica.
Que mis letras hechas cuerpo las conviertas en estrofas.
Quiero que me llenes los oídos de onomatopeyas.
Revolcarnos fonema a fonema !crescendo! ¡crescendo!
Una oda vulgar que me permita hacerte en palabras todo aquello que en cuerpo no me fue permitido.
Quiero que se unan mi verso con tu lírica.
Que mis letras hechas cuerpo las conviertas en estrofas.
Quiero que me llenes los oídos de onomatopeyas.
Revolcarnos fonema a fonema !crescendo! ¡crescendo!
miércoles, noviembre 26, 2008
Tuve un sueño
Estamos sentados en una mesa y los tres comemos cangrejos... son negros, me asustan. De un lado tu novia y del otro lado yo, que soy también, tu novia. En esta triada se bien que soy yo la negrura del cangrejo, soy yo la pata que va a hacia atrás, el animal punzante que a tu pie lo muerde. Ella es todo lo que yo no soy, pero tú, exquisito comensal sentado en la mesa, tú no la quieres a ella. Prefieres al crustáceo punzante. Ahora tendrás que soportar el dolor de la tenaza clavándose en tu piel, no digas que no te lo advertí.
lunes, noviembre 24, 2008
El Navegante
No es muy común ver a una señorita de la nobleza navegando en medio río pero por él hice una excepción. Me ha invitado a su velero una tarde de verano húmedo. Mientras vamos navegando él se acerca a mí, me dices cosas dulces incluso ridículas al oído. Siento de repente una punzada a mis espaldas… y es que me he olvidado mencionar que el navegante es un púber alborotado que ha cedido ante mis maduros encantos. No es de sorprenderse que un muchachillo deje abierto el caudal al pensar en tener en su lecho a una mujer que podría ser su madre. Pero tanta insistencia adolescente me empieza a repulsar, sus finos deditos inmaduros se alteran entre mi ropa. Ante tal acto nauseabundo no puedo evitar exclamar:
- Pero… ¿Qué te creíste que soy pequeño iluso?
Y levanto sus manos de mi cuerpo. Es tan frágil que con facilidad logro domarlo, ronronea como un gatito asustado. Encuentro en el velero un pequeño cuchillo que antes había utilizado el pigmeo para cortar una soga. Empiezo la operación: Empiezo por los dedos de los pies, subiendo lentamente por las piernas, así voy separando la fina piel del cuerpo y mi joven amante se va quedando en viva piel. Se ha desmayado, lo que hace más fácil el trabajo, sin embargo me empiezo a aburrir sin compañía y utilizo mi frasco de perfume para despertarlo. Ahora con sus gritos me siento más cómoda. Una vez terminado el procedimiento clavo la tersa piel del joven a lo más alto del mástil y después clavo también en los pies. Que hermosa vela, ¡una apología a la eterna juventud! Me olvidé de contaros que hice con sus blancos y perfectos dientes, me han gustado tanto que he decidido hacer con ellos un collar como recuerdo de su amor ¡Encuentro esto tan romántico! Sus uñas las guardaré para la buena suerte y sus testículos me servirán para cambiarlo por oro en el próximo puerto, donde encontraré, si tengo suerte, a otro joven navegante que quiera pasar conmigo una húmeda tarde de verano.
- Pero… ¿Qué te creíste que soy pequeño iluso?
Y levanto sus manos de mi cuerpo. Es tan frágil que con facilidad logro domarlo, ronronea como un gatito asustado. Encuentro en el velero un pequeño cuchillo que antes había utilizado el pigmeo para cortar una soga. Empiezo la operación: Empiezo por los dedos de los pies, subiendo lentamente por las piernas, así voy separando la fina piel del cuerpo y mi joven amante se va quedando en viva piel. Se ha desmayado, lo que hace más fácil el trabajo, sin embargo me empiezo a aburrir sin compañía y utilizo mi frasco de perfume para despertarlo. Ahora con sus gritos me siento más cómoda. Una vez terminado el procedimiento clavo la tersa piel del joven a lo más alto del mástil y después clavo también en los pies. Que hermosa vela, ¡una apología a la eterna juventud! Me olvidé de contaros que hice con sus blancos y perfectos dientes, me han gustado tanto que he decidido hacer con ellos un collar como recuerdo de su amor ¡Encuentro esto tan romántico! Sus uñas las guardaré para la buena suerte y sus testículos me servirán para cambiarlo por oro en el próximo puerto, donde encontraré, si tengo suerte, a otro joven navegante que quiera pasar conmigo una húmeda tarde de verano.
El ocupante
Una vez cada mes, viene roja y desbordante. Ella está preparada, esta vez ha utilizado el calendario para marcar la fecha en que deberá combatir contra el torrente que lo mancha todo. El día ha llegado, y como es mejor prevenir que lamentar, ha decido introducir en la cueva del milagro a su pequeño amigo de algodón O.B.
Lo saca de la caja donde está junto con los otros soldaditos, lo desenvuelve, desenrolla su trencilla verde y abre los muslos, respira profundo, lo toma con dos dedos y lo ahoga en su néctar. Sabe que lo ha hecho bien pues ya no lo siente, ahora él es parte de ella. El acto ha sido consumado.
Se pone las bragas y luego se viste para ir al trabajo. Él la acompañó en su trayecto. Al cabo de unas horas cuando ya no podía absorber más el agua profunda que lo había empapado con su tinta roja, sabía que su hora había llegado. Ella también lo sabía. Se dirigió al baño de la oficina para expulsarlo de sí. Se subió la falda hasta la cintura, abrió los muslos y tanteó entre sus relieves; ubicar la trencilla verde era el objetivo. No la encontró, parecía que sus labios la hubieran absorbido como a un spaghetti.
Desesperada siguió tanteando, buscando, indagando. La trencilla no aparecía por ninguna parte, sin ella no podía halar a la pequeña bala de algodón. Ya había pasado más tiempo de lo normal en el baño, pronto alguien preguntaría por ella, o peor, alguien necesitaría utilizar el servicio. No podía salir así, ahora el líquido espeso exploraba nuevos horizontes. Desesperación. Enterró sus dedos buscando en la profundidad al intruso pero no lo sentía por ningún lado mientras un pequeño riachuelo rodaba por su piel.
Apoyó una de sus piernas en el inodoro para ver si sus dedos lograban llegar hasta el empapado algodón, pero no había rastros de él por ninguna parte. Seguía intentando, sus dedos parecían derretirse y de repente sintió algo. Ahí estaba él, y ella con un movimiento torpe de su dedo índice lo había hundido más. Intentó pujar con su vientre; parir al intruso, pero fue en vano, lo único que logró con eso fue salpicar el suelo del baño y teñir aún más sus bragas.
Alguien tocó enérgicamente la puerta y los nervios se apoderaron de ella, ya había estado mucho tiempo ahí. Se subió la manchada prenda, se acomodó la falda, salió rápidamente sin alzar la mirada y no dio explicaciones del desastre. Tenía que irse. Tomó un taxi y se dirigió al hospital que le quedaba más cerca, aún estaba a tiempo de sacar al invasor antes de que este la fecunde. El diluvio ahora mojaba el asiento del taxi, y la falda se bañaba en su mar.
Llegó a la sala de emergencias y al poco tiempo la atendió un doctor. La examinó. Ya era muy tarde, el pequeño violador la había fecundado pues no había rastro de él. El aborto no era una opción, ella se tenía que hacer cargo del nuevo ser que ahora se alimentaba de su sangre. Pronto nacería el pequeño albino para unirse al batallón. Al igual que ellos esperará impaciente ser el elegido para ese día que llega una vez cada mes.
Lo saca de la caja donde está junto con los otros soldaditos, lo desenvuelve, desenrolla su trencilla verde y abre los muslos, respira profundo, lo toma con dos dedos y lo ahoga en su néctar. Sabe que lo ha hecho bien pues ya no lo siente, ahora él es parte de ella. El acto ha sido consumado.
Se pone las bragas y luego se viste para ir al trabajo. Él la acompañó en su trayecto. Al cabo de unas horas cuando ya no podía absorber más el agua profunda que lo había empapado con su tinta roja, sabía que su hora había llegado. Ella también lo sabía. Se dirigió al baño de la oficina para expulsarlo de sí. Se subió la falda hasta la cintura, abrió los muslos y tanteó entre sus relieves; ubicar la trencilla verde era el objetivo. No la encontró, parecía que sus labios la hubieran absorbido como a un spaghetti.
Desesperada siguió tanteando, buscando, indagando. La trencilla no aparecía por ninguna parte, sin ella no podía halar a la pequeña bala de algodón. Ya había pasado más tiempo de lo normal en el baño, pronto alguien preguntaría por ella, o peor, alguien necesitaría utilizar el servicio. No podía salir así, ahora el líquido espeso exploraba nuevos horizontes. Desesperación. Enterró sus dedos buscando en la profundidad al intruso pero no lo sentía por ningún lado mientras un pequeño riachuelo rodaba por su piel.
Apoyó una de sus piernas en el inodoro para ver si sus dedos lograban llegar hasta el empapado algodón, pero no había rastros de él por ninguna parte. Seguía intentando, sus dedos parecían derretirse y de repente sintió algo. Ahí estaba él, y ella con un movimiento torpe de su dedo índice lo había hundido más. Intentó pujar con su vientre; parir al intruso, pero fue en vano, lo único que logró con eso fue salpicar el suelo del baño y teñir aún más sus bragas.
Alguien tocó enérgicamente la puerta y los nervios se apoderaron de ella, ya había estado mucho tiempo ahí. Se subió la manchada prenda, se acomodó la falda, salió rápidamente sin alzar la mirada y no dio explicaciones del desastre. Tenía que irse. Tomó un taxi y se dirigió al hospital que le quedaba más cerca, aún estaba a tiempo de sacar al invasor antes de que este la fecunde. El diluvio ahora mojaba el asiento del taxi, y la falda se bañaba en su mar.
Llegó a la sala de emergencias y al poco tiempo la atendió un doctor. La examinó. Ya era muy tarde, el pequeño violador la había fecundado pues no había rastro de él. El aborto no era una opción, ella se tenía que hacer cargo del nuevo ser que ahora se alimentaba de su sangre. Pronto nacería el pequeño albino para unirse al batallón. Al igual que ellos esperará impaciente ser el elegido para ese día que llega una vez cada mes.
domingo, octubre 19, 2008
Génesis
Una niña se perdió en el bosque y quedó envuelta en sueños hasta que llegó su muerte. Arañas venenosas subían por su cabello y se reían de la vida cobarde que se había ido espantada dejando el cuerpo obsoleto. Algunos gusanos babeantes refrescaban la piel de la infante que se secaba por el sol. Las grandes hormigas rojas jugaban entre los dedos de los pequeños pies y sus picadas le chupaban la poca sangre que le quedaba. Permaneció ahí días, tal vez semanas. En un trabajo incesante, mientras la niña dormía en muerte, los gusanos tejieron un gran capullo dejándola prisionera de un árbol, envuelta como un feto con el cabello enredado entre las ramas.
La niña se quedó dormida durante siglos atada al árbol, centenares de años pasaron y con el paso de los días sus manos se convirtieron en ramas y sus pies se hicieron raíces. Las abejas sacaban de sus ojos el polen para confeccionar la miel, y la piel de su cara se curtía por el sol. Su cabello crecía y crecía envolviendo todo el bosque. Pasaron muchas lunas hasta que los hilos del capullo se fueron soltando poco a poco. Eran de la seda más fina. Los suaves retazos que caían de la gruesa coraza retumbaban en la soledad del bosque como ecos.
Cuando por fin despertó de la muerte saco su cuerpo del capullo, admiró sus piernas largas, su piel tostada, su pelo largo y negro. Fue corriendo al río para ver el milagro de su cuerpo ahora adulto, y entendió que era ella el epicentro de la energía del universo renacido.
viernes, octubre 10, 2008
Eris
Está ahí sentada con su libro a medio escribir, las uñas despintadas, la ropa que es muy suya, el pelo despeinado y los pasadores del zapato izquierdo chorreando por el piso. Tiene las piernas cruzadas y mueve el pie derecho de una forma compulsiva casi obsesiva. Ahí en ese parque otoñal del fin del mundo escribe todos los cuentos.
- No me taches te he dicho.
- Calla personaje pueril.
- Te arrepentirás.
Y en cinco minutos escribió mi muerte.
- No me taches te he dicho.
- Calla personaje pueril.
- Te arrepentirás.
Y en cinco minutos escribió mi muerte.
domingo, octubre 05, 2008
Dulce Chacón
sábado, octubre 04, 2008
Déjala Salir
Siento calor. Hay una hoguera que se cierne en mi y es expulsada en forma de pesadas gotas de sudor. Tengo los ojos inyectados en sangre, palpitan, se sientes como piedras, arden y queman. Los labios también me palpitan, los sientos grandes, hinchados. La vena que se marca en el medio de mi frente se ve de forma precisa y retumba con mi respiración. La sangre del mundo está encerrada en mi cuerpo y quiere salir, quiere explotar, quiere salpicar.
jueves, octubre 02, 2008
En el vientre caliente me acurrucaba con las rodillas en el pecho. Las brasas de calor envolvían mi cuerpo de una forma agradable. Me quedaba dormida ahí, como flotando en un mar cálido. Las sombras rojizas me envolvían y yo me acurrucaba, me volvía a dormir. A veces me animaba a mover las manos, los brazos, haciendo presión contra el agua, tocando las paredes como un niño torpe que ensucia de chocolate el papel tapiz. Las paredes retumbaban y el agua se movía como en pequeñas olas. Mi cuerpo flotaba y me volvía a dormir saturada de placer.
A veces escuchaba pequeñas vibraciones que venían del otro lado de la pared. Un día esas vibraciones se hicieron más fuertes. Una presión me empujaba hacia afuera, como expulsandome en un remolino. Yo trataba de aferrarme, pero resbalaba por una pared acolchonada, de repente sentí algo extraño. Una ola fría en mi cabeza, yo salía del agua, y esta salpicaba por doquier. Ahora siento una presión, siento que dos bolsas dentro de mi pecho se llenan y se vacían en un movimiento que no puedo controlar.
Quiero volver a mi lecho pero me sigo resbalando. Ahora siento el frío por todo el cuerpo, y algo me toca. Me escapo al tacto, dando media vuelta estiro mis manos que por suerte son diminutas, ellas logran hacerse paso por el túnel de gelatina que minutos antes me había expulsado. Meto la cabeza, luego los hombros con dificultad y empiezo a patear hasta que mis pies están otra vez en el mar. Nado en el torrente cálido, me dejo envolver por el calor de sus olas. Me sumerjo como una galleta se sumerje en la leche, y vuelvo a flotar.
Yo soy todavía la raíz que se aferra en tus entrañas.
martes, septiembre 30, 2008
Recorrido
Empiezo por las manos firmes, que de forma cuidadosa me tocan, me hacen temblar, me recorren y me tienen.
Subo por los brazos que me envuelven, que se estiran pidiendo cerrarme contra todo el cuerpo, que me toman entre ellos cuando nos despedimos, cuando nos volvemos a ver.
Sigo por el pecho que me recibe, que me hace un lugar cuando llega la hora de cerrar los ojos y hundir la cabeza ahí, en el lugar de estar, en mí lugar de estar. Y luego el cuello, donde también es perfecto hundirse y aspirar lo más profundo de su alma.
Después el mentón y una boca que ha de decir siempre la verdad, porque su corazón no conoce otra cosa. Una boca que recibe a la mía con calma, que no se apresura, que me espera.
Al final de todo llego a los ojos y me sumerjo en ellos como si fueran el óleo del más claro azul y yo un pincel que se empapa en su pasión.
Subo por los brazos que me envuelven, que se estiran pidiendo cerrarme contra todo el cuerpo, que me toman entre ellos cuando nos despedimos, cuando nos volvemos a ver.
Sigo por el pecho que me recibe, que me hace un lugar cuando llega la hora de cerrar los ojos y hundir la cabeza ahí, en el lugar de estar, en mí lugar de estar. Y luego el cuello, donde también es perfecto hundirse y aspirar lo más profundo de su alma.
Después el mentón y una boca que ha de decir siempre la verdad, porque su corazón no conoce otra cosa. Una boca que recibe a la mía con calma, que no se apresura, que me espera.
Al final de todo llego a los ojos y me sumerjo en ellos como si fueran el óleo del más claro azul y yo un pincel que se empapa en su pasión.
Icónico
(Versión editada y mejorada de "A lo borgiano")
Ayer me desperté muy agitada como nunca, dos horas antes de la hora a la que en realidad tenía mi alarma programada. Tú sabes como soy de paranoica, el solo pensar que no cumpliría con mi programa mañanero de despertarme a las nueve hacía una gran influencia en mi cuerpo. Mis ojos se habían abierto de un tirón, creo que la violencia del movimiento incluso había llegado a doler.
No se como logré llegar al baño. Abrí bien los ojos, aunque solo podía ver bien con uno, el pegajoso rocío matutino empapaba mi ojo izquierdo. Después de lavarme la cara sin lograr despegar el ojo afectado empecé a observarme en el espejo, lentamente de abajo hacia arriba. Senos, cuello, mentón. Luego continué con una vista más decente, centrada en mi cara.
Frente (ya con ciertas marcas de expresión), cejas, pestañas, ojos, nariz y de repente un “¿Dónde están mis labios?” escapó de mi fosa bucal. Desesperación. Pero si estaba segura de que aún estaban ahí cuando me fui a dormir. Instintivamente empecé a buscarlos por mi cuerpo, talvez se aburrieron de estar tanto tiempo en el mismo lugar, es algo que a todos nos pasa.
Los busqué por todas partes, te juro que busqué. Tal vez se me habían caído a un lado de la cama, el lugar preferido de los objetos para esconderse. Al no verlos por ninguna parte mi desesperación empezó a crecer. Abrí todos los cajones que encontré, cajitas, cajas, cajotas. Busqué debajo de los muebles, de la mesa, de la cocina, en la refrigeradora. No estaban, me habían abandonado y ahí estaba yo desahuciada por la extensa búsqueda luciendo como un conejo, a la edad de 20 años.
Se me acaba de ocurrir algo, tal vez se quedaron pegados al vaso grande donde me gusta tomar la leche. Seguramente querían sentir el frescor de la leche un poco más y yo me apresuré demasiado para hacer alguna cosa. Yo y mis programas, yo y mis planes. Voy a buscarlos ¿me esperas un rato?
Discúlpame por la demora, he revisado cada vaso de la casa y los malditos no están. Se complicó. Ahora si que se complicó.
Talvez eran claustrofóbicos, tú sabes que a mi no me gusta salir mucho y mi casa es pequeña. Entiendo que si padeces de esta fobia, debe ser muy difícil acompañarme todo el tiempo. Creo que fue mi culpa el no notar su necesidad de salir, no sólo por el hecho de salir en sí, sino también para atraer una que otra mirada, un roce de otros iguales a ellos. Que egoísta he sido.
Acabo de ver que he dejado la ventana abierta, sino están aquí entonces lo más seguro es que se salieran por ahí, que se escabulleran como cobardes sin siquiera despedirse después de todo lo que hice por ellos. Que la crema para humectarlos en el frío, que el protector para cuidarlos del sol, que el lápiz de labios de marca.
¿Suicidio? No, eran unos cobardes en el fondo. Creo que tan solo se escaparon. Me aferro a la teoría de la claustrofobia, aunque si en realidad si esa hubiera sido la causa no creo que hayan podido aguantar tanto tiempo, se hubieran ido antes. ¿O será que te fueron a buscar? Una vez vi a los muy atrevidos abrirse de un suspiro mientras jugabas con mi pelo.
La Maga
Ayer me desperté muy agitada como nunca, dos horas antes de la hora a la que en realidad tenía mi alarma programada. Tú sabes como soy de paranoica, el solo pensar que no cumpliría con mi programa mañanero de despertarme a las nueve hacía una gran influencia en mi cuerpo. Mis ojos se habían abierto de un tirón, creo que la violencia del movimiento incluso había llegado a doler.
No se como logré llegar al baño. Abrí bien los ojos, aunque solo podía ver bien con uno, el pegajoso rocío matutino empapaba mi ojo izquierdo. Después de lavarme la cara sin lograr despegar el ojo afectado empecé a observarme en el espejo, lentamente de abajo hacia arriba. Senos, cuello, mentón. Luego continué con una vista más decente, centrada en mi cara.
Frente (ya con ciertas marcas de expresión), cejas, pestañas, ojos, nariz y de repente un “¿Dónde están mis labios?” escapó de mi fosa bucal. Desesperación. Pero si estaba segura de que aún estaban ahí cuando me fui a dormir. Instintivamente empecé a buscarlos por mi cuerpo, talvez se aburrieron de estar tanto tiempo en el mismo lugar, es algo que a todos nos pasa.
Los busqué por todas partes, te juro que busqué. Tal vez se me habían caído a un lado de la cama, el lugar preferido de los objetos para esconderse. Al no verlos por ninguna parte mi desesperación empezó a crecer. Abrí todos los cajones que encontré, cajitas, cajas, cajotas. Busqué debajo de los muebles, de la mesa, de la cocina, en la refrigeradora. No estaban, me habían abandonado y ahí estaba yo desahuciada por la extensa búsqueda luciendo como un conejo, a la edad de 20 años.
Se me acaba de ocurrir algo, tal vez se quedaron pegados al vaso grande donde me gusta tomar la leche. Seguramente querían sentir el frescor de la leche un poco más y yo me apresuré demasiado para hacer alguna cosa. Yo y mis programas, yo y mis planes. Voy a buscarlos ¿me esperas un rato?
Discúlpame por la demora, he revisado cada vaso de la casa y los malditos no están. Se complicó. Ahora si que se complicó.
Talvez eran claustrofóbicos, tú sabes que a mi no me gusta salir mucho y mi casa es pequeña. Entiendo que si padeces de esta fobia, debe ser muy difícil acompañarme todo el tiempo. Creo que fue mi culpa el no notar su necesidad de salir, no sólo por el hecho de salir en sí, sino también para atraer una que otra mirada, un roce de otros iguales a ellos. Que egoísta he sido.
Acabo de ver que he dejado la ventana abierta, sino están aquí entonces lo más seguro es que se salieran por ahí, que se escabulleran como cobardes sin siquiera despedirse después de todo lo que hice por ellos. Que la crema para humectarlos en el frío, que el protector para cuidarlos del sol, que el lápiz de labios de marca.
¿Suicidio? No, eran unos cobardes en el fondo. Creo que tan solo se escaparon. Me aferro a la teoría de la claustrofobia, aunque si en realidad si esa hubiera sido la causa no creo que hayan podido aguantar tanto tiempo, se hubieran ido antes. ¿O será que te fueron a buscar? Una vez vi a los muy atrevidos abrirse de un suspiro mientras jugabas con mi pelo.
La Maga
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