Todos los inviernos vamos con toda la familia a la playa. Yo tengo once, en el orden de mis siete hermanas yo soy la del medio. Las tres mayores van el carro de papá y las tres menores en el de mamá, yo puedo escoger con quien ir y siempre voy con mamá para ser la mayor y sentarme adelante. Laura, Irene y Maca son las mayores, tienen sus secretos y sus códigos, comparten todo, menos los novios y los domingos por las noches se encierran siempre en el cuarto de Maca a hacer quién sabe qué.
Una vez mamá al verme llorar en la puerta del cuarto donde mis tres hermanas estaban reunidas las obligó a abrirme y dejarme estar con ellas. Las tres se lanzaron contra mi diciéndome que era una niña tonta y mimada, que les había arruinado la noche, y yo llorando ni siquiera podía hablar. Las tres se fueron a dormir a sus cuartos, Maca se fue al cuarto de Irene y me dejaron ahí, sola.
Laura tiene veintiuno, todos siempre dicen que es inteligente, muy inteligente, a mi la verdad no me parece nada fuera de común. Siempre está leyendo largas novelas históricas seguramente aburridas. Tiene un novio raro, se llama Antonio, creo que es un escritor o algo así, habla raro, cuando va a la casa me escondo. Laura a veces me ayuda con los deberes de la escuela, no es muy expresiva pero sé que el fondo me quiere.
Irene tiene dieciocho, cuando me lleva a la escuela todos la miran, hasta las mujeres, por envidia supongo. Yo también le tengo un poco de envidia, me encantaría haber sacado sus ojos, son como dos almendras gigantes, y ese pelo largo castaño, las pecas en los hombros. Irene me odia, le da vergüenza salir conmigo a la calle, me doy cuenta porque siempre que me tiene que llevar a alguna parte me peina y me viste, que así no te voy a sacar, que pareces niña de la calle, que por qué te cortaste tú el pelo.
Maca tiene diecisiete, es la más linda e inteligente de todas, por lo menos para mí. Es divertida, se ríe por lo menos veinte veces al día y se la pasa hablando por teléfono con su mejor amiga Anita. Cuando no está con las otras dos me deja estar en su cuarto con ella, me deja hacerle trenzas, me deja leer sus revistas y me presta sus discos. La Maca es mi hermana favorita, la quiero tanto, si solo fuéramos ella y yo sería todo diferente.
Las tres menores, Cecilia, Florencia y Claudita tienen ocho, seis y seis, las dos últimas son gemelas y siempre las visten igual. Entre ellas acaparan a mamá, son tres demonios. Una vez me dejaron a su cargo pero no las aguanté y las encerré a las tres para que se maten entre ellas en el cuarto de mis papás, cuando llegaron estaba todo hecho un desastre, y la estatua de la virgen que heredó mi mamá de la abuela Isabel, rota. Me castigaron por una semana entera pero por lo menos no me hicieron cuidarlas otra vez. Igual las tres mayores siempre las cuidan, Cecilia es la favorita de Irene, Florencia la favorita de la Maca y Claudita es el amor de la vida de Laura.
Llegamos casi al mismo tiempo que papá, nos bajamos y ayudamos a bajar las cosas de los carros. Después mamá limpió un poco la casa que tenía un poco de arena por doquier. Cómo llegamos temprano nos fuimos a poner nuestros pantalones de baño para ir directamente a la playita que estaba en frente de la casa. Esperé mi turno para entrar al baño, cuando entre y me bajé el short amarillo heredado de mis hermanas mayores estaba ahí, una gran mancha roja, el momento por el que todas mis compañeras de clase se morían porque llegara menos yo. Sentí asco, pena, miedo, llamé a mamá y escuchaba como las estúpidas de mis hermanas me imitaban. Al fin mamá llegó se me rió con cariño y me saco del baño, me llevó al cuarto principal y ahí me dio unas pequeñas clases de cómo poner la toallita, me abrazó y me felicitó sin que yo entienda por qué. Le hice jurar que no le contaría a nadie, que por favor no le cuente a papá y peor a mis hermanas, aunque por todo el llanto que acababa de hacer se lo debían imaginar.
Fuimos a la playa sin papá y mamá, sólo las siete, cada una llevaba algo, parasoles, toallas, bolsos, revistas, juguetes para las niñas, cosas para comer. Cuando acomodamos todo y nos sentamos bajo el parasol las tres mayores se empezaron a reír, Cecilia también, se estaban riendo de mí. Ya eres toda una señorita, a ver si dejas de portarte como un niño. Me aguanté las lágrimas y me puse a leer una revista completamente estúpida, de esas que lee Irene. Después de un rato decidieron meterse todas al mar y Laura me preguntó en tono burlón si me iba a bañar también, no respondí y en ese momento deseé con todas mis fuerzas que se las llevará el Mar. Una vez leí en un libro de la Maca que la diosa del mar se llamaba Yemanyá, creo que por eso imaginé una figura verde, hecha de algas halando a mis hermanas a lo profundo del océano.
Se metieron todas, y las veía felices, con verdadero amor fraternal agarrándose las manos para luchar contra la marea y no pegarse en las piedras. Las olas rompían fuerte en las rocas, quería decirles que tengan cuidado, que saquen a las gemelas, pero no, no se los dije, ellas sabían lo que hacían. Todo pasó después como un remolino, y no lo puedo recordar bien, sólo tengo en mi mente las manitos de las gemelas agarrándose con fuerza en lo alto, Laura nadando para agarrarlas, la ola inminente, Irene tratando de sacar la cabeza, la ola gigante que se las comía a todas, la Maca arrastrándose en la orilla, corriendo hacia mi parasol. Un abrazo, una despedida, la Maca y yo, yo y la Maca, despidiendo a cinco hermanas.
Si tan sólo fuéramos la Maca y yo.